«Cada siete olas»

Sospecho que mi jefe ha superado los límites de azúcar permitidos en el desayuno: ochocientas veces me ha mostrado su respeto desde que he entrado por la puerta de la oficina. Él llega, apoya su mano en mi escritorio, me mira sin verme, articula órdenes inconexas y se marcha sobreexcitado al país de Nunca Jamás. Mientras, yo rebusco en mi background fílmico qué frase retratará al pelo mi jornada laboral: «Elegí un mal día para dejar de fumar» ( Aterriza como puedas , 1980).

Para colmo, debí haberme esperado a que tu cuñado te devolviera la primera parte, Contra el viento del norte (2010, Alfaguara), para empezar con la secuela que imagina Daniel Glattauer . Pero ya me conoces.

Cada siete olas se lee en una tarde. Ayuda, por supuesto, que el argumento se desarrolle a través del intercambio de emails entre Emmi y Leo. Aunque la fórmula se la he visto emplear a Cecilia Ahern en Donde termina el arco iris (2004, Ediciones B), por ejemplo.

El texto resulta ágil, fresco e ingenioso . No obstante, a veces no sabía si los protagonistas eran sofistas o treintañeros del siglo XXI.

«Hasta ahora lo único que siempre te ha interesado respecto a lo nuestro es la importancia que tú podías tener para mí. En relación con eso mides la importancia que yo tengo para ti. Si tú me importas mucho, yo te importo algo; si tú me importas poco, yo no te importo nada. Leo, quédate tranquilo: ya antes de la cita estabas a punto de perder la importancia que tienes para mí».

«Déjame explicarte, Emmi.

1)Lo que tú me importas a mí, me importa tanto o más que lo que te importo yo a ti.

2)Precisamente porque me importas tanto, me importa mucho importarte lo más posible.

3)Si no me hubieses importado tanto, me habría dado igual cuánto te importaba yo.

4)Pero de ninguna manera me da igual, eso significa que tú me importas tanto que no puede darme igual cuánto te importo yo.

5)Si supieras lo mucho que me importas, podrías entender por qué no quiero dejar de tener la importancia que tengo para ti.»

Edipo se hubiera quedado in albis en Tebas si la Esfinge le suelta tal perorata. Yo tuve que abrir la nevera para reponer fuerzas. Menos mal que otros pasajes de la novela aluden al busto femenino: «sí, no, grande, pequeño». «Tus pechos me dan igual, pero no tus ojos ni tu boca». Leo es avispado, sin duda.

Henri Charrière lo fue. El muy truhán se escapó de la isla del Diablo al lanzar su balsa de cocos al mar en la séptima ola, más alta que las anteriores. Por lo visto la séptima es «siempre tan despreocupada, inocente y rebelde» que «lo barre y cambia todo». Si es para mejor o peor sólo pueden decirlo aquellos que la cogen, le explicaron a Emmi durante sus vacaciones en Playa Alojera (La Gomera).

¿Y qué me cuentas cuando la muchacha vuelve de las Canarias?

Te dejo, viene mi jefe. Y van 801. ¿Me hago la muerta sobre el teclado?

¡Un beso!

J.

Ya no lo supongo, lo confirmo: el azúcar nada tiene que ver. «¿Qué puedes hacer por mí?: escribirme, leerme, pensar en mí» , le dice Emmi a Leo. El ser humano necesita comunicar y ordenar su pensamiento para saber quién es y lo que quiere. Y hoy siempre hay a mano una hoja de Word. Internet, «el cosmos de los sueños», según Glattauer, se encarga del resto: facilita «utopías de amor hechas de letras» y otras 1001 «aventuras mentales» más. ¿No crees?

¡Ánimo!

Nos vemos mañana. Te regresaré tu libro. ¡Gracias!