Rafael Riqueni, del pozo a triunfar en Nueva York: «Si no te han pasado cosas en la vida, ¿qué vas a contar?»
El genio de la guitarra flamenca –tras pasar por un infierno personal– pisa las tablas neoyorquinas por primera vez
«La cárcel no es un sitio para filosofar ni componer»
Corresponsal en Nueva York
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Iniciar sesiónRafael Riqueni (Sevilla, 1962) camina por las calles del centro de Brooklyn como un espectro. Con barba desaliñada y andar cansino, le cuelga un abrigo de cuero largo hasta los pies. Lleva en el rostro las hendiduras de la vida y de sus dolores. ... La ojera abultada, el bigote quemado. Y en la mano, la guitarra en su funda. Cualquiera le podría confundir con un viejo músico callejero, de los que apenas quedan en Nueva York, los debe haber matado el precio de los alquileres. Pero Riqueni es un genio del flamenco, colocado sin discusión entre los mejores guitarristas del último medio siglo. Camina hacia la prueba de sonido en Roulette, una sala de conciertos que acoge el estreno de la 23ª edición del Festival de Flamenco de Nueva York.
Riqueni parece un fantasma quizá porque lo fue. Cayó en un pozo en el que se mezclaron el suicidio de su padre, la depresión, un trastorno bipolar, la noche, el alcohol, la droga. Perdió una carrera brillante, de prestigio insuperable en el mundo flamenco. Aparecía en el Madrid del Candela o de La Soleá, como una visión borrosa de quien fue, trastornado, inhabilitado para el arte.
«Lo bueno es que ahora he vuelto», dice a ABC en la habitación de su hotel, a pocos pasos de Roulette. Lo pronuncia como si acabara de pasar, quizá porque para él cada día es volver a empezar. Pero su recuperación viene desde 2011 -cuando empezó a trabajar bajo el ala de su actual manager, Paco Bech- y se certificó en 2015 con el espectáculo 'Parque de María Luisa', en el Teatro de la Maestranza. De aquello salió un disco homónimo que significó su retorno discográfico tras una sequía de más de dos décadas. Desde entonces, a pasos cortos y frágiles, como los que ahora le llevan a la sala de concierto, ha recompuesto su estatura en el mundo flamenco.
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Uno de esos pasos es este concierto, el primero que ofrece en Nueva York. Recuerda que vino en una ocasión acompañando a otro monumento del flamenco, Enrique Morente, en un evento de la ONU. Y, antes, viajó a Los Ángeles, a una actuación privada en la que estuvieron Ronald Reagan y Gregory Peck. «Le gustó mucho cómo tocaba, me invitó a su mansión», recuerda sobre el actor que no llegó a presidente.
Pero esta ocasión es la primera que comparece en la Gran Manzana como solista. Más que solista: solo. Él y su guitarra, en un teatro íntimo de 1927. Arranca abierto en canal con la melancolía de 'Triste Luna', de su último disco, 'Herencia'. Pronto llega a los fandangos 'A Niño Miguel', grabados en su primer álbum, 'Juego de niños', una de sus pocas incursiones en el comienzo de su carrera, dedicada a aquel guitarrista de Huelva. Niño Miguel fue una sensación en la década de 1970, pero fue víctima de la esquizofrenia y de la heroína. Acabó en la indigencia, tocando en las calles de su ciudad durante décadas, muchas veces con guitarras de tres cuerdas a las que sacaba una sonoridad prodigiosa.
Riqueni conoció a Niño Miguel de niño, cuando el onubense estaba en su apogeo, y le entregó en tributo unos fandangos asombrosos.
—¿Qué significó para usted aquel guitarrista?
—Lo de Miguel me caló mucho. Entonces él tenía veintitantos, estaba pletórico, tocaba increíble. Yo no he visto a una persona tocar así nunca. Mi padre me llevaba a verlo a los conciertos en Sevilla y me quedaba con él en el camerino, me ponía falsetas. Me impresionaba, ha sido una de las guitarras mas importantes de España. Quizá por ponerse enfermo y por las cosas que vivió luego no se le ha tenido tan en cuenta, la gente no ha tenido suficiente información para saber que este hombre era un genio. Su estrella duró poco. Grabó dos discos y desapareció.
—Entonces era imposible pensar que los dos compartirían otra cosa: años de oscuridad…
—Cuando yo era joven, viajaba y tocaba mucho, grabé muchos discos, gané mucho dinero… A raíz de la muerte de mi padre tuve un declive y enfermé. Estuve en la cama, me detectaron una enfermedad que todavía tengo. Aquello me alejó mucho de la guitarra y de los escenarios, me causó muchos problemas.
«Si no te han pasado cosas en la vida, ¿qué vas a contar? Eso se refleja en la guitarra. Son guitarras sin sentimiento»
Esa enfermedad es un trastorno bipolar. Hasta ese momento, a mediados de la década de 1990, su carrera fue un cúmulo de éxitos. Joven prodigio de la guitarra, ganó todos los reconocimientos posibles, acompañó a los mejores, conquistó teatros, firmó grabaciones históricas. Desde 'Juego de niños' a 'Suite Sevilla', en la que infusionó el flamenco en música clásica. Y vivió la bohemia sin límite, en una época de juergas interminables. Después se le hizo de noche.
