LA ALBERCA
Tecnología del jaramago
La Cartuja es el ejemplo más rotundo de la permanente lucha de Sevilla entre lo mejor y lo peor de sí misma
La Cartuja ha sido siempre un monumento a la sevillanía. Ahí hemos visto los sevillanos cómo se puede convertir una isla desierta en un paraíso y, posteriormente, cómo desperdiciar en tiempo récord el mayor avance de la ciudad en el último medio siglo. La decrepitud ... de las estaciones del telecabina, los jaramagos en el antiguo Palenque, los trozos arrancados de la fachada del Pabellón de España, el canal muerto, las aceras abolladas por las raíces de los árboles, las hojas acumuladas en el suelo desde el otoño de 1998, las farolas apedreadas, los aparcamientos improvisados junto a los muros del convento de Santa María de las Cuevas, el auditorio abandonado, la icónica bola funcionando como piscina de guiris despistados, las vallas mohosas y los socavones de las principales avenidas, en los que podría chapotear Obélix, muestran una triste estampa de vieja mansión abandonada. Y, sin embargo, ese recinto alberga el mayor parque tecnológico de España. Dentro de ese cascarón podrido se facturan al año casi seis mil millones de euros, una cifra que ha permitido al ahora denominado Sevilla Tech Park ser el primer espacio de innovación del país durante cinco años consecutivos. Actualmente alberga 575 empresas y el recinto acoge cada día a 32.000 trabajadores. Ahí se genera el 11,12 por ciento del PIB de la provincia, está construido el mayor rascacielos de Andalucía y se ubica uno de los estadios más avanzados de España. Pero el conflicto administrativo que sufre la isla, cuya propiedad se reparten el Estado, la Junta y el Ayuntamiento, frena todos los acuerdos para adecentar el distrito, que sufre la proliferación de indigentes y la decadencia más flagrante de la región. Un parque que tendría que ser motivo de orgullo político no se puede mostrar internacionalmente porque da pena verlo. Sevilla en estado puro.
El provincianismo andaluz se opone a impulsar una ley de capitalidad porque sería un supuesto privilegio para Sevilla. Pero la realidad es que ser el centro administrativo de una región con tanto peso provoca permanentes colisiones urbanísticas y burocráticas para cosas tan elementales como barrer una calle. Por eso el lugar en el que se celebró la Exposición Universal de 1992, que fue una explosión de modernidad, se ha terminado pudriendo. Cuando era alcalde Juan Espadas prometió una inversión regeneradora en la Cartuja que jamás se llevó a término porque el Ayuntamiento sólo podía meterle mano a las calles que están fuera del vallado. Desde entonces apenas se ha retirado el escombro de los aledaños del estadio ahora que se ha trasladado allí el Betis y pare usted de contar. Por eso en el fondo es, además de un milagro, un ejemplo de sevillanía. Porque en ningún otro lugar del mundo se podría estar liderando la innovación tecnológica nacional entre cardos borriqueros. Pero así es Sevilla, capaz de lo mejor y de lo peor. El progreso en permanente pugna con el atraso.
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