¿Qué escondían los discursos con los que Kennedy logró cambiar la historia?
Solo con sus palabras y en mil días, el presidente de Estados Unidos más famoso del siglo XX cambió la política tal y como se conocía, hasta el punto de que son muchos los mandatarios que todavía hoy tratan de imitarlo con mucha menos fortuna
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Iniciar sesión«Nosotros somos, más por el destino que por elección, los centinelas que están sobre los muros de la libertad mundial. Exigimos, por tanto, ser dignos del poder y la responsabilidad que tenemos, para que podamos ejercer nuestra influencia con sabiduría y moderación, y que ... podamos alcanzar en nuestro tiempo y para siempre la antigua aspiración de 'paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad'. Esta debe ser siempre nuestra meta». Con estas palabras debería haberse despedido John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963, hace hoy justo 60 años, pero ni tan siquiera tuvo la oportunidad de empezar el discurso.
Ese mismo día, el doctor Malcolm Perry se encontraba de guardia en el Hospital Memorial Parkland de Dallas, cuando el presidente de Estados Unidos apareció rodeado de guardaespaldas en una camilla. No había mucho que hacer. Las heridas causadas por los disparos de un francotirador en la plaza Dealey eran muy graves y Kennedy acabó muriendo en sus brazos. Aquel fue, con diferencia, el peor momento de su vida, aseguró, pues todo el mundo se le echó encima. Un país entero traumatizado ante lo que acababa de acontecer y que no llegó a escuchar las premonitorias palabras del único discurso de su carrera que JFK no pudo pronunciar.
«Unámonos con una renovada confianza en nuestra causa, unidos en nuestra herencia del pasado y nuestras esperanzas para el futuro, y decidamos que esta tierra que amamos lleve a toda la humanidad hacia nuevas fronteras de paz y abundancia [...]. No peleemos entre nosotros cuando esté en juego el futuro de nuestra nación», tendría que haber dicho. El texto, que años después se hizo público, finalizaba con una declaración de intenciones que hoy resulta cuanto menos caprichosa: «En el mundo de hoy, la libertad se puede perder sin disparar, tanto como votos como con balas».
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Kennedy tenía previsto pronunciarlo ante el Comité Estatal Democrático aquel fatídico 22 de noviembre. El mensaje de aquel último discurso era que la nación debía permanecer unida en un momento de tanto conflicto y división como aquel. El lugar elegido era el Auditorio Municipal de Austin, a donde debía dirigirse después de su desfile por las calles de Dallas en el que perdió la vida por los disparos, supuestamente, de Lee Harvey Oswald. El presidente llevaba poco más de mil días en el cargo, un espacio de tiempo muy corto, pero en una época de cambios convulsos que él mismo ayudó a transformar con sus palabras.
Nivel de tensión
«Más allá de su impacto y capacidad de gestión en situaciones de gran complejidad, como los derechos civiles, la Guerra Fría y la crisis de los misiles, su figura es muy importante para la comunicación política moderna tal y como la conocemos hoy. Las campañas, los debates, la importancia de la gestión de las narrativas y su capacidad para mostrar empatía con el conjunto de la sociedad fue muy importante. Supo bajar el nivel de tensión narrativa sin dejar de mostrar firmeza en sus convicciones y decisiones», explica a ABC el politólogo Jose Pedro Marfil.
Ese logro conseguido tiene un mérito especial si tenemos en cuenta que, durante su breve mandato, tuvo que lidiar con la invasión de la Bahía de Cochinos en Cuba, la 'crisis de los misiles' de 1962, la amenaza de una Tercera Guerra Mundial, la construcción del Muro de Berlín, el inicio de la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS, la consolidación del Movimiento por los Derechos Civiles y la Guerra de Vietnam con sus multitudinarias protestas. Retos todos ellos que plantearon al nuevo presidente situaciones inéditas, que analizó con precisión con sus célebres discursos.
Entre ellos, podríamos destacar los que pronunció cuando fue nombrado candidato del Partido Demócrata (Los Ángeles, 15 de julio de 1960), cuando tomó posesión del cargo de presidente en el Capitolio (Washington, 20 de enero de 1961), cuando anunció el Programa Espacial Apolo en la Universidad Rice (Houston, 12 de octubre de 1962), el que dio por radio y televisión sobre los derechos civiles (Casa Blanca, 11 de junio de 1963) y el pronunciado frente al Muro de Berlín (Alemania Occidental, 26 de junio de 1963), además del ya mencionado de Dallas no llegó a pronunciar.
