La Alberca
Perder la Esperanza
La lamentable restauración de la Macarena aboca a su hermano mayor a un amargo epílogo

Lo que ha hecho la junta de gobierno de la Macarena con la restauración de la Esperanza aboca a José Antonio Fernández Cabrero a un amargo epílogo como hermano mayor. El error es incomprensible. Se puede pretextar, con razón, que Arquillo ha caído en el ... mal que asuela a los restauradores contemporáneos del patrimonio histórico, especialmente en la arquitectura, donde hay un empecinamiento ridículo por poner aluminio y escaleras mecánicas a edificios del siglo XII. La tentación de dejar huella, directamente relacionada con la vanidad del autor, acecha a demasiados 'artistas' de escasa entidad, que en lugar de hacer su propia obra pretenden imponerse sobre la de otros. El relato de estos iluminados se basa en que no es lo mismo una restauración que una rehabilitación, pero el diccionario les desmiente. Definición de restaurar: «Reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía». Definición de rehabilitar: «Habilitar de nuevo o restituir a alguien o algo a su antiguo estado». Nada se dice de actuar sobre un bien anterior para hacer uno nuevo. Pero en el caso de la Macarena se incurre en una tropelía de mayor calado porque la Virgen no es una obra de arte, como quedó acreditado con el desafortunadísimo cartel de Luis Gordillo, sino el epicentro de una devoción secular. Ese rostro es imán de las oraciones de muchas generaciones. Y nada hay más intocable que eso. Un hermano mayor tiene que saberlo mejor que nadie y no puede permitirse, bajo ninguna coartada, una actuación como la perpetrada por Arquillo. Una vez le preguntaron a Lola Flores por qué su arte tenía tanto misterio y la jerezana contestó con una frase que pide mármol: «Porque el brillo de los ojos no se opera». Cambiarle la mirada a la Macarena es un acto de soberbia intolerable.
Sin embargo, el restaurador no es el máximo responsable de la aberración de las pestañas. Quien debe dar aquí las explicaciones es el hermano mayor, que debe responder a preguntas muy elementales: ¿Por qué no ha habido una comisión de seguimiento por parte de la hermandad?, ¿por qué se ha programado una rehabilitación de mantenimiento tan apresurada, de apenas cinco días?, ¿por qué ante el resultado de estos trabajos, que provocó discusiones fuertes entre los propios miembros de la junta, se abrieron las puertas de la basílica?, ¿por qué no se custodió a la Virgen hasta arreglar el despropósito?, ¿por qué ante la reacción de los devotos se escenificó una actuación de urgencia que sólo podía interpretarse como pura improvisación? El problema no es cometer un error, del que no está libre nadie, es intentar tapar una equivocación con otra peor. ¿Tan difícil era, si había una boda a las seis, haberla celebrado con el camarín cerrado y comunicar que la restauración se demoraba un par de días? Los retoques desesperados del fin de semana han ido devolviendo a la Virgen su fisonomía original, pero el daño reputacional será más difícil de arreglar. Por eso sólo se me ocurre rezarle al Señor por Ella: «Déjame ser tuyo a ultranza/ y si me vieras caer,/ ayúdame, Gran Poder,/ a no perder la Esperanza».
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