La Compañía Nacional de Danza, en la Zarzuela: la imborrable herencia de Balanchine

A juzgar por lo visto en el Teatro de la Zarzuela, donde presenta hasta el domingo 17 un programa triple con el denominador común del neoclasicismo, el objetivo se ha conseguido. Hay en el conjunto una calidad, una coherencia y un compromiso que se traduce en un excelente desempeño sobre el escenario.

A ello contribuye en gran medida el precioso programa propuesto, con tres coreógrafos europeos vivos: el neerlandés Hans van Manen (1932), el británico Christopher Wheeldon (1973) y el ucraniano -aunque nacido en Leningrado, hoy San Petersburgo- Alexei Ratmansky (1968), que al saludar tras el estreno enarboló la bandera ucraniana.

'Grosse Fuge' es una coreografía que ha cumplido ya medio siglo de vida (se estrenó en 1971). Nació en un contexto de efervescencia de la danza neoclásica y contemporánea centroeuropea, con Holanda como su principal epicentro. Hans van Manen es uno de los principales creadores de aquella corriente que aportó un soplo de aire fresco al panorama dancístico, dominado entonces por las vanguardias rupturistas. 'Grosse Fuge' ('Gran Fuga') se basa en dos cuartetos de cuerda de Beethoven, aquí interpretados en su arreglo para música de cámara. En España la presentó a finales de los ochenta Víctor Ullate. Es una pieza hermosa, inspirada y musical, de aliento lírico y gran respiración.

Las dos coreografías que completan el programa tienen un nexo común: la herencia de George Balanchine, el coreógrafo ruso que, establecido en Estados Unidos, renovó el ballet completamente, despojándolo de su rigidez formal y transformando las almidonadas reglas del juego. Tanto 'Polyphonia' como 'Concerto DSCH' se crearon para el New York City Ballet, la compañía en la que Balanchine estrenó buena parte de su repertorio, y en la que Joaquín de Luz bailó durante años.

'Polyphonia' es una coreografía prodigiosa. Sobre la difícil música de Ligeti (interpretada con rigor por Mario Prisuelos, al igual que a Shostakovich), Christopher Wheeldon dibuja una pieza profunda, acariciadora y quebrada al tiempo, muy clásica en sus movimientos -además del homenaje formal a Balanchine, hay referencias casi literales a ballets como 'El lago de los cisnes'-, creando un bellísimo y fascinante contraste entre foso y escenario. Esta noche de estreno permitió ver a la estadounidense Lauren Lovette, una bailarina de formas poéticas y una exacta musicalidad.

'Concerto DSCH' es una explosión de color, de vitalidad, de dinamismo creada por Alexei Ratmansky sobre el concierto que Shostakovich escribió para su hijo Maxim como regalo de cumpleaños. Vibrante, trepidante, los movimientos se trenzan a través de un juego imparable. Es una coreografía que sonríe abiertamente, que hace disfrutar a los bailarines (a pesar de sus dificultades) y, como consecuencia, al público, que aplaudió la entrega y la calidad de los bailarines y músicos (dirigidos con habilidad por Manuel Coves) al final de la velada.