Los últimos segundos del presidente Kennedy antes de ser asesinado, según el ABC de 1963
La muerte del presidente, que acudía a Dallas para leer un discurso controvertido, estremeció también a los medios españoles
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«Ayer, a las 12:00 (7:00 de la tarde, hora española), el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, John F. Kennedy, fue víctima de un atentado en Dallas (Tejas)». Con estas tristes palabras informaba ABC, el 23 de noviembre de 1963, ... del atentado perpetrado contra uno de los políticos más queridos por el pueblo estadounidense. «El presidente falleció una hora después en el hospital Park Land. Presentaba dos heridas, una en la garganta y otra en el cerebro, probablemente producidas por el mismo proyectil», completaba el diario. Todo ello, bajo un titular tan sencillo como directo: «Murió asesinado Kennedy».
Aquel atentado, ocurrido mientras John F. Kennedy se daba un baño de masas en un vehículo descubierto, conmocionó a la sociedad. Y más, a sabiendas de que sus asesores habían aconsejado al político no pisar la ciudad por seguridad. Pero el presidente estaba decidido a dar un controvertido discurso esa misma jornada en el que hacía referencia a temas vitales como la importancia de la potencia nuclear del país, la necesidad de seguir defendiendo la nación contra la «agresión comunista» o –como a los amantes de la conspiración les gusta recordar– la importancia de explorar el espacio exterior.
Hoy han pasado nada menos que 60 años de un episodio que ABC narró de forma pormenorizada. Según la crónica, «el atentado se produjo en la Plaza Dealey cuando Kennedy, en coche descubierto y acompañado de su esposa, Jacqueline, y por el gobernador de Tejas, John B. Connally y su mujer» se dirigía del aeropuerto de Dallas al centro de la ciudad para almorzar con un grupo de senadores. «La capota del coche presidencial acababa de ser bajada momentos antes del atentado», escribió el diario. Una ventaja para posibles tiradores, pero el político anhelaba que aquellos que se hubieran congregado para recibirle disfrutaran de su presencia. Lo cierto es que adoraba a las masas.
Cuando los disparos se escucharon, «Kennedy cayó de bruces en el asiento trasero». Y no fue el único. «Connally también resultó alcanzado por dos disparos en el pecho, y su cuerpo se desmoronó al lado del presidente», desveló ABC. Las esposas de ambos, por fortuna, no fueron blanco de aquel asesino anónimo. Aunque, para ellas, la situación fue igual de trágica. Según este diario, Jacqueline rompió a llorar y asió la cabeza de su marido mientras repetía una y otra vez: «¡No! ¡No es posible!». Acto seguido, el vehículo salió a la carrera hacia el hospital acompañado por varias motocicletas de las autoridades.
La reacción de la escolta fue inmediata. En palabras de ABC, los agentes «abandonaron el automóvil en donde iba el cuerpo ensangrentado y se dirigieron a toda velocidad hacia una colina frondosa, de donde parecía que había salido el disparo». Por desgracia estaban muy equivocados; el tiro fatal provenía de un edificio. A cambio, la muchedumbre no terminó de creer lo que había sucedido hasta algunos segundos después: «El cuarto de millón de personas que se apretujaban en las calles para contemplar el paso del presidente no reaccionó inmediatamente al escuchar los disparos, que fueron tres. Luego, una oleada de pánico se extendió por la multitud».
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Ya en el hospital, poca esperanza le quedaba al presidente. Y eso que la Casa Blanca envió a su médico personal, el contralmirante George Burkley. «Este embarcó en un avión rápidamente y se dirigió a Dallas. Entró en el quirófano cuando los especialistas hacían esfuerzos desesperados por salvar la vida del presidente. En el centro reinaba el más completo caos, y la confusión entre funcionarios del gobierno, agentes del Servicio de Seguridad y médicos era indescriptible», explicaba ABC. En un momento de desesperación, se enviaron mensajes a todos los cirujanos de la zona para que acudieran. Pero, como era de esperar, no sirvió de nada.
Desde España, ABC publicó también –al igual que el resto de medios de comunicación– las condolencias de un Francisco Franco que ya empezaba a mantener buenas relaciones con los Estados Unidos:
«Estoy profundamente impresionado por la noticia del criminal atentado contra el presidente Kennedy, conductor de la nación americana en momentos difíciles y gran figura de hombre en el Occidente cristiano. Estoy seguro de que al reemplazar a aquella joven y gallarda personalidad, el nuevo presidente, Lyndon B. Jhonson, sabrá continuar su tarea al servicio de la paz y de la prosperidad de la gran nación amiga de la defensa conjunta del Oeste. Para ello, España y mi Gobierno han de seguir dándole una leal cooperación».
Después comenzó una tarea tan ardua como la de hallar al culpable. ABC habló de un posible francotirador comunista, teoría que se había extendido en los Estados Unidos a la velocidad del rayo. Sin embargo, pronto quedó claro que todos los indicios apuntaban a Lee Harvey Oswald. El joven fue detenido tan solo una hora después del asesinato en las inmediaciones de la tristemente famosa Plaza Dealey, y no dejó de gritar que era inocente: «¡Yo no he matado al presidente Kennedy ! ¡Yo no he matado a nadie! No sé nada acerca de eso».
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