Arcade Fire, terremoto en el Primavera Sound
La banda canadiense se consagra en la primera noche de un festival al que Queens Of The Stone Age aportó músculo y Neutral Milk Hotel, encanto hogareño
DAVID MORÁN
La noche del miércoles, tradicionalmente la de tanteo y toma de contacto, quedó algo emborronada por los aguaceros que remojaron a Temples y Sky Ferreira -no así a Stromae, impermeable a las modas y también a la lluvia-, así que fue ayer, con el cielo ... en calma y el recinto del Forum tan abarrotado como alborotado, cuando el Primavera Sound empezó a desperezarse para activar todos los engranajes de un festival de tamaño cada vez más inmenso y descomunal.
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Se esfumaron los nubarrones, sí, pero ahí estaban Arcade Fire , vestidos para matar, dispuestos a desatar una tormenta de órdago. Un terremoto de ritmos, coros ululantes y estribillos in crescendo con el que los canadiense se coronaron como los grandes triunfadores de la primera noche del festival y confirmaron que su música parece haber nacido para desparramarse por gigantescas planicies como la que acoge los dos escenarios principales del festival.
Arranque arrollador
Así, encamarados en lo más alto del cartel y ante una multitud desatada, Win Butler y compañía se exhibieron como eufóricos representantes del rock de estadios del siglo XXI tomando impulso desde su último trabajo y anudando el baile dislocado de «Reflektor» al dub mutante y tóxico de «Flashbulb Eyes».
Fue un arranque arrollador, un comienzo imbatible para una actuación que, alimentada por esa épica que los canadienses manejan como nadie y rematada por un sonido excelente, fue ganando intensidad a medida que la banda miraba hacia atrás para recuperar «Power Up» y «Rebellion (Lies)» y rebotaba sobre el escenario propulsada por las guitarras abrasivas de «Laika», los estribillos comunales de «Keep The Car Running» y «No Cars Go» o esos versos robados a «Helter Skelter».
Solo la flojera que acompañó a «Rococo», «The Suburbs» y «Ready To Start», momentos de distensión y excursiones a la barra más cercana, evitó que los canadienses dejaran al público completamente noqueado y exultante. Adrenalina pop con aura de estrella para cerrar, nueve años después, ese círculo que abrieron con su estreno en el mismo recinto, aunque en un escenario mucho más modesto.
Antes de que Arcade Fire impusiese su épica, Queens Of The Stone Age ya se habían encargado de marcar músculo, llevando las guitarras de vuelta a la primera línea de la contienda. «¡Real rock & roll!», bramaban algunos, aunque, a la hora de la verdad, los de Josh Homme, acabaron sonando como una banda remando a contracorriente desde el rock calcinado de los noventa hacia no se sabe muy bien dónde.
Su actuación fue poderosa y contundente, sí, pero también algo caduca e intrascendente -especialmente cuando les daba por juguetear con el funk acorazado-. Pese a todo, acabó aportando un toque canalla y, según se mire, sexy, a un festival que, cada vez más, obliga a pasarse la noche consumido entre decisiones y renuncios.
¿Un ejemplo? Ahí va: sacrificar el final de Arcade Fire implicaba perderse la arrolladora «Wake Up», pero también encontrarse en el otro extremo del recinto al venerable Charles Bradley, probablemente la mejor y más poderosa voz que haya sonado en mucho tiempo en el Forum, saltándose cualquier protocolo para bajar del escenario y fundirse con el público en un emocionado abrazo.
Minutos antes, aún delante del micro, al autor de «Victim Of Love» parecía que se la iba a romper el alma cada vez que su voz colisionaba con los vientos y la poderosa base rítmica. Soul de todo corazón para inflamar un festival que, desplegándose sobre sí mismo, empezó a sacudirse con la imparable batidora rítmica de Antibalas; encumbró a los catalanes Standstill, quienes compitieron en prime time con su rock turbio; y vivió uno de sus momentos más entrañablemente mágicos con la reaparición de Neutral Milk Hotel.
Deslavazados y adorables, los de Jeff Mangum congelaron el tiempo para reivindicarse como pioneros del indie-folk y, sin andarse por las ramas y con la voz de Mangum siempre a un paso del desgarro, salieron a por todas, exhumando «The King Of Carrot Flower» y «Holland, 1945» y devolviendo «In The Aeroplane Over The Sea» al podio de honor de los noventa. Una auténtica delicia desbordante de espíritu festivo, encanto hogareño y melodías gloriosas. Lástima que la inmensidad del escenario y el parloteo constante de parte del público acabasen amortiguando el impacto de un actuación que exigía más intimidad y atención.
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