Kennedy, candidato demócrata
El historiador Salvador Rufino Rus los conoce muy bien, pues hace diez años coordinó el libro 'John Fitzgerald Kennedy, discursos 1960-1963' (Tecnos). Concede especial relevancia, «aunque no sea el más conocido», el que dio con motivo de su elección como candidato demócrata, antes de enfrentarse a Richard Nixon en las elecciones presidenciales: «Es su primer gran discurso, en el que traza las líneas maestras de lo que va ser su presidencia. Lo más interesante es que no está dirigido solo a los demócratas, sino desde el Partido Demócrata a todos los estadounidenses, con el que quiso comunicar a todo el país qué haría si le eligían. Al igual que en el resto de su carrera, ya aquí quiso dejar claro que no iba a ser excluyente, que iba a apartar a los republicanos. Buscaría la integración de todos los ciudadanos en sus propuestas políticas, aunque sean republicanos».
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Hasta ese 15 de julio de 1960, Kennedy era senador por Massachusetts, aunque ya era una figura política conocida en la costa este del país. Antes de ser elegido, recorrió multitud de pueblos y pronunció infinidad de discursos para miles de personas, proyectando la idea de que «quería renovar la política», apunta Rufino Rus. «Aún así –añade–, en aquel momento todavía generaba mucha desconfianza por su juventud y, sobre todo, porque era un ferviente católico. Tuvo que luchar contra esa imagen en una época en la que no se había celebrado el Concilio Vaticano II que tanta apertura provocó en la Iglesia, pues todavía se pensaba que el Papa tenía autoridad moral y política sobre los católicos».
Kennedy dio aquel discurso ante ochenta mil personas en el Memorial Coliseum de Los Ángeles. Fue allí donde habló por primera vez de la 'Nueva Frontera', en la que asumió el compromiso, siguiendo la estela del 'New Deal' de Franklin D. Roosevelt y Harry Truman, de ampliar los horizontes de Estados Unidos y buscar objetivos más ambiciosos, como erradicar la pobreza, modernizar las infraestructuras del país, mejorar la vivienda y el transporte, controlar la contaminación y socorrer a los países que lo necesitaran. En palabras del presidente: «Hoy nos encontramos al borde de una Nueva Frontera: la frontera de la década de 1960, la frontera de las oportunidades y peligros desconocidos, la frontera de las esperanzas no cubiertas y las amenazas sin cubrir. Más allá de esa frontera hay áreas desconocidas de ciencia y espacio, problemas no resueltos de paz y guerra, problemas no conquistados de ignorancia y prejuicio, preguntas sin respuesta de pobreza y excedente».
«La idea que escondía el discurso era, en definitiva, que quería poner en marcha una política global que desbordara los viejos límites de Estados Unidos, para que el país estuviera presente en todos y cada uno de los escenarios en los que se requiera su presencia, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. De ahí que, posteriormente, hiciera todos esos programas de ayuda a Latinoamérica y África», explica el historiador. Y añade: «Lo que más te llama la atención de sus discursos es la claridad con la que mandaba sus mensajes para que se entendieran inmediatamente, sin ambigüedades. En todos se caracterizó por ser muy claro, concreto y, a la vez, completo en el mensaje que quiere enviar».
Kennedy, en el Capitolio
En la fría mañana del día 20 de enero de 1961, en Washington, Kennedy tomó posesión de su cargo ante el presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, y pronunció el que muchos historiadores y expertos consideran el discurso más importante de su mandato. Tenía 43 años y era el segundo presidente más joven de la historia, solo unos meses por detrás de Theodore Roosevelt. En el libro 'Ask not' (Henry Holt, 2006), Thurston Clarke quiso zanjar la cuestión sobre la autoría del que describió como «el discurso que cambió América» y que algunos autores han achacado a otras personas.
Según el autor, los párrafos más inspiradores, poéticos e inmortales de aquel discurso fueron, sin duda, redactados por el propio JFK, incluido el repetido pasaje de: «Así pues, compatriotas: pregúntense no lo que su país puede hacer por ustedes, sino lo que ustedes pueden hacer por su país. Conciudadanos del mundo: no se pregunten qué pueden hacer por ustedes los Estados Unidos de América, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre». Unas palabras que tienen su origen en la exclusiva escuela a la que el presidente acudió en Connecticut antes de emprender sus estudios universitarios. Su director solía repetir a sus estudiantes que lo más importante no era lo que aquel venerable internado pudiera hacer por ellos, sino lo que ellos pudieran hacer por su escuela.
