sin punto y pelota

Sin problemas, Bruselas

Detalles sin importancia que no explicarán para nada el auge de partidos de extrema derecha, populistas, xenófobos y ultras

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La Unión Europea es, ahora mismo, un oasis de bienestar en el que lleva décadas gobernando un discurso socialdemócrata que traza la línea que separa el bien y el mal. Los países compatibilizan a la perfección sus intereses nacionales y los de la Unión, ... la industria está bien regulada y es pujante, la política energética nos ha hecho más fuertes, nuestra agricultura es un ejemplo de burocracia que imita el mundo entero, nadie duda de la solidaridad entre sus miembros y la inmigración musulmana está perfectamente integrada y comulga –perdón– con los principios de las democracias liberales, como la igualdad de todos los ciudadanos, incluidas las mujeres, claro está. La gobernanza de las instituciones es cercana al ciudadano y transparente, no hay más que ver lo bien que informó Ursula Von der Leyen de los contratos con Pfizer para la compra de vacuna para el covid. Además, la guerra de Ucrania ha demostrado que, enfrentada la Unión a un desafío geoestratégico de primer orden, los países responden todos a una muy indignados, poniéndose de perfil cuando los estadounidenses exigen mayor aportación de cada PIB a la OTAN y comprando gas ruso a mansalva algunos mientras se hacen fotos con Zelenski en camiseta color verde militar. Otra gran fortaleza de la Unión Europea sería lo escrupulosa que es con la objetividad de trato a sus países miembros: ha mirado con similar preocupación a las amenazas sobre la separación de poderes de Polonia y Hungría que a las de España. Sin duda.

Europa, para una generación que alcanzó la mayoría de edad cuando España entraba en la Unión Europea, ha sido libertad de movimientos, bebés erasmus, pandillas repartidas por capitales europeas, una moneda común que hace sonar a prehistóricas las historietas de aquellos interraíles, el 'roaming' que nos deja hablar a buen precio por teléfono, construcción de infraestructuras que nos hicieron progresar y rehabilitación de cascos históricos que embellecieron nuestras ciudades y, sí, nos convirtieron en un atractivo parque temático histórico. Pero, desde hace años, también es sinónimo de fondos europeos cuya gestión ha dado lugar a escándalos de corrupción sin reproche bruselita –en Andalucía sabemos algo–, regulaciones que van a impedir que entremos en algunas zonas de nuestras ciudades con coches que las élites consideran bombas de contaminación, además de la imposición en muchos sectores de burocracias que se perciben como absurdas y un lastre para la competitividad europea. Los burócratas presumen de ser potencia regulatoria y los empresarios ansían poder mantener el 'podium' de potencia industrial menguante.

Detalles sin importancia que no explicarán para nada el auge de partidos de extrema derecha, populistas, xenófobos y ultras, como los calificarán al día siguiente de las elecciones los analistas, ciegos ante la historia de un éxito con grietas. Urgen líderes capaces de entusiasmar con el relato del mantenimiento de un gran logro y no parecen estar a la vista. No nos vale un viejo rockero cantando el Himno de la Alegría.

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