H. P. Lovecraft, el mensajero del miedo

Se editan por primera vez en España las cartas del maestro del horror, autor de culto con una salud de hierro

Lovcraft escribió compulsivamente cartas y notas con planos de la ciudad ficticia de Arkham ABC

David Morán

Barcelona

¿Deimos y Fobos? Unos aprendices. Unos tolais balbuceantes y olímpicos al lado del imponente, airado y siempre terrorífico H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937), sumo sacerdote del horror cósmico y grafómano irreductible que no hizo otra cosa de escribir durante toda su vida. Inventó mundos, fantaseó con criaturas viscosas y tentaculares y firmó relatos de impacto (retardado) como 'La llamada de Cthulhu' o 'En las montañas de la locura', pero si algo hizo el atribulado soñador de Providence entre 1915 y 1937 fue escribir cartas. A lo loco. Como si no hubiese un mañana. «El volumen total de su narrativa apenas alcanza una décima parte de las cartas publicadas, que a su vez son una parte minúscula de las que se cree que escribió», resume el escritor y traductor Javier Calvo.

«La desproporción es vertiginosa, pero para simplificar digamos simplemente que las cartas constituyen el 99% de lo que Lovecraft escribió durante su vida», añade. En total, se calcula que llegó a acumular unas 75.000 cartas, de las que se conservan entre 3.500 y 10.000. Unas misivas desde el más allá que nunca antes se habían publicado en español y que Calvo, devoto del creador de la Universidad de Miskatonic, se ha encargado de cribar, seleccionar y traducir en 'H.P. Lovecraft. Cartas I. Escribir contra los hombres' (Aristas Martínez), primera entrega de una colección de tres. «No exagero si digo que por cada carta o fragmento de carta que he seleccionado, me habría gustado incluir cinco o seis más», reconoce el autor de 'El fantasma en el libro'.

Rabia en el buzón

Lovecraft, leemos, «siempre escribía sus cartas a mano, con caligrafía rápida y fluida, pequeña pero legible». Más. «Solía cubrir ambos lados de la hoja de papel hasta los bordes, sin dejar ningún espacio sin usar. Cuando creía que le hacía falta ilustrar alguna descripción, incluía junto al texto croquis o diagramas, y a veces hasta algún dibujo, como el famoso boceto de Cthulhu que le envió a Robert H. Barlow».

Entre sus destinatarios más habituales, editores y autores de 'Weird Tales', periodistas amateurs, fans, jóvenes autores a los que apadrinó y académicos. También, aunque menos, correspondencia dirigida a sus dos tías, Lillian D. Clark y Annie E. Gamwell, y a la que fue su esposa, Sonar H. Greene. Y, por encima de todo y de todos, toneladas de cartas al llamado 'círculo Lovecraft', formado por Robert E. Howard, Frank Belknap Long, Clark Ashton Smith, August Delerth y otros autores con los que compartía reflexiones sobre la literatura pulp y la construcción de un universo creativo basado en lo cósmico y lo extraño.

«Las cartas de Lovecraft son, por encima de todo, una de las autobiografías más extensas que se han publicado jamás»

Javier Calvo

Traductor y editor

Los dardos y las diatribas, faltaría más, también eran norma de la casa: de 'Tierra baldía', de T. S. Eliot, escribió que era «una colección prácticamente sin sentido de expresiones, alusiones eruditas, citas, jerga y desperdicios, en general; 'Winesburg, Ohio', de Sherwood Anderson, lo despacha como «tediosos cotilleos de portera». «A Lovecraft le llena de rabia la alta literatura que se está produciendo en América durante su tiempo», constata Calvo. «En lo tocante al romanticismo y la fantasía, me desagrada el primero salvo si se presenta bajo la forma del segundo. Para mí hay algo pueril en diseñar una especie de variante convencionalizada a la vida, con pensamientos y sentimientos artificiales y espurios», concluye el propio Lovecraft en una carta al poeta y amigo Clark Ashton Smith, Klarkash-Ton en el 'círculo Lovecraft'.

Escribir sin publicar

«Las cartas de Lovecraft son, por encima de todo, una de las autobiografías más extensas que se han publicado jamás», desliza Calvo. Ahí están, entre líneas, el tipo solitario y el aspirante a escritor que nunca trabajó (sólo encargos esporádicos como corrector) y que creció en una familia «terriblemente disfuncional». Un misántropo de manual que murió «convencido de no haber escrito nunca nada digno». Es precisamente por eso por lo que las cartas salían de su casa sin parar. Todos los días. Hasta cincuenta páginas de letra bien apretada contra todo. Contra los hombres. Contra sí mismo. «No, las cartas largas nunca me aburren, y confío en que las mías tampoco aburran a mis corresponsales. Tiendo a los hábitos de mi querido siglo XVIII en lo tocante a escribir muchas cartas», le confiesa al escritor Franklin Lee Baldwinen 1934.

