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Escándalo en el Teatro Real: cambio de butacas y sin distancia de seguridad

La representación de la ópera «Un ballo in maschera» se ha suspendido por las protestas de un sector del público que se quejaba de la «recolocación» de algunos de los abonados

La Policía comprobó que en el Teatro Real se respetaba el aforo y se cumplían las medidas de distanciamiento

El telón del Teatro Real, bajado ante la protesta de un grupo de abonados, que ha impedido el comienzo de la ópera "Un Ballo in maschera" J. B./ VÍDEO: ATLAS
Julio Bravo

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«Así no se puede seguir. Lo siento». Eran poco más de las nueve de la noche cuando el director de orquesta Nicola Luisotti se ponía su mascarilla y se bajaba del podio, dando por concluida así la función de «Un ballo in maschera» , la ópera de Verdi con la que el Teatro Real ha inaugurado esta especialísima temporada. Se ponía fin así a más de una hora de escándalo, que comenzó cuando unos espectadores del llamado Paraíso, tras el anuncio de que la función iba a comenzar, empezaron a gritar y a dar palmas. Fueron secundados por algunos espectadores del patio de butacas; según explicó una espectadora indignada, la causa de las protestas era la «recolocación» de los abonados y el «hacinamiento» de los espectadores tanto en el Paraíso como en el patio de butacas.

Veinte minutos después de las ocho de la tarde, hora prevista para el comienzo de la función, se anunció por megafonía que aquellos espectadores que no estuvieran de acuerdo con su recolocación, podían acudir al «foyer» del teatro, donde se tomaría nota de sus nombres para la devolución del importe de las entradas.

Lejos de calmar los ánimos con este anuncio, un grupo de espectadores, procedentes del mencionado Paraíso, siguió gritando: «¡Suspensión!» y «¡Fuera!», lo que hacía imposible el comienzo de la ópera. Fueron contestados con silbidos y chistidos por parte del resto del público, que iba pasando del asombro a la indignación.

La entrada en el foso de Nicola Luisotti, director de orquesta –recibida con una salva de aplausos–, no aplacó los gritos de los alborotadores. La orquesta tocó las obertura entre palmas y gritos aislados de «¡Fuera, fuera!». Al concluir la pieza, en la que a telón alzado iba entrando el coro –alguno de sus miembros miraba con rabia a los rebeldes–, el teatro bajó de nuevo el telón, el maestro Luisotti se bajó del podio y se detuvo la representación.

Con la mayoría del público del patio de butacas a medio camino entre la indignación y la incomprensión , una voz anunció a las 20.50 por megafonía que la función iba a reanudarse diez minutos después. Un grupo de espectadores se volvió entonces hacia los alborotadores recriminándoles su actitud: «¡Iros a casa ya!»

De nuevo se oscureció la sala, y Nicola Luisotti volvió al foso. Seguían, ya muy tímidas pero ruidosas, las protestas, pero concluyó la obertura y parecía que la representación iba a seguir. Incluso Luisotti mostró su sentido del humor cuando pidió a los alborotadores que llevaran el ritmo. «¡A tempo!», les gritó dos veces. El tenor Ramón Vargas entró, pero tuvo que esperar unos segundos (recibió una ovación enorme) hasta poder empezar a cantar. Apenas unos minutos después, Luisotti tiró la toalla, y la representación concluyó. El Teatro Real informó por megafonía que se habían vendido 905 entradas (el aforo total es de 1.700 butacas) . El coliseo también dijo que se había ofrecido a recolocar a los espectadores que lo desearan, pero que un grupo de ellos se negó a salir.

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