Sostres en una barbacoa: una casa en el campo
Un verano perdido
«Me gusta la carne pero esta exposición tan abundante, y el calor, y las moscas, me da un poco de asco»
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Iniciar sesiónDetesto las barbacoas y por desgracia cada verano me invitan a unas cuantas. La mayor incomodidad de nuestra era no la provocan los insultos o las hostilidades sino la absoluta falta de inteligencia de quien nos quiere halagar sin detenerse a pensar cómo ... somos.
Este año por ustedes he aceptado ir a una. Es en una casa en las afueras de Barcelona. Amigo de un amigo que tiene un primo, etcétera. El que vive a las afueras, de lo primero que trata de convencerte, es de que desde su casa al centro se llega antes que si vives en la ciudad, colapsada por el tráfico. Qué argumento tan oportunista, tan cobarde. Y además al llegar me enchufan una cerveza y yo odio las cervezas, tan ordinarias. Comer en el bosque aire libre, los vasos de plástico. Y todos parecen felices con estos taquitos de queso de supermercado, patatas fritas de bolsa y aceitunas que nunca conocieron un árbol.
El contacto con la naturaleza atonta al hombre libre y lo vuelve fanático. La conversación la lleva el hombre de la casa, 45 años, y va sobre las ventajas de educar a tus hijos en el campo. Y cómo la familia está tan unida por vivir en esta casa. La carne todavía cruda, puesta encima de una mesa de plástico. Moscas que van y vienen, bochorno sin brisa, sin esperanza, el dueño sin camiseta pero con delantal. En mi mundo los dos grandes pactos son el desodorante y los restaurantes indoor y refrigerados.
La atracción del día es la visita del hermano pequeño del anfitrión, finalmente comprometido con una chica de muy buena familia. Todavía no han llegado. Del novio todo el mundo habla con paternalismo y simpatía, especialmente su hermano mayor. De la chica se recalcan sus posibles y que no es muy agraciada, y entonces empiezan las bromas sobre las motivaciones reales de la pedida de mano, que fue la semana pasada. El dueño de la casa zanja el cotilleo con un elogio –algo condescendiente, pero elogio– de la muchacha, a la que conoció en una fiesta de hace un par de años –él estaba ya casado y era padre y vivía en esta casa– y se la presentó a su hermano.
Se oye a lo lejos un coche y todos decimos «son ellos» y efectivamente lo son y el anfitrión dice «pues al lío» y empieza a ocuparse de la carne. Mucha, mucha carne, de todos los tipos, de todos los animales. Me gusta la carne pero esta exposición tan abundante, y el calor, y las moscas, me da un poco de asco. Huele a muerte y a pino seco. Las moscas, los grillos y el aleteo de algunas palomas o tordos –siempre se mueve algo en el bosque– son la orquesta. El sudor son las lágrimas de mi cuerpo. Cuando me veas sudar no es sólo que tenga calor.
El hermano pequeño encarna la virtud efervescente de las cosas. La chica es en verdad poco agraciada, y torpe, y está fuera de lugar en las conversaciones y son terribles los comentarios que empiezan a circular sobre ella en los corrillos en los que no está. Estamos acostumbrados a que chicas jóvenes y muy hermosas anden con vejestorios, y tenemos muy asumida la ecuación. Pero al revés todavía impacta ver cómo se acerca un hombre, coquetín como es el caso, joven y atractivo, a una chica muy rica pero feucha y sin habilidad social.
Ajo en las tostadas, en el allioli, ajo por todas partes, todo es horrible pero todo es amable porque aunque con sus fantasías rurales, la mayoría son muy majos. Necesito descansar de esta vida desparramada y entro al salón, el aire acondicionado. Camino del baño escucho un ruido como de algo que ha caído en el piso de arriba y subo por si uno de los niños se ha hecho daño.
Algo ha caído, en efecto, y es una lámpara. Pero a juzgar por cómo está puesto contra la pared con la prometida de su hermano, se la ha caído al padre. Tengo la pequeña esperanza de que no me hayan visto pero es una esperanza absurda y Poco Agraciada de vuelta en el bosque me toma del brazo, me aparta del grupo y me dice: «Entiéndeme. Es el único en mi vida que me ha mirado con ganas. No pudo ser porque estaba casado pero su hermano estaba libre y pensamos que sería la manera de no alejarnos».
Tal vez los de ciudad seamos demasiado cínicos, pienso. Mira lo que une a la familia una casa en el campo.
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