«Esa frase sintetiza la idea de proyecto colectivo, de compromiso ciudadano y del concepto de nación que pretendía liderar Kennedy», asegura David Redoli. Este sociólogo, ex presidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) y persona detrás de los discursos de la entonces vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, tiene claro que «Kennedy revolucionó la comunicación política». Y esgrime sus argumentos: «Antes de la lectura de este discurso le avalaban su paso por Harvard, sus seis años como congresista, sus ocho como senador y la estrategia que desarrolló para crear la 'marca Kennedy'. Supo explotar su figura y sus mensajes en un medio crucial para la política, la televisión, como demostró en su debate contra Nixon, el primero televisado de la historia. Fue el inspirador de cambios ilusionantes para Estados Unidos».
«Lo que más me sorprende de su discurso del Capitolio, además de sus profundas alusiones religiosas y las cuantiosas metáforas que atesora, es su brevedad. Son 1433 palabras, que apenas ocupan 9 minutos de tiempo. Esto demuestra que los grandes discursos históricos no tienen por qué durar más de 10 minutos. Ese tiempo fue suficiente para, continúa el politólogo, «inspirar al mundo entero, de ahí sus alusiones a instancias ubicadas más allá de las fronteras de Estados Unidos, pues creía que podía y debía ir más allá a través de un liderazgo inspirador y motivador».
«Yo soy berlinés»
Otro de los grandes hitos de JFK fue su visita a Berlín Oeste menos de dos años después de la construcción del Muro. El gran enemigo de la Alemania soviética a pocos metros de distancia, en la Plaza Rudolph Wilde, pronunciando uno de sus discursos más emblemáticos y valientes el 26 de junio de 1963. Una poderosa crítica al sistema comunista que pronto se convirtió en un icono de la superioridad moral de la democracia sobre los totalitarismos. Aquellas palabras alumbraron al mundo en uno de los momentos más terribles de la Guerra Fría. «La idea principal era la libertad como base de cualquier desarrollo. La necesidad de vivir en libertad y concordia, y la sinrazón del comunismo de la URSS frente a las democracias occidentales», afirma José Pedro Marfil.
Kennedy comenzó su discurso así: «Hace dos mil años no existía mayor orgullo que decir 'Civis romanus sum' ('Soy un ciudadano romano'). Hoy, en el mundo de la libertad, no hay mayor orgullo que poder decir 'Ich bin ein Berliner!' ('¡Yo soy berlinés!'). Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende, o dice no comprender, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro… ¡Que vengan a Berlín! Y hay algunos que dicen que podemos trabajar con los comunistas… ¡Que vengan a Berlín! Incluso hay unos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico, pero que permite el progreso económico… 'Lass' sie nach Berlin kommen!... ¡Que vengan a Berlín!».
«Más allá de la que se tomó como referencia para ponerle nombre, aunque apenas la menciona en dos ocasiones a lo largo de todo el discurso –explica este el politólogo– con la frase de 'Yo soy berlinés' consigue identificarse con su público y aportar esperanza y épica a sus palabras. A mí, sin embargo, me gusta una frase un poco más larga que dota de sentido al resto: 'No conozco ninguna ciudad, ningún pueblo, que haya sido asediado durante 18 años y que aún viva con la vitalidad y la fuerza, la esperanza y la determinación, de la ciudad de Berlín Oeste'. El uso de palabras tan potentes como fuerza, esperanza y determinación trasladó orgullo de pertenencia a una sociedad muy castigada a la que se refiere con admiración».
Marfil se refiere también al que para él fue el gran secreto de aquel momento: «La escenificación. El discurso habría sido menos efectivo si se hubiese pronunciado durante una recepción o un espacio cerrado. Hacerlo en la calle, con esas grandes banderas, el color, a la vista de miles de personas congregadas allí, lo dota de una épica particular. No olvidemos que Berlín está dividida en dos y Kennedy visitaba así uno de los núcleos del conflicto y su discurso habla de forma directa sobre él, mostrando orgullo de pertenencia y apoyo al aliado».
Sólo tres meses después, el presidente caía abatido en Dallas. Su esposa, Jackie Kennedy, diría poco después lo extraño que le resultó que, de todos los discursos de su marido, lo más recordado fuesen estas últimas palabras que ni siquiera pronunció en su idioma.
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