Hazte premium Hazte premium

El canon occidental de Harold Bloom que marginó la literatura en español

Debido al fallecimiento del gran crítico, recordamos lo que nuestros reseñistas dijeron sobre los listados del estadounidense

Rafael Conté

Ha muerto Harold Bloom, el gran crítico literario creador y defensor del canon occidental literario que en varios influyentes libros propuso y sirvió de tema sobre la mesa para revatirle una jerarquización de la historia mundial de las letras y en la que ABC, de la mano de tres de sus críticos, también participó.

Aquí, y sirva de inicio, leemos lo que escribió Manuel de la Fuente sobre su «Poemas y poetas»:

Pero que nadie se engañe, con «Poemas y Poetas» Harold Bloom no trata de presentar a los mejores poetas de la literatura occidental, porque Bloom presta sobre todo atención a la tradición anglosajona (particularmente la estadounidense) y son muchas las ausencias de poetas de otras lenguas. De la nuestra, solo aparecen Neruda y Paz, aunque se menciona a Cernuda (poeta que Bloom estima especialmente de entre los españoles). Pero hay poetas franceses, y un italiano y un ruso. Hay ausencias muy sonoras, como la de Pessoa y Cavafis o la de los polacos. Pero es que Bloom es parcial, en la doble acepción del término. Y no pretende hacer una obra meramente divulgativa.

Aquí llega José María Pozuelo Yvancos , hablando a dos libros posteriores a su «Canón occidental»:

No cabe duda de que Harold Bloom, uno de los grandes críticos de hoy, es tan lúcido e interesante como caprichoso y difícil de domeñar. Su fama y éxito como teórico de la literatura e historiador de algunas zonas de la poesía anglo-norteamericana son tan enormes que se permite, a sus ochenta años, que el centro de su producción sea su propia perspectiva sobre los asuntos que trata, confiado en que vayamos a leer sus libros no para aprender lo básico de Wallace Stevens o de Walt Whitman, sino intrigados por ver qué dice Harold Bloom sobre ellos, como si ese diálogo de la obra con el crítico tuviese tanta importancia como la obra literaria en sí misma. Tal dominio de la situación tiene su contrapartida: al situarse a sí mismo por encima del bien y del mal, se permite muchas arbitrariedades y algunos descuidos imperdonables, que compiten con las muchas zonas que exhibe de verdadera genialidad, sobre todo en el ensayo que puede actuar de testamento crítico («canto del cisne», lo autocalifica), el titulado Anatomía de la influencia, escrito en 2011. Ese libro, al que iré enseguida, tiene verdadero interés teórico y crítico, a diferencia de Novelas y novelistas. Puesto que este útimo es la traducción al español de una obra escrita en inglés en 2005 (a la que la edición española ha añadido la coletilla de El canon de la novela), podemos comenzar por decir que su marginación de la literatura en español es tan proverbial que sería escandalosa si no fuese estigma repetido por la mayor parte de los schollars norteamericanos. Ni siquiera Cervantes y su Quijote atenúan ese menosprecio de Bloom hacia lo hispánico. Se permite minusvalorar a Cervantes e ir a él como si no tuviese más remedio, ya que el autor español inaugura la serie de novelistas pero con apenas dos páginas (sí, únicamente dos), dedicadas a comparar el Quijote con las obras de Shakespeare. Ni siquiera ha merecido más por su impronta sobre la gran tradición novelística cervantina posterior en inglés (Sterne, Defoe, Fielding o Dickens). Si uno piensa que Hemingway obtiene en ese mismo libro treinta páginas o dieciséis James Baldwin, las dos dedicadas a Cervantes rechinan, como el hecho de que únicamente Cervantes y García Márquez sean los escritores analizados. Por supuesto, Borges está continuamente presente en las referencias, pero no resulta suficiente. De ahí que pueda calificarse este canon suyo de caprichoso. No tiene nada que ver, según ya objeté en su día a su famoso libro El canon occidental, con el concepto de canon histórico, y sí con una selección personal que exhibe tantas lecturas como falta de otras. Harold Bloom vuelve a hacer coincidir la idea de canon con su historia como lector, de forma que los análisis concretos, que son agudos muchas veces y exhaustivos para la tradición poética inglesa, delatan suficientes huecos en la gran tradición literaria occidental (los autores italianos o alemanes no corren tampoco buena suerte) para que pueda hablarse de un canon. Tiene que ver, en todo caso, con las lecturas que quiere hacer y con el modo como se le ocurre seleccionar en cada caso, ya que en Joyce no está el Ulises, solo el Retrato del artista adolescente.

