«En la juventud está el placer»
Denton Welch. Alpha Decay. Barcelona, 2011. 232 páginas. 19 euros.
RECAREDO VEREDAS
Imaginemos que «El guardián entre el centeno» hubiera sido escrito por Oscar Wilde. Por un Oscar Wilde que hubiera leído a Proust y, aun considerándole un preciso traductor del alma humana, hubiera optado por aligerar su registro. El resultado se aproximaría bastante a esta peculiar ... novela de iniciación.
La escasa obra de Denton Welch , definida por un trágico accidente juvenil y su prematura muerte, es prácticamente desconocida. Sin embargo su influencia solo ha crecido con el transcurso de las décadas, gracias a una calidad reivindicada por iconos de la modernidad, como César Aira, o William Burroughs.
En esta su segunda obra asistimos a las vacaciones veraniegas de Orvil Pym, un adolescente británico, huérfano de madre y dotado de una notable sensibilidad. Aunque no abandone Inglaterra, Orvil realiza un viaje interior de dimensiones planetarias que, como parece irremediable, le modifica para siempre. Sus descubrimientos son libres, desprejuiciados y ocurren en el momento exacto, justo antes de que las marañas sociales los imposibiliten.
La libertad que guía los pasos del protagonista también se percibe en el atrevimiento de Welch, capaz de sumergirse en lo onírico, de caminar con solidez en la difícil frontera que separa la locura de la realidad . O, mejor dicho, de lo que consideramos real. Como los mejores autores de la tradición británica, Welch transmite sensaciones muy complejas con apenas dos trazos. Es capaz, por ejemplo, de entrar en los sueños del protagonista y, un par de párrafos después, describir la campiña inglesa, sin que tan enorme salto sea percibido por el lector.
El argumento de la vida
«En la juventud está el placer» no es solo un tratado sobre la percepción o las dificultades de la adolescencia. También es un libro sobre lo complicado que resulta descubrir el mundo cuando se carece de una guía nítida. Y, por encima de todo, una novela sobre el descubrimiento del argumento de la vida: el sexo y la muerte, transmutado a veces en dolor. Son las suyas unas penurias buscadas con delectación y presentes incluso en los sueños: «Se vio acostado cuan largo era en una herida abierta gigantesca. La carne a la vista, mullida y humeante, era muy cómoda pero sabía que con solo mover el músculo de un párpado causaría un dolor terrible…». Nos encontramos ante una apología de la sensibilidad y de la escritura, que merece ser leída por cualquiera que persiga dos nobles anhelos: comprender sus traumas juveniles y disfrutar de una prosa exquisita.
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