Arcadi Espada: «Yo practicaba el sexo con ambición política... los orgasmos eran esplendorosos»
El escritor y periodista de 'El mundo' publica 'Vida de Arcadio', donde repasa los años que fueron de la muerte de Franco al 23F
Arcadi Espada: «Tuve que bajar al infierno de ser Cercas y demostrar que mentir en el periódico no es recomendable»
Madrid
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Iniciar sesiónArcadi Espada (Barcelona, 1957) fue un día un tal Arcadio, pero se le cayó la 'o' como a otros se le caen los billetes. Aquel chaval que militaba en el Partido Comunista y fundó una comuna es hoy apenas un registro documental, un recuerdo ... con el que el periodista de 'El Mundo' y escritor se ha sentado a charlar para armar su nuevo libro, 'Vida de Arcadio' (Península), una narración en segunda persona («yo no soy él», repite) de los años que fueron de la muerte de Franco al 23F. En fin, un invento para recorrer la Historia. En la portada aparece el joven subido a una moto con el flequillo revuelto y la camisa abierta hasta el ombligo. Arcadi se presenta a la cita con corbata. Pero le queda el pelazo.
—Ha hecho periodismo consigo mismo.
—Eso es. Desde hace tiempo tenía la idea de aplicar a la vida íntima los mecanismos de indagación que he aplicado durante tanto tiempo a la vida de los demás. Janet Malcolm dice que la autobiografía se asienta en una ficción, y es la de que la persona que escribe es la misma que la persona sobre la que está escribiendo. Y eso es rematadamente falso. Escribir en segunda persona me ha dado una tranquilidad estilística.
—¿Es la escritura un ejercicio de ego?
—Esas cosas sobre la vanidad, el egocentrismo, todo eso aplicado a la escritura… Me deja un poco frío, porque no he visto nunca a nadie que le reproche a Montaigne ser un vanidoso, ser un ególatra. Al revés. Se admira ese hombre maravilloso que dijo: yo soy la materia de mi libro. Además, me he pasado toda mi vida escribiendo sobre los demás. Es verdad que sin rehuir aquello que decía Orwell: que la presencia del yo en una narración periodística es muchas veces la garantía de la objetividad. Pero insisto: yo no escribo sobre mí, yo escribo sobre ese [Arcadio].
—¿Nos falta 'yo' en el periodismo?
—Soy algo crítico con cómo se está contando en general la guerra de Ucrania, no me parece un buen momento del periodismo universal. Una de las cosas que veo es que los periodistas rehúyen el yo, pero es que cuando uno lee una crónica de guerra, es muy importante que el cronista nos explique dónde está, cómo obtiene la información que obtiene, de dónde la saca… Cuál es la trazabilidad del relato, al cabo.
—Sentencia: «Soy una fábrica de melancolía». Pero no tiene una visión condescendiente de la juventud, ni mucho menos.
—Los jóvenes no saben nada del mundo. Siempre ha sido así. Es que, ¿cómo van a saber del mundo si llevan en él tan poquito tiempo? Ahora, eso no quiere decir que no hagan cosas extraordinarias por el mundo. Ganan Copas de Europa, baten récords mundiales, mueren en las playas de Normandía por la libertad, son capaces de elaborar teorías muy difíciles... Pero los jóvenes no sirven para la política. No es la mejor edad para dirigir los asuntos del Gobierno. De hecho, de ahí vienen muchos de los problemas que tenemos en España, pero no solo en España.
—Arcadio fue un joven del Partido Comunista.
—Era un loco en muchas cosas, pero políticamente no. Nunca tomó drogas y nunca fue de la extrema izquierda. Fue del Partido del Orden, que era el Partido Comunista en aquel momento. Es una cosa que hoy puede parecer completamente descerebrada, pero que efectivamente en aquel momento era así.
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—Él creía que había una relación entre la libertad política y la libertad sexual.
—Sí, claro, practicaba el sexo con ambición política. Wilhelm Reich escribió un libro sobre la psicología de masas del fascismo en el cual asumía que la gente era fascista porque no follaba, por decirlo de una manera muy brutal. La gente que folla, aseguraba, da origen a una cultura libre, a una cultura de colaboración entre las personas. Era estupendo, porque además de los indiscutibles alicientes de follar, tenías la sensación de que estabas revolucionando el mundo. Los orgasmos eran esplendorosos [y usa una risa como punto].
