Los Rolling Stones, en Madrid
Sus Majestades Satánicas Eméritas
«Quedan tres y están para el arrastre, pero tienen el orgullo intacto y el amor propio necesario para interpretar ante su público el papel de estrellas de rock, de hablar de sexo cuando no se les levanta, y de drogas cuando solo toman medicinas con receta»
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Iniciar sesiónComo cualquier expresión contemporánea del vigor juvenil, el rock tiene sus propios códigos de conducta, heredados de los padres fundadores del género y formulados en la década de los años sesenta. Los Rolling Stones están en el origen de un repertorio de gestos y ... actitudes, aún vigente, que proyecta al público rebeldía, virilidad, excitación, violencia, frenesí y cosas peores, y ahí entra lo de destruir habitaciones de hotel, quemar ciudades con la agravante de nocturnidad, sobreponerse a los rigores de la ley del 'sí es sí', ponerse hasta las trancas o hacerse temer allí donde aterriza el avión privado que transporta la barbarie. Cualquier aficionado que el próximo miércoles acuda al Wanda Metropolitano a corear las canciones de los Rolling no solo va a canturrear de memoria un pasado compartido, sino a participar de una liturgia cuyo argumento no es otro que la exaltación de la juventud, ya perdida, a uno y otro lado del escenario. Mick Jagger y compañía, cada vez más reducida como consecuencia de la progresiva jubilación de los miembros de la banda, son poco menos que Sus Majestades Satánicas Eméritas . No hay más que ver cómo se bajan de su jet, de momento sin bastón. Explicaciones ¿de qué?
El Keith Richards que se asoma al balcón de su suite del hotel Villa Magna no es ya el que redactó el manual de uso y abuso de la estrella del rock, sino un viejo bluesman que toca la guitarra y que madruga para hacérselo mirar por los médicos y los preparadores físicos que lo acompañan. El Keith Richards que toma el fresco en la terraza de un hotel no es el que estableció en Nellcôte el protocolo rockero del malditismo de consumo. El Keith Richards que se deja fotografiar sin maquillaje y con la cara lavada no es el que hace sesenta años enseñó al mundo que el rock no solo consistía en hacer canciones, sino daño, pintado al natural en el rostro de la vesania. Llamarles los Stones, como ahora se estila, los hace más jóvenes. Son los Rolling de toda la vida, y están como están.
Quedan tres y están para el arrastre, pero tienen el orgullo intacto y el amor propio necesario para interpretar ante su público el papel de estrellas de rock, de hablar de sexo cuando no se les levanta, y de drogas cuando solo toman medicinas con receta. Lo de la dentadura postiza lo dejamos para la próxima gira, Dios mediante. La maldición de los Rolling, Majestades Satánicas desde los años setenta, consiste en tener que representar por el mundo la función más reconocible y universalizada de la juventud de nuestro tiempo: sexo, droga y rock and roll. Así que pasen sesenta años. Keith Richard se asoma a la terraza del hotel Villamagna, donde nada arde ya, para exhibir la mirada de un viejo guitarrista de blues que sin quererlo simboliza la intensidad de la juventud, divino y nostálgico tesoro que buscan sus fieles.
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