San Isidro: la casta brava del Pilar
Javier Cortés corta una oreja por una faena clásica a un toro de espectacular bravura, el más completo del encierro
Javier Cortés
Va tomando fuerza la Feria de San Isidro. El mexicano Arturo Gilio pagó con sangre su entrega pero dejó buena sensación de torero capaz. Los novillos de Los Maños dieron un espectáculo de espectacular bravura. En el cartel de esta tarde, no hay figuras pero ... sí tres diestros estimados en Madrid. Los toros de El Pilar, domecqs salmantinos, a través de Matías Bernardos y Aldeanueva, serios, bien presentados, dan, en general, un juego excelente: bravos, encastados, nobles, repetidores... Lo que tantas tardes echamos de menos. Destaca el primero, muy completo, al que Javier Cortés corta la oreja. Como aficionado, también me interesa mucho el tercero, que a veces se raja pero embiste con gran codicia y enorme transmisión. En el cuarto, Cortés roza un triunfo grande que finalmente se le escapa. Tomás Campos no tiene su tarde. Francisco José Espada se entrega pero falla con los aceros.
La trayectoria de Javier Cortés merece el máximo respeto: en septiembre de 2019, en este mismo ruedo, sufrió una terrible cornada en el ojo derecho, que no fue suficiente para cortar su carrera. Después, recuerdo una tarde triunfal suya en Alcalá de Henares, con toros de Victorino Martín, al día siguiente de haber sufrido una herida. Queda clarísimo, en su caso, que ésta es una profesión de auténticos héroes.
Tiene la fortuna de que le toca un gran toro, Bastardero, bravo de verdad, que va bien al caballo, repite incansablemente, transmite emoción. Javier lo engancha bien, baja la mano, prolonga la embestida, lo lleva prendido en los vuelos de la muleta: una faena clásica, muy de Madrid, que levanta olés. Lo mata impecablemente, por el hoyo de las agujas. El bravo toro se resiste a morir y suena un aviso, mientras cae. Recuerdo yo a Miguel Hernández: «Respira corazones por la herida / desde un gigante corazón vecino / y su vasto poder de piedra y pino / cesa debilitado en la caída». ¡Qué belleza la muerte brava de un toro encastado! Javier Cortés corta una merecida oreja.
El cuarto, muy bien picado por Óscar Bernal, saca nobleza pero le falta el empuje de los anteriores: el diestro está más cómodo pero la faena tiene menos emoción. Se jalean algunos muletazos por bajo, en cierto momento parece que puede lograr otra oreja y la Puerta Grande pero le falta un punto al toro (y al torero). Esta vez mata a la cuarta. Le quedaban al toro sólo unos meses para los seis años pero no ha sacado sentido sino nobleza.
El extremeño Tomás Campos, de Llerena, tiene fama, entre los profesionales, de diestro con clase pero también ha sufrido percances: en 2019, una cornada grave en Cenicientos y una fractura, en Madrid. El segundo, colorado, bien armado, también saca casta pero menos nobleza que el primero. Aunque flaquea un poco, aprieta al diestro a lo largo de toda la faena. Haciendo un esfuerzo, logra algún natural pero el mando ha sido insuficiente, sufre algún desarme y mata de un bajonazo.
Al quinto, incierto, le pegan en varas mucho y mal; espera en banderillas. La faena es voluntariosa, desigual; prolonga, sin eco, y mata mal. No ha sido su tarde.
En Las Ventas ha rozado varias veces el triunfo grande, de novillero y de matador, Francisco José Espada, de Fuenlabrada. El tercero arrea mucho, hace hilo con Jesús Arruga, se luce Iván García. En la muleta, el juego es muy interesante: tardea, a veces se raja pero, cuando le sujeta, repite incansable, con gran emoción. Se puede hablar de un manso muy encastado: uno de esos toros –define con acierto mi vecino– que «te quitan el aire». La faena de Espada no es limpia pero sí valiente y meritoria. No es toro para encimismos ni manoletinas, surge la división. Se vuelca al matar y la espada queda contraria. No podemos pedir que todos los toros sean bravos pero sí que sean encastados.
Nobleza y arrimón
El último, Guajiro, de buena estirpe, flaquea un poco, embiste con nobleza. Espada está muy voluntarioso, se luce en los pases de pecho pero la faena no cuaja. Acaba pegándose un arrimón, con gran firmeza. Logra una buena estocada pero falla con el descabello y se libra por pelos del tercer aviso.
A pesar de este triste final, hemos visto una gran corrida de toros. Cuando en la Plaza hay toros bravos, el buen aficionado nunca se aburre. Todos aplaudimos la casta brava de Javier Cortés, que le ha hecho superar su percance, y la calidad de su buen toreo clásico. Merece que le den oportunidades.
Posdata. Se anuncian, para las próximas tardes, carteles con solamente dos o un matador. El grave percance que sufrió hace poco Emilio de Justo ha vuelto a poner de actualidad el tema de los sobresalientes: esa tarde, Álvaro de la Calle, que apenas había toreado, se quedó con cinco toros de ganaderías duras y resolvió la papeleta con dignidad pero el problema sigue ahí. Cuando una primera figura se encierra con seis toros, suele contratarse como sobresaliente a alguien con escasa experiencia, con la esperanza de que no tenga que actuar. La razón es doble: porque cobra poco y porque muchos diestros no aceptan ese papel subordinado. ¿Hará falta que suceda una tragedia para que se busque a esto una solución razonable?