la alberca
El silencio de Fosforito
Antonio Fernández Díaz ha sido el último Espasa ilustrado del flamenco, un andaluz universal
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDICE Rancapino que el cante no se lleva en el bolsillo. Porque el cante pesa mucho. Antonio el de Puente Genil lo llevaba en el silencio desde hace ya muchos años, afónico de tanto quemarse la garganta con la brasa inexplicable de su eco, a ... veces poderoso, casi siempre granítico, de vez en cuando hecho polvo, cada día nuevo. Fosforito rompió los cánones del mairenismo y los del caracolismo y los del marchenismo porque aprendió a cantar solo, tocándose la guitarra en su patio de Puente Genil hasta que se presentó en el Concurso Nacional de Córdoba en el 56 como se había presentado el Tenazas de Morón en el de Granada del 22. Sin linaje, sin nombre y sin dinero. Antonio Fernández Díaz no tenía escuela. El cante le pesaba en la sangre. Y desde la soledad, desde la soleá cordobesa de Onofre, llegó al atrás de Gades para cantarle la farruca como si se hubiese criado en un cuarto de cabales. Fosforito lo cantó todo bien. Ha sido el último Espasa ilustrado del flamenco. Y eso le permitió grabar un disco mítico con Paco de Lucía y salir en las letras más gordas de los carteles de todos los festivales de las últimas décadas del siglo XX, la época dorada de Mairena, Caracol, la Fernanda, la Paquera, Chocolate, Terremoto… Y los albores de Camarón, El Lebrijano, Morente, Pansequito, Rancapino… Ser estrella en esa galaxia es un gemido de eternidad.
Fosforito había trincado su nombre artístico del gaditano Francisco Lema Ullet, maestro fundacional del cante que nunca tuvo el reconocimiento que merecía. Le gustaba la idea de prenderle fuego a la toná, de encender las candelas de la seguiriya para crujirla. Por eso su letra más reveladora era la del taranto. «Las fuerzas me están faltando». Antonio cantaba eso con los ojos cerrados, mordiéndose el puño, en apnea y retorciendo las piernas. Como la soleá de Alcántara: «Cuando me llame la muerte,/ si dicen 'a levantarse'/ a mí que no me despierten». Ahora, mudo ya de tanto sangrarle los nudillos, ha ido a la orilla del mar en Málaga, la ciudad en la que se enamoró, y ha tirado la Llave de Oro del Cante más allá de las jábegas. Ha muerto la queja más antigua de Andalucía. Se ha apagado la chispa del cerillo. Pero lo que está en el fondo del mar es la Llave, que sí se lleva en el bolsillo. El cante de Fosforito se ha quedado en el silencio para siempre, cayendo a plomo sobre la historia del flamenco y dejando afónicos los oles que no volveremos a decir. Esa Llave abrió puertas que nunca más se cerrarán, le puso soniquete pontanés a las alegrías, descerrajó el cofre del zángano y de todos los fandangos folclóricos, encontró la cerradura de Antonio Chacón y de Pastora, fundó la flamencología práctica tras la teórica de González Climent y, cómo no, inauguró la controversia de quién cantaba mejor. Pero a Fosforito eso le daba igual porque no llevaba la voz en la cartera. Como diría Rancapino, ese cante se lleva en las plantas de los pies de quienes han hecho el camino de la cultura andaluza descalzos.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete