Sostres un verano de 1991: Agostos sin nadie con quien ir a cenar
un Verano Perdido
«Queremos un mundo limpio y transparente; un mundo en que la mentira no forme parte del juego»
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Iniciar sesiónEl excomisionado de la dana ha recibido el alta tras haberse intentado suicidar, también mi madre la recibió en el verano creo que del 91 tras haber intentado lo mismo. Mi abuela tenía razón en casi todas sus disputas y mi madre era demasiado ... débil y estaba demasiado triste para ir a guerras absurdas y que tenía perdidas de entrada. Y yo entendía a mi abuela, era la única a la que entendía pero le decía: ¿hace falta llevarlo tan lejos? Tener razón está bien, señalar el error o la falta del otro resulta a veces necesario. Pero ¿qué ganamos con los escarnios?
Antes de ser padre mis veranos eran muy solitarios. Por mi aversión a dejar la ciudad y el aire acondicionado, y a las casas de la playa o del campo, me quedaba solo en Barcelona, sin amigos con los que quedar, con todo cerrado, y contaba los días para que con el Gamper la mayoría volvieran e ir juntos al Camp Nou.
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Aquel verano fue el más triste, el más solitario. Mi madre estuvo unas horas en el hospital, para el lavado de estómago, y cuando salió, en silla de ruedas y una sonda, lo primero que hizo fue disculparse, pobre, y prometerme que no volvería a hacerlo.
Nos fuimos los dos a casa, mi hermana no estaba, y durante unos días me ocupé un poco de todo: sobre todo de ella pero también de mi abuela, que todo el rato me llamaba, la mitad de las veces diciendo que ella no era culpable y que mi madre era un desastre; y la otra mitad explicando lo mal que sentía, cuánto quería a su hija, y se acusaba de ser una mala madre.
Todo era cierto: la razón de mi abuela, la desesperación de mi madre, su debilidad, su poca inteligencia, demasiados golpes demasiado joven, pésimas decisiones, enemigos imaginarios. Pero tener razón es también preguntarte qué hacer con ella. Y vale más que aciertes si no quieres perderla. José María Ángel presumió de un título universitario para cobrar más y esto está mal. Queremos un mundo limpio y transparente; un mundo en que la mentira no forme parte del juego. Nos hemos vuelto duros, inflexibles con la mancha ajena.
Vale. Entonces ¿qué hacemos con los débiles, qué hacemos con los que se equivocan, qué hacemos con los que no tienen razón e insisten en discusiones estériles? Porque los hay y muchos. Yo hasta diría que son la inmensa mayoría. ¿Qué hacemos con ellos en nuestro nuevo paradigma de perfección inmaculada? ¿Los mandamos fusilar o les damos pastillas pero que de verdad funcionen para no tenernos que manchar?
Y cuando hayamos decidido la solución final para ellos, ¿qué hacemos, qué hacemos exactamente con nuestros defectos, con nuestras faltas, con nuestra mediocridad, con el insigne carrerón de renuncias, cobardías y quiebros que todos llevamos? Yo pensaba que mi abuela tenía razón y lo continúo pensando, y mi relación tan difícil con mi madre tiene seguramente que ver con muchas de aquellas disfunciones que tanto desesperaban a mi abuela y sobre las que la vida de su hija continúa girando.
Pero al recoger los trozos de tu madre y más si es verano y estás solo en la ciudad y no tienes a nadie con quien salir a cenar, te das cuenta de lo lejos que están algunos de poder aguantar la presión y es fácil aunque incómodo verse reflejado en los trozos.
Mi abuela ha sido el referente más importante de mi vida pero desde aquel día pienso que la sed justiciera tiene mucho más de brutal que de sincero propósito de regeneración o de idea del bien, y que nunca es introspectiva, ni es generosa, y se usa siempre como arma arrojadiza contra el otro. También pienso que la debilidad, el error, el dolor tendrían que despertar una cierta empatía. Mi madre fue tontísima abriendo una guerra con mi abuela pero mi abuela en lugar de asumir que tenía una hija poco dotada fue a por ella.
Aquellos días de 1991 me vinieron a la memoria cuando encontraron al excomisionado herido y solo y me alegro por él y su familia de que haya podido volver a casa. Ni causó las muertes ni su mentira ha puesto en riesgo a nadie. Y seguro que como comisionado intentó hacer lo mejor.
Nos gusta el drama, el límite, queremos sangre. Así escribimos, así vivimos. Pero entre los trozos del excomisionado he visto los de mi madre -y también los míos, aunque todavía no han llegado-. Suerte que hace años que la Liga empieza mucho antes, que al Gamper ya hemos ido y que mi hija nunca ha esperado que fuera perfecto, impoluto, su padre.
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