Talavante pone el triunfo y Emilio de Justo el toreo caro

Sin ahondar anduvo Talavante con el Orfebre primero, que metía la cara con un molesto punteo que pulir. El viento tampoco ayudaba a la limpieza de una labor empezada brevemente de rodillas, con molinetes por doquier y poco jugo. Generosa la oreja. Algo más de impronta tuvo la del cuarto, que era de dos. Serio y guapo Carafina, con hechuras para embestir de pitón a rabo. A saltitos se movía por momentos, pero su intención era humillar con una transmisora casta. El que se rebrincó de lo lindo fue el vendaval, provocando un remolino imposible. Peleaba Alejandro con las telas como el pirata con las velas del oleaje. Entre unas cosas y otras, quedó la sensación de que no terminó de explotar al del Puerto a babor, por donde rezumó la luz de un cambio de mano con la embestida humillada y ralentizada. Aplaudía el pacense la brava muerte de Carafina antes de pasear el premio que lo aupaba en volandas.

No se puede torear tan profundo como De Justo y rematar tan mal con el acero. Como si la maldición de la Chata se trasladara a la Glorieta. Hecho cuesta arriba el largo segundo, bien comido y sin exageraciones en la cara. De najas salió Cuba –de tan buena reata– al sentir la puya en el primer encuentro, pero en el siguiente metió riñones. Danzó el de Torrejoncillo en un quite de brazos caídos por chicuelinas, adornadas con una barroca media. Un aroma de torería impregnaba cada rincón del círculo mágico en la apertura por doblones, con una triada rodilla en tierra ordoñista. Todo con sentido y sensibilidad, incluso aquel molinete o ese pase que sublimaba los de pecho. Que no, no hay torero que lo supere en tal modalidad. El derecho era el pitón de Cuba, con una noble calidad que aprovechó a su altura con ligado temple y ese broche de eternidades en el pase donde su puño acaba en el corazón. Bajó el tono por el otro lado, pero en la vuelta a la mano de escribir regaló trincheras de paz mientras el animal pedía ya la muerte. El acero oscureció el marcador, que se quedó con un solitario trofeo en el quinto al descender la espada a los sótanos. El lado de la cuchara era también el de Jaquetón, que sacó un fondo de casta, toreada de verdad por Emilio, quien sufrió un pitonazo cuando tomó la senda zurda. Por ahí siguió con sitio, méritos y agallas antes de regresar sin espada a la naturalidad de su diestra, que falló en la suerte suprema. Sin la foto del triunfo se quedó.

Roca Rey se apuntó un nuevo lleno, pero no tuvo su tarde. Ni con el tercero, un toro con movilidad y buen tranco que se rajó tras dos asentadas tandas después de tanta carrera en los primeros tercios. Y luego se las vería con el sexto, el peor, en el que Antonio Chacón anduvo enorme con los palos.