todo irá bien
No te rayes. Sigue jugando
«Ni el Balón de Oro es un premio (es un negocio, y uno bastante bueno); ni Lamine Yamal es un jugador, es una marca»
Lamine Yamal, una primavera sin flores
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Iniciar sesiónBarcelona amaneció sembrada de anuncios de Lamine Yamal para Nesquik. «No te rayes. Sigue jugando». Es una campaña publicitaria, con su estrategia y sus intereses. Por supuesto. Pero es también una respuesta, y muy elocuente. Una respuesta dirigida no a los fans (con un ... perdedor hortera «muchas gracias, vosotros sois el oro») sino a los clientes del futbolista, con un mensaje propositivo, para vender más. Una operación comercial de primer orden, 'business as usual'.
Porque ni el Balón de Oro es un premio (es un negocio, y uno bastante bueno); ni Lamine Yamal es un jugador. Este chico es una marca y jugar a fútbol es uno de los escaparates, todavía hoy el más importante, pero ya veremos cuando pasen los años. Y la marca de Lamine Yamal tenía su respuesta preparada, bien pensada y bien cobrada. Los premios —y por cierto unos premios muy de otra era— pueden darlos a quien quieran, pero yo continuaré sonriendo porque mis clientes no dependen de vuestro reconocimiento sino de mi postureo, y continuaré cobrando porque es más importante la viralidad que los títulos, la filigrana que la sustancia, el culto a la persona que la contribución al equipo.
Ésta es la dialéctica brutal de las visualizaciones y los 'likes', tan emocional, tan adolescente. Antes los cantantes sudamericanos se consagraban en las listas de éxitos de los Estados Unidos. Hoy Bad Bunny es el artista más rentable del mundo bajo la ética (¡y la estética!) de jurar que no pisará aquella tierra imperialista. Para entender a Lamine Yamal es imprescindible entender a Bad Bunny. Hemos cambiado de era y de paradigma.
La gala de París, tan encorsetada, tan políticamente correcta, tan cargada de clichés de nuestro tiempo, de cuando nosotros nos creíamos modernos, Lamine Yamal y sus enanos la vieron mirando por el retrovisor. Fue como cuando en 2003 íbamos a cenar a Taillevant (un tres estrellas Michelin París) y Ferran Adrià ya había hecho saltar la tiranía de la cocina francesa por los aires.
La reacción del padre fue también casposa, 'ancien régime', quejarse de robo y en un programa de televisión, la mano negra, esa vieja conocida de la afición, «es la hora de los coraceros, gritaba el Emperador, tal vez en Borodino».
Su hijo tenía el anuncio preparado, a sus amigos en París, su iPhone 17 Pro, el naranja, el más nuevo, el más macarra, y hoy es más rico que ayer pero menos que mañana. Y la próxima gala, o la siguiente, veremos para empezar si todavía existe, y lo que tiene que pagar para que vayan a hacer el paripé estrellas mucho más brillantes, mucho más ricas y con mucho más público —es decir, clientes— en sus redes sociales.
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