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El Berlín de David Bowie

Aterrizó en la ciudad en 1976, solo tres meses después de haberla pisado por primera vez para dar un concierto, cuando era un esqueleto gris marcado por el Muro, la herida sangrante de un mundo partido en dos y en perpetuo estado de amenaza. Su destino quedó para siempre unido a esta urbe

David Bowie junto al Muro de Berlín ABC

Rosalía Sánchez

La ciudad de Berlín en la que David Bowie aterrizó en 1976, solo tres meses después de haberla pisado por primera vez para dar un concierto, era un esqueleto gris marcado por el Muro , la herida sangrante de un mundo partido en dos y en perpetuo estado de amenaza. Su destino quedó para siempre unido a esta ciudad y el pasado viernes, justo en su 69 años, echó la vista atrá s sobre el reiterado renacer de sus propias cenizas y confiesa que «la edad no es un hecho definitorio del ser». Paradójicamente, el genial artista ha fallecido este lunes 11 de enero.

«Ese es el sentido de la letra del single. Yo no soy una estrella del pop, no soy una estrella del cine, no soy una estrella del porno… la búsqueda de la definición del ser resulta más sencilla a través de la definición del no ser», susurraba la semana pasada su biógrafo alemán, Tobias Rüther.

Para el público Berlinés, Bowie seguía siendo aquel escuálido muchacho que llegó con un petate al piso de Iggy Pop y que vivió en esta ciudad, en estos locales, los más experimentales momentos de su carrera, desde que se iniciara en los 70 en algún oscuro antro subterráneo.

Recientemente, el centro Martin Grupius ha reconstruido y analizado hasta el más mínimo detalle el Bowie de Berlín , la creación de la trilogía integrada por «Low» (1977), «Heroes» (1977) y «Lodger» (1979), en una exposición que gira ahora por el mundo y el propio Bowie se dejó seducir por la idea de volver a componer desde la sobriedad, imbuida entonces por el espíritu de la era fría, como en el «Warszawa» de «Low».

«Mike Garson ha tocado el piano con él durante muchos años, el jazz siempre ha estado ahí», explicaba Rüther, en coincidencia con el estreno de «Blackstar», el último disco del artista lanzado el 8 de enero de 2016, hace apenas tres días. Fue en Berlín donde Bowie cumplió los 30 años (1977) y donde superó su peor crisis personal y creativa. Sus míticas grabaciones en los viejos estudios Hansa, muy cercanos al Muro, se caracterizaron por un sonido espectral que parecía nacer de su debilidad física. Sus acompañantes en esos años fueron Brian Eno, padre de la música de ambiente, y el guitarrista Robert Fripp, para quien el último disco «es todo menos una despedida triunfal». «Desde luego es una estrella, y suena lejos de hacer implosión», bromeaba con motivo de la presentación.

Tony Visconti, su eterno productor, reconoció que fue Berlín lo que dio paso al nuevo y definitivo Bowie, el que está de vuelta de la fama desde la portada de «The next Day» y que ahora vuelve a reírse de aquella anécdota, una noche, en la que le preguntaron en el viejo club Dschungel a qué se dedicaba y se definió a sí mismo como «músico de rock». «¡Vaya tontería!», le respondieron, «¡yo también tengo un grupo de rock!».

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