TRIBUNA ABIERTA
EL EDICTO DE MILÁN
La creencia cristiana demandaba radicalidad y no podía compatibilizar con determinadas ceremonias estatales como la del culto al emperador
UNO de los aniversarios que en 2013 merece la pena celebrar es el de la promulgación del Edicto de Milán. Hace mil setecientos años el emperador ... Constantino permitió por esta disposición, que tal vez no fuera un documento concreto, que los cristianos profesasen su fe protegidos jurídicamente. A partir de entonces la religión cristiana pasaba de ser tolerada a ser reconocida; en definitiva, se daba carta de naturaleza a la libertad religiosa en el ámbito del Imperio Romano. Concesión ésta que no era habitual en el Mundo Antiguo.
Antes del 313 no era fácil la vida de los cristianos. Desde el 64 que tuvo lugar la decretada por Nerón, se sucedieron hasta nueve persecuciones oficiales, muy sangrientas, que llevaron al martirio a miles de seguidores de Cristo. No quiere ello decir que no hubiese periodos de tranquilidad. Las hubo entre cada una y la siguiente y, sobre todo durante la primera mitad del siglo III. Pero los cristianos, tanto durante las persecuciones como durante los periodos de paz no solían estar bien vistos ni por las autoridades imperiales ni por el pueblo romano. Durante los años tranquilos, a lo sumo, eran tolerados, se hacía con ellos la vista gorda, pero estaban jurídicamente desprotegidos.
¿Cuáles eran las razones de la inquina? Por lo que se refiere a las autoridades, la religión romana formaba parte de la estructura del Estado. Si bien el poder era tolerante con todo tipo de creencias, la creencia cristiana demandaba radicalidad y no podía compatibilizar con determinadas ceremonias estatales como la del culto al emperador. En cuanto a la opinión pública, sabemos que Nerón se aprovechó de la credulidad ignorante del populacho para manipularla y, de esa manera, eludir la responsabilidad del incendio de Roma. Esa formidable calumnia se extendió y la imagen del hombre cristiano se hizo odiosa en el mundo romano, a lo que quizá contribuyeran no poco los judíos.
Todo ello pareció terminar pocos años después de la terrible persecución de Diocleciano. Éste se había percatado de que la gobernación del inmenso Imperio no era tarea de un hombre solo y el año 286 nombró a Maximiano para que compartiese la tarea y gobernase la parte occidental, mientras él se ocupaba de la oriental. Como tal división parecía dar resultado, el año 292 añadió a la gobernación a Galerio y Constancio Cloro aunque no en pie de igualdad con los dos primeros. Diocleciano y Maximiano ostentaban el título de Augustos y los dos nuevos el de Césares con derecho a suceder a los Augustos.
Galerio, César de Diocleciano y en este momento ya Augusto, que había sido uno de los impulsores más convencidos de la persecución, en 311 cayó en la cuenta de que el hostigamiento había fracasado porque obraba como semilla de nuevos cristianos y éstos eran ya muy numerosos en el ámbito romano, entre los que figuraban ahora personas importantes en la política, en la intelectualidad y en la nobleza romana ; así que en su lecho de muerte promulgó el Edicto de Sárdica por el que se reconocía a los cristianos el derecho a existir: denuo sint christianos. Fue éste un primer paso que completaría poco después Constantino.
Éste era hijo de Constancio Cloro, el César de Maximiano, que al parecer veía con buenos ojos al Cristianismo. Constantino, tras muchos sucesos que ahora no es del caso de explicar, se había proclamado emperador de la parte occidental a la muerte de su padre, no sin oposición. Es muy conocida la leyenda protagonizada por él la noche anterior a la batalla del Puente Milvio, contada por Eusebio y representada por los pintores, en la que tiene una visión de la Cruz y se le comunica: In hoc signo vinces! La contienda tuvo lugar el 28 de octubre del año 312 y la derrota de su rival Magencio, hijo de Maximiano, fue atribuida a la intervención sobrenatural.
Este convencimiento, la simpatía de su padre hacia el Cristianismo y la influencia de su madre Santa Elena, pero también el oportunismo político, tendrían, sin duda, mucho que ver con la promulgación del Edicto de Milán en febrero de 313.
Desde 324 Constantino es el único emperador tras haber vencido a Licinio que, hasta entonces, ostentaba la autoridad en la parte oriental. Fue entonces cuando dio un paso más y promulgó dos edictos para Oriente por los que se autorizaba a los paganos el ejercicio de su culto. En ellos el emperador se profesa cristiano y el paganismo pasa a ser sólo tolerado en determinados aspectos. Mientras tanto el emperador, que se erige en protector de la Iglesia, comienza a sufragar la construcción de templos y convoca el Concilio de Nicea para resolver el conflicto arriano; al mismo tiempo que se promulgan leyes de inspiración cristiana.
Constantino falleció el año 337 y sólo en su lecho de muerte recibió el bautismo. Sus sucesores, aunque filoarrianos, se mostraron contrarios al paganismo. El reinado de Juliano el Apóstata fue un episodio efímero que duró un trienio y, tras su muerte, se reanudó la política filocristiana de Constantino. En el Senado había ya mayoría católica y a pesar de la oposición de los viejos romanos encabezados por Simaco, el altar de la Victoria fue derribado.
Con Trajano se pasa de la libertad religiosa al Estado confesional. Por la constitución Cunctos populos, promulgada en Tesalónica el 28 de febrero del año 380, la religión católica se convierte en la religión del Imperio. Se ordenaba que todos prestasen adhesión a la fe cristiana y al que desobedeciera este mandato se le castigaba con la pena de infamia legal. A partir de ahora nuevas leyes completarán la eliminación del paganismo.
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