—¿Queda algo hoy de ese discurso?
—Una de las bases de nuestro credo era: no hay que cambiar la política, hay que cambiar la vida, todo acto privado es un acto político... Y esto todavía lo dicen hoy. La diferencia es que hoy lo dicen los ministros. Esta es la estupidez. Nosotros decíamos cosas estúpidas, pero no éramos ministros. Es una gran diferencia. Un joven tiene derecho y tiene la obligación de ensayar y equivocarse, porque la vida es un ensayo. Claro, cuando esto se hace desde el Consejo de Ministros es un poco preocupante para los demás.
—Afirma en el libro que la nuestra es una democracia sin épica. ¿Puede sostenerse en el tiempo algo que no se ganó de forma heroica?
—Sí, y la prueba es cómo la sostenemos aquí. Una de las cosas extraordinarias de este momento en la conversación pública es que se pretende que todas las cosas sean perfectas. No: las cosas son imperfectas por definición. Y la democracia española es una democracia imperfecta. También lo es la francesa, y la italiana, y la inglesa. A Arcadio le dolía no haber recibido a Pasionaria en el aeropuerto… La manifestación más importante que organizó el Partido Comunista en la época fue un funeral, el funeral de los abogados de Atocha, Pasionaria vino en silencio, Alberti vino en silencio. Y eran mitos. Carrillo llegó con una peluca medio escondido... Hay una cosa 'fake' ahí. Y esto enlaza con una de las tesis del libro. La democracia española, diga lo que diga el fracasado antifranquismo, fue una donación. La democracia española no se ganó en las calles ni se ganó en las fábricas. La democracia española se ganó en los palacios y en los despachos. Fue un pacto de élites. Y ya está. Y fue maravilloso que así fuera. Evitó muchos problemas.
—Pero ese no es el relato mayoritario.
—Todas las mentiras que se cuentan, que si las masas... Las masas no hicieron nada. España salía de una Guerra Civil y de una larguísima dictadura donde no hubo oposición, sino tertulianismo. El antifranquismo fue una forma de tertulia. Eso fue lo que pasó.
—Del 23F recuerda que salió por Barcelona y que no había nadie.
—¿Y por qué no había nadie? Por la misma razón. Si nos habían donado la democracia, ¿para qué la teníamos que defender? Que la defiendan las élites. Y así fue. Porque el 23F también se ganó en los palacios y en los despachos.
—Dedica gran parte del libro a analizar el discurso periodístico. Especialmente en relación con el terrorismo, y concluye que la memoria de las víctimas no se respetó ni en directo, y que en ese sentido estamos mejor hoy.
—Pero es que no hay color. El nacionalismo era una cosa que no se discutía. Pero Arcadio no se rebeló. No hay en los papeles de Arcadio nada que diga qué asco esta crónica de Manuel Campo Vidal [una sobre el asesinato de José María Bultó en la que escribió: «Bultó era el símbolo de un estilo decadente de cierta burguesía, un estilo que podían pasar por una vertiente de vida alegre y champán francés»]. O qué asco esta crónica de Manuel Vázquez Montalbán [se refiere a una titulada 'Si el terrorismo no existiera habría que inventarlo', que publicó tras los asesinatos de Bultó y Joaquín Viola].
—¿Ese era el estado mental de la época?
—Claro, pero es que hay gente, hay genios, genios morales, que en esos magmas turbios dicen no. Se levantan y dicen no. Nadie los espera porque todo el mundo va a lo mismo. Pero Arcadio no pertenecía a esa suerte de héroes.
—«Puede que haya progreso moral», escribe con sorna. ¿Es mejor este mundo que aquel?
—Sin duda. ¿Pero alguien puede dudar de que el día de mañana será mejor que el de hoy? ¿Alguien puede dudar de eso? La historia de la humanidad es eso. Lo que no quiere decir que en la general ascensión del hombre, en la mejora general de sus condiciones de vida, de su ética, no haya de repente algún pequeño reflujo. Como que se declare una guerra. Pero, en la línea general... Quién puede dudar hasta qué punto la vida íntima y la vida pública hoy son mejores que los de ayer. Yo no envidio nada de Arcadio. Absolutamente nada.
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