la tribu
Campo encendido
Desde los cuartos con aire acondicionado es imposible entender la intemperie campesina
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Iniciar sesiónLA peor siembra es la de los despachos, porque es imposible entender la tierra mientras se anda sobre pisos encerados. Desde los cuartos con aire acondicionado es imposible entender la intemperie campesina. En los despachos, el sudor pertenece a otros cuerpos, como la sed. Y ... desde esos cuarteles donde no hace nunca frío en invierno ni calor en verano, no se puede repartir justicia para la gente que tiene el frío más por dentro que por fuera y sudor como una «vestidura de oro». Y el campo, atado por riendas de firmas, disposiciones, medidas infames, se rebrinca, da cabezadas hasta que rompe la jáquima que lo aprisiona y, cerril, se echa a la calle, ataca a quienes, sin pisarlo, entran en el campo como el caballo de Atila. Y allá que van tractores como elefantes de hierro y chapa que, encelados, barritan con sonido de cláxones y motores.
No todo debería valer, es cierto, que los guardias civiles a los que obligan a evitar ocupaciones de carreteras, si les preguntáramos, seguro que estaban más con los agricultores que con los despachos, cansado ellos también de pedir sin que les den, de aguantar sin mejoras. Pero el campo, cuando se harta, cuando lo provocan tocándole el estómago y la alcancía, cuando lo ahorcan con una rúbrica canalla y fría, se alza de manos y golpea sin miedo, hecho a los reveses de los tiempos. El campo ataca sin retórica, golpea con puños visibles, siega con hoces. Y aquellos que lo dirigen sin amarlo, «Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos / en el ocio sin brazos, sin música, sin poros…», esos golpean sin dar la cara, se disfrazan de papel escrito, se atrincheran en muebles de estilo y manejan las armas desde un ordenador. Ahí está el campo. 'La venganza del campo', escrita por Manuel Pimentel, no ha hecho más que empezar, y no será corta, si se alargan las medidas de presión desde allá arriba. Cuando al campo lo provocan, los surcos se tornan trincheras, los vallados, barricadas; se sueñan escopetas las cañas, granadas las granadas, y los limones, y las naranjas, y las ciruelas… No provoquéis al hombre del campo, vosotros, no le envenenéis el sudor, ese «maná de los varones y de la agricultura…».
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