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Luz mozartiana para la catedral de Burgos

Mahler Chamber Orchestra. Orfeón Donostiarra. Solistas: Katharina Konradi, Mauro Peter, Marina Viotti, Tareq Nazmi. Director: Gustavo Dudamel. Catedral de Burgos. Burgos. 12 de junio

Dudamel en una foto de archivo ABC

Cosme Marina

La ciudad de Burgos está de fiesta. Su imponente catedral cumple 800 años y para celebrarlo se han organizado, en estos tiempos pandémicos, decenas de actividades con el templo como epicentro. Las celebraciones llegan a su punto más alto estos días con una voluntad firme: la del encuentro que lo emplaza como una de las grandes referencias religiosas y culturales europeas de nuestros días.

Varios conciertos tienen como protagonistas a nombres relevantes de la escena internacional: Gustavo Dudamel, Javier Camarena o la Mahler Chamber Orchestra, entre otros. El pasado sábado la emblemática formación creada por Claudio Abbado, e integrada por músicos de veinte países, unió sus fuerzas al coro español de mayor vocación internacional, el Orfeón Donostiarra y a un magnífico cuarteto solistas para llevar a Burgos el fulgor de la música de Wolfgang Amadeus Mozart.

Como telón de fondo, la escalera dorada de Diego de Siloé -en la que se ubicó el coro vasco-. Ya la propia configuración del concierto propició una 'escenografía' impactante. Y, con ese punto de partida, el maestro venezolano apostó por una rotunda página sinfónica, la 'Sinfonía número 3 en la menor, op. 56, Escocesa' de Felix Mendelssohn, que se convirtió en un verdadero preludio de la obra central de la velada, una declaración de intenciones del poder sanador de la música frente a las calamidades que nos azotan.

El camino de Mendelssohn a Mozart, ya con el coro incorporado, nos llevó a disfrutar de la luminosa y cristalina 'Misa de la coronación en do mayor, Kv. 317' del salzburgués; coro y orquesta lograron una claridad interpretativa acorde con la delicadeza de una obra que exige un trabajo de sobriedad expresiva que culmina en el 'Agnus Dei' en el que brilló de forma excepcional la joven soprano Katharina Konradi la más destacada de un cuarteto solista equilibrado y bien ajustado desde el punto de vista estilístico. La presencia de Dudamel al frente del concierto le dotó de una excepcionalidad que se materializó en múltiples frentes. El principal, esa dosis de entusiasmo, de vitalidad, que aporta en cada ocasión y al que añade un cuidado formal de la interpretación que no encorseta las obras, sino que las dota de una frescura que llega al oyente con intensidad y fiereza expresiva. El éxito fue enorme y merecido, arropado por la hermosa luz crepuscular que se filtraba por las vidrieras de la catedral. Una vez más, la música fue algo más que un símbolo, se convirtió en un elemento de esperanza, y más aún a través de esta luminosa misa mozartiana capaz de conmover desde un planteamiento casi ascético.

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