Muere Colita, el ojo mágico de la Barcelona de la Gauche Divine
La fotógrafa barcelonesa, de 83 años, falleció el 31 de diciembre debido a las complicaciones de una peritonitis
Gran retratista de los sesenta y los setenta, dedicó al flamenco y a sus amigos escritores sus mejores fotos
El provocador objetivo de «Colita», al desnudo en Conde Duque

Murió Colita y murió con ella también una manera de mirar la vida. De retratar Barcelona, fotografiar los contrastes, y cubrir con cámaras y flashes, con deslumbrantes juegos de luces y kilómetros de carrete fotográfico, toda la distancia física y mental que separaba Bocaccio del Somorrostro. La Gauche Divine de 'Los Tarantos'. El barrio Chino de la tragedia en el camping Los Alfaques. «La fotografía debe servir para algo. La fotografía no es arte, es oficio», que le gustaba decir a Isabel Steva Hernández.
La fotógrafa, fallecida la última noche del año a los 83 años debido a las complicaciones de una peritonitis, fue la gran retratista de la España en blanco y negro de los sesenta y los setenta. El ojo siempre atento a los cambios sociales, la fotografía como «catalizador de la realidad». En el menú, un poco de todo: flamenco, cine, lucha feminista, literatura, tauromaquia, teatro, paisaje urbano, periodismo. Y, a los mandos, Colita. Una pionera en un mundo de hombres; una mujer rebelde y curiosa que no tardó en hacer sombra a algunos de sus mentores. «Yo, si de algo he presumido en mi vida es que he sido una mujer pionera en esta profesión, una mujer que se ha ganado la vida haciendo fotos», le gustaba decir.
Lo de ganarse la vida, sin embargo, se queda corto, muy corto, para alguien que le aguantó la mirada a Carmen Amaya, documentó la muerte de Franco, se enamoró perdidamente del flamenco, se convirtió en brazo fotográfico de la Nova Cançó, y cazó con su cámara retratos memorables de García Márquez, Orson Welles, Terenci Moix y Jaime Gil de Biedma, entre muchos otros.
Lo más brillante de la Gauche Divine barcelonesa, inmortalizado por una joven que, como Cindy Lauper, sólo se lo quería pasar bien. O algo así. «Lo que yo quería era ir a tomar copas a Boccaccio, pasar los fines de semana en la Costa Brava y divertirme», llegó a decir. La fotografía, sin embargo, lo cambió todo.



Barcelona desaparecida
En la ampliadora, La Singla zapateando con furia en las barracas de Montjuïc; Jorge Herralde con sus 'secretarias' Coral Majó y Anna Bohigas en un encuadre que sería hoy poco menos que delictivo; Serrat en la tumba de Machado; García Márquez con la literatura por montera; las detenciones de la Diada de 1978; Juan Marsé en chanclas mirando al infinito; Terenci Moix con la picardía tallada en el rostro y el marqués de Sade cerca del corazón….
¿Su escenario? 'Destino', 'Fotogramas, 'Siglo XX' y 'La Gauche qui rit', exposición de retratos de 1971 que duró la friolera de dos días, lo que tardó la censura franquista en echar el cierre. Ecos lejanos de una Barcelona que se esfumó igual que se agrietan y desaparecen las fotografías en contacto prolongado con el sol. ¿Más? Elsa Peretti en los lavabos del Bocaccio, Teresa Gimpera en La Paloma (y en la cama; por aquella foto enviaron a Colita a pasar la noche al calabozo); el matadero de La Monumental...
Memoria gráfica de una España que empezaba a sacudirse de encima las telarañas de la dictadura para adentrarse en una Transición que la fotógrafa recordaba como «fascinante y entusiasmante». El despuntar del feminismo. La recuperación de las libertades. Y al otro lado, una fotógrafa a una cámara siempre pegada. «He sido fotógrafa porque no podía haber sido otra cosa», diría. Su padre, sin embargo, siempre confío en que fuese farmacéutica, aunque mal tampoco le fue entre obturadores y diafragmas.
Sólo regalos útiles
Nacida en Barcelona en 1940, Colita quizá no nació bajo una col, como le dijeron sus padres (de ahí, claro, su apodo), pero sí que creció rodeada de cámaras Olympus y Pentax. «Mi padre sólo me regalaba cámaras de fotos, de escribir y guitarras, y no muñecas, para no educarme como una imbécil», explicó en 2014, cuando La Pedrera le dedicó una gran retrospectiva. El oficio, sin embargo, aún tendría que esperar a que la regresase de estudiar Civilización Francesa en La Sorbona de París y entrase en contacto con Oriol Maspons, Juan Antonio Cantí y Xavier Miserachs, de quienes aprendió el oficio a principios de los sesenta. «A mi trabajo 'chez Miserachs' le han dado en el extranjero el nombre de 'stylist', en realidad yo era una mezcla de secretaria, botones, señora de los lavabos, fregona y madre. Corría el año 64, año duro para la fotografía y la cosecha de alpiste», ironizaba cuando recordaba sus comienzos como asistente del maestro barcelonés.
Con Paco Rebés descubrió a los gitanos de Barcelona y el flechazo fue instantáneo: tanto es así que la primera fotografía que vendió fue un retrato de Carmen Amaya… ¡a la propia Carmen Amaya! Ese mismo año, Colita había decidido establecerse por su cuenta y dejar a Miserachs, así que ahí estaba la primera piedra de una brillante carrera que la llevó de las páginas de 'Tel/eXprés' e 'Interviú' al rodaje de 'Los Tarantos' y de las cubiertas de los discos de Joan Manuel Serrat y Ovidi Montllor a las noches de fiesta en Bocaccio.
Empezaba a despuntar también la Escuela de Barcelona y ahí estaba, cómo no, Colita, colaborando con los directores Jaime Camino, Jacinto Esteva y Carlos Durán y llevando su mirada mágica al cine y la publicidad. «Lo que más me gusta es hacer fotos divertidas y enseñarlas a los amigos -relativizaba-. En este sentido, me gusta la foto publicitaria. Te permite contar historias. Y contar historias me gusta mucho. Además, se me ocurren facilidad».
'Antifémina'
Verso libre, libérrimo, de la Gauche Divine, por su objetivo pasaron, entre muchos otros, Vargas Llosa, Dalí, Miró, Alberti, Ana María Matute, Antonio Gades, la Bella Dorita… Siempre en blanco y negro, de los tablaos de Madrid se trajo 'Luces y sombras del flamenco', uno de sus trabajos más reconocidos. Otro hito fue 'Antifémina', el primer libro gráfico abiertamente feminista del posfranquismo que acabó secuestrado y triturado en 1977, y que no se reeditó hasta hace un par de años.
Esa misma Colita humanista y combativa sería la que, años más tarde, en 2014, rechazaría el Premio Nacional de Fotografía que le otorgó el Ministerio de Cultura de José Ignacio Wert (PP) aduciendo que «la situación de la cultura y la educación en España, cómo expresarlo, es de pena, vergüenza y dolor de corazón». «De momento, señor Wert, no me apetece salir con usted en la foto», dijo entonces la fotógrafa barcelonesa, galardonada hace pocos meses con los premios Christa Leem y el Oficio de Periodista de Colegio de Periodistas de Cataluña por dejar «una impronta imborrable en la historia del fotoperiodismo y el movimiento feminista».
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