Este mesón medieval de carretera se vende por un millón de euros: «Quien se lo quede tiene el negocio asegurado»
Abrió en 1965 y, desde entonces ha sido parada obligada de camioneros y viajeros. Ya jubilada, la familia Gil busca relevo para su casa
Dónde comer lechazo o cochinillo asado en la A-1
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El Mesón Las Campanas, de Honrubia de la Cuesta, en una postal de los años 70
El teléfono del Mesón Las Campanas sigue dando tono. Al otro lado, en este restaurante de carretera –la de Madrid a Irún, justo a su paso por el kilómetro 135–, responde José Antonio Gil. «Sí, soy uno de los propietarios», matiza para ... contar que, pese a haber cerrado el pasado mes de octubre, allí sigue viviendo junto a su hermano Miguel Ángel y sus mujeres: Pilar Velasco y María Jesús Antón, respectivamente.
«Si abandonas esto, se estropea. Vivimos los cuatro aún aquí para cuidarlo y que quien se lo quede pueda abrir al día siguiente si quiere. El negocio está asegurado», responde una voz cansada tras 58 años de arduo trabajo en este asador de Honrubia de la Cuesta (Segovia). Lo venden.
Las llamadas de clientes preguntado si reabrirán son diarias, cuenta José Antonio, el mayor de los hermanos y quien ha estado al frente los fogones y el horno de asar. «Tengo 71 años y mi hermano 66. Nosotros levantamos esto y nosotros lo hemos cerrado. Hemos trabajado muchísimo hasta el último día. Nos da pena por nuestros clientes, pero tenemos que descansar», cuenta sobre este peculiar mesón, de decoración medieval que aún hoy luce las campanas que le dan nombre.
Una de ellas, en una espadaña erigida sobre una gran roca en la que muchos padres fotografiaron a sus hijos. Probablemente en la primera parada tras salir de Madrid. Tal vez en un desayuno, puede que para comer. Quizá de regreso, en una merienda, o en la cena a horas intempestivas con camioneros. «Al principio fueron nuestros principales clientes», dice.
«Se vende complejo hostelero por jubilación»
Siempre hemos tenido muchísimo trabajo. En verano sobre todo. La canícula castellana y el fuego del asfalto no eran óbice para disfrutar una buena sopa castellana, un plato de alubias con chorizo, el cochinillo, el lechazo o el pollo de corral que asaba con maestría José Antonio. También tenían otras especialidades en temporada: los cangrejos de río o las setas, por ejemplo. Y esos postres de siempre, como la leche frita y el flan.
Un bocadillo de morcilla y una conversación podían reconfortar al viajero en este espacio, que siempre destacó por su hospitalidad. «No queremos alquilarlo, porque te entra cualquiera y vete tú a saber cómo te lo deja. Queremos vendérselo a alguien que se lo quede y que quiera trabajarlo como nosotros. Nuestros hijo tienen sus carreras y sus vidas hechas...», deja caer.
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No habla del precio en la conversación. En un anuncio en internet se fija en un millón de euros. «Se vende complejo hostelero por jubilación. Nuestros 57 años de antigüedad nos avalan y la confianza de nuestros fieles clientes nos han acompañado a lo largo de nuestra trayectoria», reza en un conocido portal de compraventa desde hace diez meses. El teléfono sigue siendo el mismo.
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