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La Alberca

El hijo del alguacilillo

Hoy se hace torero en Sevilla el nieto del puntillero, un niño que se ha criado contando las orejas que da su padre

Alberto García Reyes

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El chiquillo de la tapia, el del pantaloncito corto manchado de sangre de las becerras y los zapatitos llenos de albero, el que aprendió la hondura del toreo contando las orejas que entregaba su padre en la plaza más hermosa del universo, el que descubrió ... la estrecha distancia que hay entre la vida y la muerte limpiando la puntilla de su abuelo, ese niño callado que tanto ha jugado al escondite en los burladeros de la placita de tientas de su tío toma hoy la alternativa en la Maestranza. Va a despejar la plaza con su propia sangre, la del viejo Quini, la de su tatarabuelo el Trigo, picaor del Espartero, que desemboca en la dinastía de los Zulueta. Hoy alzarán más altas las plumas de sus chamelos los alguacilillos, el padre y el tío, cuando el presidente les tire desde el palco la llave de los chiqueros y vayan al galope a abrirle la puerta al niño. El toro de un hijo es el más difícil de lidiar para un padre. Yo he visto a su madre, la hija del Lebrija, torear con la mirada en el campo, sacándole a su niño el eral de encima con los ojos. He visto a su padre suspirar entre las encinas. Y también he visto a ese chiquillo esperar la orden de su tío Gabriel para recoger los diez o doce muletazos que la figura del tentadero le había dejado guardados al porvenir. Por eso sé que hoy, cuando Javier haga el paseíllo entre Morante y Roca Rey, se consagrará en la Maestranza el misterio infinito de la tauromaquia, la herencia de una estirpe interminable. Ay, si lo viera su abuelo. Qué abrazo se ha perdido el callejón.

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