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La alberca

El bicharraco andaluz

El coloquialismo de Montero es a veces tan excesivo que traslada el mensaje al territorio de la vulgaridad

Alberto García Reyes

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EL lenguaje coloquial puede ser el más culto de todos si se usa con estilo, con una intención dialéctica concreta y en un contexto acertado. Felipe González, Alfonso Guerra, Alejandro Rojas-Marcos, Javier Arenas o Julio Anguita son algunos maestros de esta herramienta política, que ... es muy útil para trasladar mensajes complejos al mayor número de personas posible. Todos ellos han hablado un andaluz musical, sencillo y plagado de giros de la calle porque son buenos comunicadores. Pero ese estilo informal se ha ido degradando en la clase política hasta llegar a un lenguaje plagado de anacolutos y vocablos malsonantes. La buena oratoria ha dejado de ser un requisito parlamentario, lo cual es una insoportable contradicción, y ahora es fácil encontrarse con soflamas tan vergonzantes como aquella famosa en la que Carmen Calvo contestó a su adversario Juan Van-Halen por usar el latinajo 'Calvo dixit' tras citarle una frase de la hemeroteca: «Usted para mí nunca será Van-Halen 'Dixie' ni 'Pixie', será su señoría, el senador Van-Halen». La exvicepresidenta es doctora en Derecho Constitucional y sabe expresarse, pero los acaloramientos nunca se le dieron bien. Por eso tal vez hay que situar en ella la frontera entre el parlamentarismo y el duelo corralero. Los gazapos oratorios pueden alcanzar a cualquiera, sea cual sea su altura intelectual, y es muy saludable la condescendencia. Por ejemplo, Zapatero es recordado por su «Everyday, Bonsai», el canciller Gerhard Schröder y Rajoy por su legendaria reflexión «España es una gran nación y los españoles muy españoles... y mucho españoles». Bibiana Aído dijo «miembras» en los albores del uso político del doble género, que sigue volviendo locos —y locas— a quienes se enfrentan al atril. Pero una cosa es un desliz provocado por el embrollo y otra muy distinta la degeneración lingüística provocada por la falta de recursos. Irene Montero diciendo «portavoza» o «jóvenas» es como el berrido de un ciervo en el tímpano.

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