Música y drogas: cualquier tiempo pasado fue mejor
Existe una relación histórica entre ambos universos: música, independientemente del estilo, y estupefacientes.
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Madrid
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Iniciar sesiónLos jóvenes flamencos beben leche templada con miel como previa a sus conciertos. Hacen running para ganar capacidad pulmonar y algunos, incluso, se colocan unas máscaras con oxígeno antes de cantar para salir al escenario con el aliento de un oso polar. Desempolvo entonces un ... viejo debate: la imagen que durante décadas han proyectado artistas de diferentes géneros musicales que vivieron más de noche que de día, donde el consumo de drogas era algo habitual como fuente de creatividad y evasión, ha caducado. O se cimenta, al menos, más en el tópico que en la realidad. Lo he visto en el rostro de decepción de algunos aficionados que descubrieron que sus iconos tienen un estilo de vida más sano que ellos.
Hay una relación histórica entre ambos universos: música, independientemente del estilo, y estupefacientes. Más, si cabe, en ciertas décadas de mayor inconsciencia. Los ambientes, quizá, en los que se cocinan ambos parecen íntimamente ligados: madrugada, búsqueda de libertad, ocio, fiesta, denuncia y esa necesidad de aguante que a veces incentivó el consumo. También las rutinas difusas provocadas por los largos periplos, la relajación y el escapismo que algunos hallaron en lo prohibido y esa coctelera de dinero y fama con la que a muchos les costó lidiar.
Hace semanas, antes de que diera comienzo un festival, un miembro del equipo de producción comentó su desencanto al respecto. Allí nadie bebía alcohol. Un artista pidió una Coca-Cola para espabilarse. Y otro puso en marcha una suerte de hiperventilación para ensancharse el pecho. Entonces este tipo, encargado de sonido, con gesto contrariado, espetó: «Menudos son estos. Llevo trabajando toda la vida y aquí ya ni se bebe ni se disfruta ni nada». Cualquier tiempo pasado, incluso para hablar de narcóticos, fue mejor.
¡El romanticismo no se corresponde con lo que ocurre a nuestro lado, por eso la idea del hombre trasnochado, al que echan del avión, detienen, transita bares y convive con vampiros, habita entre los fans, pero se diluye entre los profesionales de la cultura. Que no son ángeles, ya digo, pero que tampoco viven del polvo. Un puñado de ejemplos valdrían para demostrar lo contrario, pero la balanza pesa mucho más hacia el otro lado si ubicamos las excepciones dentro de un contexto.
En el caso particular del flamenco, en la nómina de cantaores actuales encontramos algo que antaño era prácticamente inexistente. Un buen número de ellos tiene carreras universitarias, relacionadas o no con el propio arte. Es decir, se han formado en su campo por una vía que antes resultaba esporádica. Los hay doctores, como Rocío Márquez. También los que por las noches cantan en el tablao y por el día imparten clases universitarias a futuros ingenieros de Telecomunicaciones, como Edu Hidalgo, afincado en Sevilla. La convivencia entre artistas también ha variado por las transformaciones sociales y de la propia industria, que ahora los reúne menos. Todo ello da como resultado un panorama diferente.
El guitarrista Tomatito se ha pronunciado en diversas ocasiones al respecto: «La droga no da genios, sino que los arruina. Los genios estaban ahí antes que ella». Tan bien se lo pasaron Las Grecas que inventaron un dicho popular: «¡Cómo te pones!». Pero el plantel presente no deja demasiadas figuras en esta línea. Llegan, sobre todo, anécdotas de ese pretérito idealizado: Caño Roto, pastillas, farra, diversión. Estrenábamos democracia. Probábamos…
El cantautor Nacho Vegas, que compuso la deliciosa 'Blanca', ha confesado que el delirio le impide componer: «Hago canciones antes o después de, pero no durante. El estado en el que te deja la heroína no te permite nada». Los Rodríguez, con Andrés Calamaro en la voz y Ariel Rot junto a Julián Infante en la propia lírica, jugaron a la confusión en 'Tú me estás atrapando otra vez', que no referencia a ninguna mujer. 'Too many drugs', canta Rigobeta Bandini. Y de negarlo todo, como hace Sabina a su último álbum con la complicidad de Leiva, a presumir de ello, como ocurrió en los 70 y 80 en 'La grifa' del Pelos y 'Lo que fuman los moros' de La Marelu, se evidencia el cambio de prisma en unos cuantos lustros. Solo desde el trap y la contracultura se sigue haciendo apología de esa vida envuelta en plástico fino que a muchos sigue llamando la atención. La información cada vez es mayor. El consumo, menos social. Digámoslo así: peor visto por los compañeros, quizá por esa corriente de lo políticamente correcto. Pero la imagen del artista sobre el que orbitan adicciones desata superfluas pasiones sin ser tan propia de este tiempo. Desayunan Colacao y habitualmente se marchan a casa después de actuar. El desfase se ha democratizado y los que gobiernan por los escenarios mantienen equidistancias con su tópico.
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