Pesadillas epistolares Se calcula que Lovecraft llegó a acumular más de 75.000 cartas manuscritas, algunas de ellas con dibujos de su apartamento en Nueva York o bocetos ininteligibles. A

Sin descanso y sin reparar en cómo afectaba a su producción narrativa todo ese tiempo dedicado a la literatura epistolar, Lovecraft se volcó con las cartas porque, al fin y al cabo, nadie podía rechazarlas. «Es una modalidad de escritura que no estaba pendiente de la aprobación de los editores», asegura Calvo. Así, sin escrupulosos responsables de revistas mirando por encima del hombro, el excéntrico forjador del Necronomicón podía «expresar sus frustraciones y dar rienda suelta a su rabia hacia el mundo». «Es en las cartas donde el autor puede decir realmente lo que piensa, oponiéndose a la ideología política o cultural de su tiempo. Lo que piensa sobre la racialización del país, sobre la vida política o, más a menudo, sobre las letras americanas», subraya Calvo.

«Mi locuacidad se gasta toda sobre el papel», escribió Lovecraft en 1937 a James F. Morton en una carta que no llegó a enviar. «Se ha especulado mucho con cómo habría sido la carrera literaria de Lovecraft, y hasta dónde habría llegado, si no hubiera dedicado prácticamente todo su tiempo de escritura al género epistolar», reflexiona Calvo. Seguro que peor no le hubiese ido. O quizá sí. Con Lovecraft nunca se sabe.

Lovecraft 'superstar'

Howard Philips Lovecraft, recuerda Calvo, murió sin haber obtenido, sin haber intuido siquiera, el más mínimo reconocimiento literario, pero sobre los escombros de tan colosal fracaso se ha edificado uno de los más exitosos cultos surgidos al calor de la cultura popular. No sólo sus obras se han reeditado y reimprimido sin parar, sino que autores como Stephen King, Alan Moore, José Luis Borges o Joyce Carol Oates lo han convertido en pieza central de literatura de género de los siglos XX y XXI. «Una vez muerto Lovecraft, nació su obra. Empezamos a otorgarle su verdadero lugar; igual o superior al de Edgar Poe», dejó dicho Michel Houellebecq. «La obra de Lovecraft es comparable a una gigantesca máquina de sueños «, sentencia el francés en su biografía 'Contra el mundo, contra la vida».

De aquellos sueños nacen ahora, como para subrayar su vigencia y perpetuar tan pesadillesco imperio del mal, infinidad de artefactos que vienen a confirmar que la 'lovecraftmania' no sólo no afloja, sino que renace con fuerza cada cierto tiempo. Vale que HBO canceló la cósmica y psicotrópica 'Lovecraft Country', pero este mismo año Guillermo del Toro ha vuelto a hincar la rodilla ante el autor de 'El caso de Charles Dexter Ward' llevando a su 'Gabinete de curiosidades' para Netflix dos relatos de Lovecraft. Se trata de 'El modelo de Pickman' y 'Sueños en la casa de la bruja', dos de los capítulos más escalofriantes de la serie. 'Sueños en la casa de la bruja' es también el punto de partida de 'Venus', película de Jaume Balagueró que adapta al costumbrismo vecinal los sobresaltos del horror cósmico.

En lo puramente literario, Akal acaba de publicar 'La llamada de Cthulhu y otras historias', antología de diez relatos cortos editada por Leslie S. Klinger; y Periférica ha rescatado 'Cuaderno de ideas', algo así como los planos del edificio sobre los que Lovecraft edificó su Fortaleza de la Soledad. Es un libro breve, poco más de un centenar de páginas, que recoge «ideas, imágenes y citas anotadas a vuelapluma para su posible uso futuro en ficciones de misterio». Un compendio de hilos sueltos que demuestra hasta qué punto Lovecraft era capaz de levantar mundos a partir de frases aparentemente inconexas como «un hombre moldea distraídamente una figura extraña»; «la mano de un cadáver escribe» o «en un desierto encuentran un ídolo prehumano». Un auténtico manual de instrucciones para colarse en la cabeza del estadounidense.

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