Sostres y su ídolo de la infancia: Buscando a Puyal en cada artículo
Un verano perdido
«Le gustó cómo escribía y acabó por darme el que fue mi primer trabajo tras tantas noches y años de haberlo soñado y peleado»
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Iniciar sesiónAlgunos lectores se preguntan si lo que escribo en estos artículos veraniegos es real o me lo invento. Yo era un chico extraño, enrevesado, que tenía una idea del mundo algunos peldaños por encima de mi capacidad para alcanzarlo. Pero siempre veía un camino y ... nunca dejaba de intentarlo. Tenía 16 años y mi referente era y nunca ha dejado de serlo el periodista Joaquim Maria Puyal, el primer narrador en catalán de los partidos del Barça además de autor de programas de culto en TV3 que tenían siempre en cuenta el uso del catalán, el uso culto, civilizado, universal del catalán y eso me fascinaba. Era 1990 y mi única misión era conocerlo y trabajar con él.
Durante el curso podía ir a verlo al Camp Nou y a veces me dejaba entrar en la cabina, otras lo esperaba fuera y lo acompañaba, si veía que podía, al coche. Eran encuentros breves, seguramente para él nada significativos, pero para mí eran un paso más hacia la cima, algo inconcreta pero cuya luz iluminaba toda mi vida. Los meses del verano en que no había fútbol eran muy frustrantes porque no sabía cómo perseverar en mi esfuerzo, y mareado de calor y de aburrimiento me abrumaba el terror de ser un incapaz y un desgraciado. Sabía que Puyal vivía en la calle Baños Nuevos, cerca de la plaza Real, yo todavía vivía con mi madre y mi hermana en calle Caballeros, Pedralbes. Y un día, más bien una noche, sin saber muy bien cómo ni por qué, empecé con la rutina de ir andando de mi casa a la suya. No es que llamara a su puerta ni siquiera esperaba encontrarlo, simplemente iba y en el camino imaginaba frases que podía decirle, trozos de una conversación o cómo sería un día de trabajo a su lado. Cada noche lo mismo durante los dos meses largos que estábamos sin fútbol en aquellos tiempos; más de sesenta noches y muy pocas me ausentaba porque me sentía faltando a mi deber.
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Seis kilómetros entre mi casa y su casa daban para pensar mucho y luego la vuelta, siempre andando, con el mismo calor que hoy y creo que algo más, aunque no le llamábamos cambio climático sino simplemente verano. Pensaba como se piensa cuando tienes 15 años, y es tanto lo que pasa por tu cabeza, y tan poco lo que en realidad te pasa, que los pensamientos empujan y parecen cobrar vida, y de estos paseos yo llegaba a casa muy tarde, cansado pero de un cansancio que hoy me recuerda al de haber estado bebiendo, con alguna confusión entre lo vivido y lo imaginado, aunque a esa edad por no beber no bebía ni agua.
Empecé a escribir unas cartas sobre cada una de aquellas noches, con lo que veía, con lo que pensaba, con lo que imaginaba que sería trabajar con él, y aquellas cartas se las di la primera noche que volvió al estadio, como cada temporada fue por el Gamper, que entonces se disputaba el tercer martes de agosto y eran cuatro equipos y duraba dos jornadas. Las leyó, junto con otras que le mandé desde Dublín -mi madre tuvo la ocurrencia de mandarme allí a estudiar el COU- y le gustó cómo escribía y acabó por darme el que fue mi primer trabajo tras tantas noches y años de haberlo soñado y peleado.
Por eso cuando me preguntan si es real lo que escribo pienso en mis noches hacia Baños Nuevos, en mi primer trabajo, aunque trabajar en la tele nunca fue lo mío y duré sólo un año. Pienso en Puyal, Quim que es como le llamo, y en que a pesar de que somos muy amigos desde hace más de 30 años, estar en su presencia me continúa impresionando. He vivido para escribir y escribiendo lo que me pasaba, forzando la vida -y no al revés- hasta que se vuelve metáfora. Son muchos paseos de madrugada, sin rumbo cierto, muchas intuiciones sin propósito claro, muchas miradas extrañas a las que me he acostumbrado pero continúan siendo extrañas; y la sensación de que todo y en cualquier momento podría acabarse, que también la he tenido escribiendo estos artículos, una angustia desesperante que me tortura y contra la que nunca puedo dejar de pelear pero que es a la vez la que me mantiene en la lucha.
Sigo llegando tarde, mareado al final del día, buscando a Puyal en cada artículo. Estoy hecho de mi hombre destruido y el gran periplo trae estrellas a la costa.
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