Y, por último, aquí va una reseña crítica de su famoso y discutido «El canón occidental», realizada por Rafael Conte :

En verdad, entre las pocas cosas canónicas que van quedando en Occidente, hay que contar con las Navidades, que este año entre nosotros han resultado ser más canónicas que nunca, dado el revuelo -tampoco desmesurado, la literatura no da para más- que esta obra singular, «El canon occidental», ha provocado entre nosotros. Harold Bloom, ya conocido aquí desde hace décadas (en España se han publicado sus libros sobre los poetas visionarios del romanticismo inglés o más recientemente «Poesía y creencia» y el curioso «El libro de J», y también existen ediciones hispanoamericanas de sus más célebres «La angustia de las influencias», «La Cabala y la crítica» o «Los vasos rotos») es un personaje singular, aparte de uno de los mejores críticos literarios vivos de nuestros días. Sus especialidades mayores le llevan por el lado de los románticos ingleses y la Biblia, y sus aficiones más hacia el teatro y la poesía que a otros géneros más «modernos». Judío laico, profesor en Yale, provocador nato (hasta el punto de haber concluido de manera tan fundada como hipotética e ingeniosa que fue una mujer la primera autora de tres de los libros del Pentateuco), se mueve entre los autores, personajes, argumentos y escenarios de la literatura universal no solamente como Pedro por su casa, sino que parece reescribirios (revivirios) ante nuestros ojos con una maestría y familiaridad bastante espectaculares.

Y ahora, en la cumbre de su celebridad y con todo el derecho del mundo a sus filias y fobias, siempre tan personales como bien sustentadas, enarbola la vieja noción del «canon» literario -los libros y autores inexcusables que nos han reflejado, reinventado y sustentado desde los orígenes mismos de los grandes idiomas occidentales- y lo utiliza como don Quijote su adarga para partir al combate contra la mayor parte de los sistemas literarios en vigor en las universidades norteamericanas. Ese es más su problema que el nuestro, y hasta creo que lo es más en su continente que en la vieja Europa en general, donde nunca se han dado con la misma intensidad los excesos críticos de los que Bloom tanto se queja. El concepto de «canon» es de origen religioso, tanto más cuanto que lo jurídico y lo pedagógico también lo son, aunque el laicismo de Bloom intenta apartar el suyo de todo orden sacral. Pena perdida, pues también la literatura -y más todavía en sus manos- resulta siempre ser sagrada a pesar de todo.

De ahí que no sea éste un libro ni provocador, ni heterodoxo, ni a contracorriente, como se afirma en la presentación editorial, sino todo lo contrario, el triunfo absoluto de la noción más conservadora de la literatura, de la más pura ortodoxia en profundidad. Si esta ortodoxia casa mal con las modas pedagógicas norteamericanas, o con los funcionamientos del mercado, tanto peor, aunque ello no tiene por qué afectarnos a los fieles lectores (creyentes) de siempre. El centro estético de la literatura nunca dejará de serlo, frente a los triunfos pasajeros del mercado (que Bloom trata con todo respeto, pues curiosamente también se apoya en él para elaborar su canon), o de las modernas teorías que triunfan en las universidades de su país, marxismo, sociologismo, psicoanalismo, feminismo, estructuralismo, gaya, deconstruccionismo o la noción mal llamada multiculturallismo, que engloba a afroacrítica francesa y señala con el dedo: Barthes, Foucault, Derrida, como si fuera su adorado Milton empuñando a su no menos admirado Satán.

