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La alberca

Las duquelas del Paula

Rafael era un 'errabundo volatinero' de Rilke, un hombre con muchas llagas abiertas, un genio atormentado

Alberto García Reyes

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Rafael era un 'errabundo volatinero' de Rilke, un hombre con muchas llagas abiertas, un genio atormentado

RAFAEL le gritaba a Morante desde el callejón cuando 'Ligerito' se le quedaba dormido en la cuenca de sus naturales: «¡Échale de comer, échale de comer!». Había en ese ... alejandrino popular, con el hemistiquio justo en la coma de la embestida, un remite involuntario a las 'Elegías de Duino' de Rilke, ese poema en el que el bohemio se pregunta de manera inconsciente uno de los grandes misterios del toreo: «Pero, ¿quiénes son, dime, esos errabundos volatineros, / aún más fugaces que nosotros mismos / a los que ya desde edad muy temprana los retuerce apremiante, / para quién, por inclinación a quién, una voluntad siempre descontenta?». ¿Quiénes son, en efecto, esos enigmáticos duendes, aún más eternos que la memoria, a los que les convulsiona la urgencia del infinito cuando se ponen delante de la fiera mitológica de España? Esos errabundos volatineros irguieron la plaza como un partenón griego, una vieja fortaleza micénica que acunó a la civilización, un templo fundacional de la acrópolis contemporánea. No olvidemos nunca que el toreo es exactamente esperanza y, por lo tanto, progreso. Es esperar al toro soñado, esperar a la inspiración del torero, esperar al inexplicable rebujo de la academia con la selva. Y es también una conexión suprema, una acronía, una experiencia casi divina.

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