PAsar el rato
De la vejez
La política exige menos esfuerzo que el cine y está mejor retribuida
José Javier Amorós: Leer periódicos
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Iniciar sesiónLa reciente intervención del profesor Tamames en el Congreso de los Diputados me inspira este artículo sobre la vejez. He ido adquiriendo la costumbre de convertir cualquier cosa en un artículo de periódico, como dijo de sí el gran Julio Camba. No ... sé cuántos viejos hay en Córdoba, ni tengo intención de salir a la calle a contarlos. También rechazo incluirme en la categoría, aunque no me faltan méritos.
La vejez es un estado de ánimo, independiente de las articulaciones, no el diagnóstico tuitero de un joven intelectual con obra fundamentalmente bebida. Viejo es el que se siente viejo, no el que se sabe viejo. No podemos gobernar el paso del tiempo, pero sí nuestros afectos. Hay gilipollas viejos, lo mismo que hay gilipollas jóvenes.
El problema, entonces, no está en ser viejo o ser joven, sino en ser gilipollas, un obstáculo para la evolución inteligente de la especie. La necedad es un vertedero al que pueden ir a parar todas las edades. Uno de los ancianos de la tribu habló hace pocos días en el Congreso de los Diputados. Al Congreso de los Diputados no se va a hablar, sino a exhibirse, también los dos o tres diputados que se expresan con algún nivel.
La política exige menos esfuerzo que el cine y está mejor retribuida. Escuché al profesor Tamames, aunque no constantemente, y por momentos me pareció que hablaba como si se le estuvieran agotando las pilas. Y no obstante el poco entusiasmo que ponía en su trabajo, por cultura y por ingenio resultaba abrumadoramente superior a la suma de todas las jóvenes inteligencias que componen el Consejo de Ministros.
Releo 'De senectute', de Cicerón, con su visión optimista y creativa de la vejez, y me siento con fuerzas para llegar en buena forma a los 150 años, que es cuando calculo que se abrirá en Córdoba la Biblioteca de Los Patos. Dos mil años después de Cicerón, un pensador italiano publicó una especie de autobiografía con el mismo título que el gran maestro romano.
En ella, el profesor Norberto Bobbio se refiere a la vejez en un tono tan melancólico, tan claudicante, casi depresivo, que al lector de una cierta edad le entran ganas de darse el pésame. Tal como veo yo el paso del tiempo, a Cicerón lo asesinaron recién salido de la adolescencia: 63 años. Murió teniendo todo el pasado por delante, y por eso podemos leerlo hoy con gusto y con provecho, los que lo leemos con gusto y con provecho.
Que no es el caso del presidente del Gobierno, cuya mayor hazaña cultural consiste en «hablar inglés con locuacidad e ignorancia». A mí no me incomodan las palabras viejo y vejez, que tantas veces se usan con intención valorativa, para destacar cualidades, ventajas, merecimientos. Viejos amigos, viejos libros, viejos vinos, viejos paisajes, viejas costumbres, viejas canciones, viejos pueblos, viejos profesores. El profesor Tamames es un viejo, un viejo inteligente y culto, un viejo sabio, un viejo profesor. Y también un viejo vanidoso, que no es una consecuencia necesaria de todo lo anterior, sino una mancha en el paisaje de la excelencia. Otros únicamente pueden exhibir el engreimiento por todo currículo.
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