—¿Le cuesta hablar de esos años oscuros?
—Me da igual. Es una etapa más de mi vida. Pero sobre mi caso hay una información equivocada, o parcial. Hay gente que piensa que fue por la droga y otras cosas. Es posible que yo tocara la droga, pero la enfermedad que tengo no se nombra mucho. Soy bipolar, una enfermedad mental bastante grave y eso es quizá lo que el público no ha llegado a entender. En un momento dado, han sido ambas cosas. Pero la enfermedad me ha dado muchos problemas.
—¿Vive ahora con normalidad?
—Tengo un tratamiento muy bueno. Me mantiene estable, hago vida normal.
—¿Ha dejado la noche?
—Ya salgo poco porque también tengo una edad. Si me emborracho me tiro una semana para recuperarme. No bebo, me cuido bastante, también mi alimentación. De vez en cuando salgo, pero muy poco.
En 2015, cuando Riqueni había recuperado la estabilidad, tuvo que ingresar en prisión. Cumplió varios meses de condena por la acumulación de delitos menores, incluida una agresión, que venían de sus años peores. «Fue un antes y un después. Algo duro, desagradable», recuerda sobre su paso por prisión, donde se aferró a la guitarra. «Me ponía a tocar en el centro del patio y todos los reclusos se ponían alrededor a escucharme. Me traían un café, una cerveza».
De la 'soleá de la cárcel' al éxito maduro. Riqueni ha reconducido su carrera y su paso por Nueva York, a sus sesenta años, es un nuevo hito. Su guitarra desnuda asombra al público de Brooklyn, que le despide con una gran ovación. Su expresión es feliz, pero no oculta que las heridas siguen dentro.
«Todos los que hemos dicho algo con la guitarra hemos estado metidos en el meollo, que es donde se aprende y donde se expresa»
—El flamenco tiene sonidos negros. ¿Todas esas dificultades y vivencias son alimento artístico?
—Las personas que hayan estado cuidándose siempre al máximo, sin salir de fiesta… Como artistas de flamenco tienen poco que decir. Y si dicen algo es más frío. Yo no he conocido a ningún artista cálido con esa forma de vida: Camarón, Enrique, Paco de Lucía, Niño Miguel… Todos los que hemos dicho algo con la guitarra no hemos tenido una vida confortable siempre. Hemos estado metidos en el meollo, que es donde se aprende y donde se expresa.
—¿Hay que asomarse al abismo?
—Yo creo que sí. Si no te han pasado cosas en la vida, ¿qué vas a contar? Eso se refleja en la guitarra. Son guitarras frías, sin sentimiento. Para contar cosas hay que sufrir, tener alegría.
—Los flamencos ahora se cuidan mucho más…
—Los tiempos al flamenco lo están cambiando a peor, socialmente. Antes la fiesta era una cosa normal, cada uno a su aire. Hoy está peor visto. Las empresas, los managers, no quieren problemas, quieren gente seria y formal. Y yo los entiendo. En Sevilla quedan pocos sitios de fiesta, donde se junten los artistas. En Madrid, igual. ¿Qué es lo que está viviendo la juventud flamenca? De un disco no se aprende lo que se aprende en vivo.
—¿En qué se refleja ese déficit?
—Falta expresión, aire, ritmo, calidez. Hay mucho de frialdad hoy en día.
Fin de fiesta con El Mati
La 23ª edición del Festival de Flamenco arrancó con la delicadeza de Rafael Riqueni y cerró en el otro extremo emocional, con la locura de Matías López 'El Mati'.
El cantaor catalán mostró un registro muy amplio: desde las versiones más tradicionales del flamenco -en 2019 se coronó con la Lámpara Minera en el Festival del Cante de Las Minas de La Unión, el premio de mayor prestigio para el cante- hasta territorios experimentales.
El Mati recorrió cantes mineros con clasicismo, homenajeó con gusto y energía a Enrique Morente -con 'La aurora de Nueva York' lorquiana y con las excelentes seguiriyas 'Mi ropita yo vendo'-, explotó por alegrías y cerró el recital con bises por tangos extremeños, un guiño a sus orígenes. Demostró ser un artista poderoso y con muchas dimensiones, que se recrea también fuera de la ortodoxia: jugueteó con el compás con una mesa de sonido, se colgó un bajo y encontró sonidos extraños al flamenco.
Casi tan protagonistas como el cantaor fueron los músicos que le acompañaban: Manuel Muñoz 'El Pájaro' en la percusión, Keko Baldomero a la guitarra y Diego Villegas, convertido en una de las sensaciones del festival neoyorquino, con los instrumentos de viento. Son todos integrantes de la compañía de Sara Baras, el plato fuerte del festival, y su recital fue un fin de fiesta apropiado para el ciclo, que se alargó después del concierto por las calles de Nueva York.
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