Germán Coppini: la muerte no usa zapatos

Como con los mejores, cuando se van, a los demás nos queda el auto-reproche de no haber compartido más tiempo. Más palabras. El tiempo lo hizo más sabio y a los dos menos sectarios y tribales. Nos abonamos a la melancolía del cariño y el respeto. Un día hablé por teléfono con su padre. Hace más de treinta años. "Soy un profesor del instituto y estoy con Germán preparando un trabajo en casa. Llegará tarde". Mentira. Era profesor de instituto, sí. De su hermano Ernesto (Las manos de Orlac ), en concreto.

Estábamos en casa, pero el trabajo, en realidad, era un ensayo de Siniestro Total . En aquellos años yo me sentía como el abuelo de todos. Con su muerte compruebo que tenía 52 y yo solo tengo cuatro más. La vida separa, la muerte une. Aproxima. Iguala. De poco le sirvió ser uno de los personajes más sobrios de la escena de los 80 .

Mi abuela Josefa pidió que la enterrásemos con zapatos. En Galicia humanizamos la muerte y entendemos que se sigue caminando. Por eso los zapatos. Muchos años después, Germán le contesta a mi abuela. La muerte no usa zapatos. En algún lugar de un armario unas botas "maertens" añoran a Coppini. Yo, también. En un documental, Germán declaró que el mejor verso de la historia del pop era "sólo vine a comprar pan y me enseñásteis el Corán" ("Ayatolah" , Siniestro Total). Seguro que Julián y los otros "siniestros" también lo echan de menos. La vida separa. La muerte une. Las palabras del rock hermanan.