Antonio Pagudo: «Mónica era mi 'road manager'. Más que un matrimonio somos un equipo»
El actor, de gira con la función 'La comedia de los errores', nos habla de su infancia, de su mujer, de sus hijos y de sus sueños de inventor
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Iniciar sesiónSi Antonio Pagudo tuviera que elegir entre la popularidad que da la televisión y una noche en el escenario del Teatro Romano de Mérida bajo la luz de la luna llena, lo tiene claro: «Es que yo no estoy en esta profesión por ... la fama, estoy por la creación. Cuando sientes que en tus manos está que tres mil personas reaccionen, rían, se emocionen, eso te da un poder inimaginable. Yo disfruto cuando la gente se acerca, me cuenta sus historias y me transmite su amor cuando me pide una foto, pero ese no es el motor de mi carrera. Lo mío es la transformación».
Cada personaje nuevo se lo permite. Ahora disfruta con 'La comedia de los errores', un Shakespeare que tiene mucho de vodevil: «Es una comedia de enredo en la que descubrimos qué sería de la verdad sin la mentira». La obra le permite lucir sus dotes para las acrobacias: «Tengo algo de arlequín y debo esquivar muchos golpes con agilidad y rapidez». Antonio sabe mucho de errores: «Me equivoco mucho, pero creo que eso es bueno para aprender». Por ejemplo, dijo no a 'La casa de papel' cuando se la propusieron: «Pero soy tirado para adelante, no me quedo anclado en el pasado, tampoco me quejo mucho». Si se equivoca, «pido perdón, no me da ninguna vergüenza. Creo que a uno eso le hace grande. No me gusta dejar los conflictos abiertos. Me gusta procrastinar, pero con esas cosas». No se considera rencoroso: «Puedo perder confianza en el otro, pero acepto sus disculpas».
Antonio se aferra a pequeñas rutinas: «Mis liturgias diarias consisten en levantarme y tomarme un zumo de limón con polen, luego me activo con pesas. Si no lo hago, el día no empieza bien». No es un tipo maniático, pero mejor no hacerle pasar por debajo de un andamio. Por si acaso.
Antonio conoció a su mujer, Mónica, cuando ambos estaban en Yllana. Ella era la 'road manager' del grupo teatral: «Era la época que más estrella me he sentido porque Mónica estaba pendiente de todo». Y en los pequeños detalles nació el amor: «Más que un matrimonio somos un equipo. De ella he aprendido que hay que tomarse un respiro antes de resolver un conflicto». Así, cada vez que siente que están a punto de discutir, Antonio sale a correr 8 kilómetros. Luego vuelve más calmado.
«Los actores buscamos nuestro niño interior», reconoce Antonio antes de hablar de sus hijos, Lucas y Carmela: «La paternidad te lo muestra, de hacer revivir las cosas de una manera básica, con amor. Me lo tomé muy en serio. Nos mudamos del centro para encontrar un sitio tranquilo donde pudieran jugar. Ahora tienen 16 y 14 años, les acompaño a festivales de música, me lo paso teta compartiendo con ellos como colegas. Estoy orgulloso de su capacidad de socializar, de participar. Son empáticos, han vivido muchas experiencias más allá de los videojuegos».
La foto. un manitas loco por los motores
Al pequeño Antonio le fascinaban las motos. Pero no para subirse a ellas y pillar las curvas a toda velocidad, sino para abrirlas en canal y escudriñar los secretos de sus motores. En el taller de su padre podía pasarse horas trasteando, alimentando al pequeño científico que crecía en su interior, siempre rodeado de cables, radios y los elementos de una electrónica que le fascinaba. Su hermana mayor le sacaba ocho años y la siguiente, cuatro, así que apenas jugaba con ellas.
Antonio no era un niño travieso. Es verdad que alguna aventura tuvo con una escopeta de perdigones y que llegó a romper los cristales de las farolas con una piedra, pero son apenas unas anécdotas en la trayectoria de un niño bueno: «Yo quería ser inventor. Me pasaba el día en el taller, solo, en mi mundo». Sabía que cualquier travesura se saldaba «con la zapatilla voladora de mi madre, que tenía una puntería... Yo tenía claro que me había metido en un lío cuando ella me llamaba por mi nombre completo, Antonio Miguel. Entonces sabía que me esperaba un castigo».
Antonio sabía desde pequeño que iba a heredar el taller: «Yo era el varón de la casa, me tocaba a mí. Siempre lo usé a mi favor, porque cuando no salía trabajo, yo me decía que al menos tenía algo seguro. Así que lo usé como un flotador maravilloso que me quitaba de los agobios. Ahora bien, si lo hubiera hecho, habría tenido dinero desde joven, porque el negocio funcionaba, no como lo de ser actor». Se puso a estudiar electrónica, pero en la escuela había un grupo de teatro y así fue como descubrió su vocación «pero a mí me gustaba el mimo, más lo físico que la oratoria, la expresión corporal. Yo había hecho bailes regionales. Lo que me gustaba era la transformación, la teatralización. Mi primera imitación fue en los carnavales de mi pueblo, fue Ángel Garó».
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