Los epilépticos Borja de Carles Santos
«L´adéu de Lucrècia», ópera en un acto con libreto de J. F. Mira y música de C. Santos. O. de Cambra del Teatre Lliure. O. Nacional de Cambra d´Andorra. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Dirección musical y de escena: C. ... Santos. Teatre Lliure, Sala Fabià Puigserver, 22 de noviembre.
Inaugurar el nuevo Lliure representó la concreción de un sueño largamente acariciado, pero hacerlo con una ópera -aunque se evite la palabra y se reemplace en todo sitio con «espectáculo»- implicó unir al festejo no sólo a actores emblemáticos de la casa, sino también a su Orquestra de Cambra. Hacerlo con un estreno era un vuelo aún más ambicioso y, una vez autodescartado Pasqual, se invitó a Carles Santos para cumplir con los honores. «L´adéu de Lucrècia Borja» que finalmente levantó el telón del Teatro Fabià Puigserver, nació como cantata escénica en febrero para celebrar los 500 años de la Universitat de València. Con orquestación de Pere Puértolas, también pudo verse en mayo en Barcelona en versión sinfónica y ahora, para recibir a la flamante sede del Lliure, los Borja de Santos tomaron vida escénica convirtiéndose en un espectáculo pesado, cansador, que desprecia no sólo el libreto -absolutamente nadie en la sala se enteró de lo que narra-, sino también a las voces.
En búsqueda constante del impacto sensorial, Santos se olvidó de explicar la historia. No hubo tensión ni articulación dramática, todo se redujo a una sucesión de escenas ininteligibles que movían a la risa nerviosa gracias a fallidas soluciones escénicas. Santos sólo pareció interesado en que el público se llevara a casa las imágenes con las que quería golpear, como su ya reiterativa proliferación de cruces o la ya exhibida chica desnuda sobre el piano. Santos insiste en «religioanalizarse» a costa de su público y, si en «Ricard i Elena» la imaginería de Marielena Roqué conseguía imágenes inolvidables, en «L´adéu...», al final, todo resulta olvidable, salvo el esfuerzo y la entrega de sus intérpretes.
Con citas a la música árabe, a la popular valenciana, al canto gregoriano e incluso a los ya históricos minimalistas, la partitura es terriblemente simple de armonía y con una arquitectura muy poco compleja. «L´adéu...», eso sí, es rica en texturas y colores gracias a la instrumentación de Puértolas; los rápidos contrastes tímbricos y rítmicos son otra de sus características, lo que se une a un afán por obviar matizaciones.
Santos cree que para remover a la burguesía sólo hace falta un buen fortísimo en la entrepierna. ¿Qué sentido tiene hacer cantar a los solistas ante el «tutti» de coro y orquesta -en forte- si no se oyen, si no se entiende ni una sola palabra? Por suerte, la ocasión obligó a dibujar personajes nuevos encarnados por actores -los históricos Homar, Lizaran y Bosch- cuyos parlamentos clarificaban y dosificaban la trama.
La masa coral, como ya pudo verse en su versión sinfónica, comenta, susurra, chilla, siempre buscando el golpe de efecto, jugando a ratos con partículas melódicas mínimas, lo que también salta a solistas e instrumentistas. Los cantantes-actores-títeres hicieron lo que pudieron ante las exigencias de la dirección escénica: el contratenor Jordi Domènech demostró con creces su rotundidad vocal, pero el esfuerzo que esta partitura le depara puede significar su ruina; la soprano María José Riñón nuevamente acertó en sus sobreagudos, mientras que tanto Antoni Comas como Anna Moreno-Lasalle solucionaron con solvencia sus partes. Ni Toni Marsol ni Claudia Schneider ni Mariona Castelar lograron atraer la atención, con prestaciones insuficientes tanto por material como por posibilidades.
Todos los presentes, sin excepción, estaban ansiosos de vítores, de ovaciones de pie. Fue una lástima que la inauguración del nuevo Lliure se cerrara con un aplauso dubitativo y cortés. El tremendo esfuerzo merecía un triunfazo.
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