Transgresores, excéntricos, apasionados, utópicos...
Mario Vargas Llosa ha sido el último en despedirse de esa verdadera fiesta de la novela en español que significó, y de qué manera, la presencia de la cultura en español de Seattle a Pekín
Muere Mario Vargas Llosa a los 89 años

El llamado 'Boom' de la novela latinoamericana cambió el destino de las letras en español en la segunda mitad del siglo XX. La gran novela del siglo XX es americana, salvo las excepciones europeas de Joyce, Mann, Proust y Kafka. Todos los integrantes del ' ... Boom' están en la mente del lector. Dos premios Nobel, García Márquez y Vargas Llosa. Mario Vargas Llosa ha sido el último en despedirse de esa verdadera fiesta de la novela en español que significó, y de qué manera, la presencia de la cultura en español de Seattle a Pekín. Y Mario ha estado ahí hasta el final. El último de una saga, tal fue su anhelo de vivir, excepcional.
Vargas Llosa ha poblado sus obras no de ciudadanos ilustres sino de transgresores, de excéntricos en sus propias vidas, de apasionados protagonistas de los siglos XIX, XX y XXI, de utópicos y utopistas que buscaron el Paraíso como huidas de sí mismos; personajes que crearon el infierno en medio de sus propias vidas; de figurantes en el espectral escenario de la Historia; personajes que trataron de encontrar una vía de salida a través de la pasión, de la oposición a los usos y costumbres, en busca de no saben qué; patéticas sombras de un territorio imaginado sin geografía. Visionarios, milenaristas, vividores en el delirio de sus sueños, místicos sin consuelo, seres del común que nunca lo serían.
Una literatura sin ambages, una arquitectura verbal desbordante. Gran lector. Del 'Tirant lo Blanc' de Joanot Martorell a la melancolía desgarrada de Miguel de Cervantes; de la psicología perturbada de Gustave Flaubert a la claridad titubeante de Azorín; de las sombras sórdidas y relampagueantes de Juan Carlos Onetti a los laberintos temporales de William Faulkner y, sobre todos ellos, la torrencial capacidad fabuladora de Joseph Conrad; una capacidad plena de complejidades, de geografías oscuras, de fogonazos inesperados que muestran y subrayan la soledad de un personaje ante la adversidad, las zancadillas del destino, la ambigüedad moral y el desasosiego eterno. Rasgos todos ellos que el desesperado y errático siglo XX marca a sangre y fuego en cada uno de sus personajes.
Con Mario Vargas Llosa el lector ha descubierto que, como señalara el historiador ruso Henze, «la historia no tiene guión». Ante el espejo cóncavo y convexo de la realidad, sin orden, ni mejor destino, la interpretación de unos hechos, de unas actuaciones, adquiere su mayor dimensión si la ficción se entromete para contarlos con mayor ángulo, con mayor sentimiento, con infinita libertad, esto es, sí, 'La verdad de las mentiras', un magistral ensayo publicado por Vargas Llosa en 1990 en el que ya se reconocía el poder insoslayable de la novela como género total, como género que dice verdad cuando todo lo que cuenta es mentira, ficción. Pero conserva el pulso de la vida.
Ese es el misterio de la literatura. Zavalita y tantos otros hoy forman parte de la memoria del lector mucho más que personajes reales con los que convive. Algo magistral, único, que sólo unos pocos son capaces de transmitir, emocionar, conmover, soñar. Gloria a uno de los más grandes escritores en lengua española de los siglos pasados, presentes y por venir.
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