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LA ALBERCA

Tecnología del jaramago

La Cartuja es el ejemplo más rotundo de la permanente lucha de Sevilla entre lo mejor y lo peor de sí misma

VÍCTOR RODRÍGUEZ
Alberto García Reyes

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La Cartuja ha sido siempre un monumento a la sevillanía. Ahí hemos visto los sevillanos cómo se puede convertir una isla desierta en un paraíso y, posteriormente, cómo desperdiciar en tiempo récord el mayor avance de la ciudad en el último medio siglo. La decrepitud ... de las estaciones del telecabina, los jaramagos en el antiguo Palenque, los trozos arrancados de la fachada del Pabellón de España, el canal muerto, las aceras abolladas por las raíces de los árboles, las hojas acumuladas en el suelo desde el otoño de 1998, las farolas apedreadas, los aparcamientos improvisados junto a los muros del convento de Santa María de las Cuevas, el auditorio abandonado, la icónica bola funcionando como piscina de guiris despistados, las vallas mohosas y los socavones de las principales avenidas, en los que podría chapotear Obélix, muestran una triste estampa de vieja mansión abandonada. Y, sin embargo, ese recinto alberga el mayor parque tecnológico de España. Dentro de ese cascarón podrido se facturan al año casi seis mil millones de euros, una cifra que ha permitido al ahora denominado Sevilla Tech Park ser el primer espacio de innovación del país durante cinco años consecutivos. Actualmente alberga 575 empresas y el recinto acoge cada día a 32.000 trabajadores. Ahí se genera el 11,12 por ciento del PIB de la provincia, está construido el mayor rascacielos de Andalucía y se ubica uno de los estadios más avanzados de España. Pero el conflicto administrativo que sufre la isla, cuya propiedad se reparten el Estado, la Junta y el Ayuntamiento, frena todos los acuerdos para adecentar el distrito, que sufre la proliferación de indigentes y la decadencia más flagrante de la región. Un parque que tendría que ser motivo de orgullo político no se puede mostrar internacionalmente porque da pena verlo. Sevilla en estado puro.

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