Sin embargo, como bien decía Osear Wilde, la crítica literaria es la forma más civilizada de la autobiografía, y tomo la cita de otro libro de Bloom que añadía: «Osear siempre tiene razón». En lugar de entablar el combate contra todas esas teorías, desmontándolas como se debe -sobre todo en sus insensatos excesos tan fácilmente ridiculizables- Bloom se repliega en su propia autobiografía y elabora «su» canon, con el que sale al campo de bata- lla para machacar herejes, aunque me da la impresión de que quizá esté matando moscas a «cañonazos», como si pensara que el mejor ataque es una buena defensa. Pues en verdad, y aunque Bloom tenga razón en profundidad, la pierde en muchos detalles, la relativiza en sus elecciones y la hace discutible en la mayor parte de sus generali- zaciones.

Algunos de los mejores críticos de nuestro tiempo no aparecen en sus páginas (Paul-han, Blanchot, Edmund Wilson, Steiner, Genette) otros sólo una vez para recibir un sofión de pasada, como Barthes o Lukacs, y en su francofobia llega a decir -sin duda para molestar, pues así desprecia a quienes lo derrocaron- que el francés que más le interesa es Sainte-Beuve. Toma, y a quién no, pero de ahí a ningunear a Paulhan o Blanchot va no un paso sino un salto mortal. Lo que más debe envidiar de Sainte-Beuve fue que éste último sí que creó -más bien recogió- su propio «canon», del que vivió la cultura francesa durante un siglo. Bloom se autodefine como un crítico romántico y elegiaco; en realidad es un comparatista emocionante, que ilumina cuanto lee y cumple como nadie la misión fundamental de la crítica literaria: contagiar al lector, impulsarie a leer y enseñarle a hacerlo. ¿Qué más se puede pedir? Quizá que no hiciera cánones, pues maldita la falta que le hacen, aunque en este caso es patente que lo ha hecho por una imperiosa necesidad personal de autodefensa en el contexto de la grave crisis por la que en nuestros días atraviesa la enseñanza de la literatura y no solamente en los EE.UU., donde -Bloom dixit- para enseñar el «Julio César» shakesperiano un profesor puso a sus alum- nos a construir espadas y escudos en cartón. Así se forman los malos ciudadanos, esos que -Bloom dice otra vez- la gran literatura no tiene que formar, pues no es esa ni su naturaleza ni su función. Y aquí es donde me separo de él, pues de hecho sí los forma, aunque sea de manera involuntaria, he ahí su misterio.

¿Y el «canon»? ¿Es que hay que hablar de él? ¿No basta con decir que leer este libro es una profunda delicia, un placer infinito y que no se puede sino estar completamente de acuerdo con casi todo lo que dice y en su por qué? Quizá su título hubiera debido ser el de «Mi canon occidental», aunque como dice Bloom no sea misión del crítico hacer cáno- nes. Y este canon personal está claro, pues se reduce a un solo nombre, Shakespeare, con el que es difícil no estar de acuerdo. Los otros 25 -8 más de la «edad aristocrática», Dante, Chaucer, Montaigne, Gen/antes, Moliere, Milton, el doctor Johnson, Goethe; ocho de la «democrática», Wordsworth, Jane Austen, Emily Dickinson, Walt Whitman, Dickens, George Eliot, Tolstoi e Ibsen, y otros 9 de la «caótica», Freud, Proust, Joyce, Virginia Woolf, Kafka, Borges, Neruda, Pessoa y Beckett- sólo comparecen para dialogar con el cisne del Avon. Quizá estaría de acuerdo en seis u ocho nombres de esta lista, pero que cada cual haga su canon -pues hay ausencias flagrantes y presencias discutibles- y luego podríamos jugar todos a crear el propio, que quizá empezaría por la Biblia, Grecia y Roma -origen de occidente- y tirar por la ventana la lista final del libro, con esos 874 nombres que su editor norteamericano quiso que añadiera para que el caos fuera todavía peor. Pero cuando alguien habla de «caos» es porque no puede seguir adelante. Espléndido libro, al que le sobra el canon, qué le vamos a hacer. Un canon que desde luego existe, pues ¿quién no lo ha encontrado en su propio corazón?

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación