HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
La patrulla del lenguaje
El cachorro Somoza, que tan feliz hacía al sátrapa y su familia con su amorosa compañía, sacudió su cola de tres serpientes en señal de alerta
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Iniciar sesiónPasaban la tarde el dictador y su consorte tan a gusto en sus aposentos cuando una alerta de Google hizo saltar por los aires la calma de Palacio. «¿Qué ha sido eso?», preguntaron, a la vez, marido y mujer. Se trataba de una revista ... de prensa, pero ésta, a diferencia del resto, no venía anunciada por la Pastoral de Beethoven, sino por una discreta y anodina notificación predeterminada.
Nada más aterrizar en el buzón de sentencias de muerte con aquel efecto sonoro de ráfaga, el documento desató la ansiedad entre funcionarios y esbirros. Los eunucos abanicaron con más velocidad, para disipar el miedo, pero cualquier esfuerzo por disimular resultó inútil. El cachorro Somoza, que tan feliz hacía al sátrapa y su familia con su amorosa compañía, sacudió su cola de tres serpientes en señal de alerta. En ese mismo instante, una bandada de buitres dio tres vueltas alrededor de la piscina de pirañas y una columna de hormigas devoró una planta de plátano. Aquello no podía tratarse de nada bueno.
—¡Eutanasio! –bramó el dictador
—¡Venga aquí!
El edecán cruzó la estancia a toda prisa, llevándose las manos a la cabeza.
—¡Diga su Excelencia!
El dictador lo escrutó con la mirada.
—¿Ha llegado correspondencia?
El dictador le arrebató la tableta de un zarpazo y revisó, uno por uno, los mensajes
A Eutanasio lo recorrió un intenso temblor de piernas, le castañeaban los dientes y un latigazo de sudor frío le recorrió la espalda.
—Sí, sí, sí. Eso, sí. Ha llegado correspondencia, sí.
—¿Y por qué no suenan las campanas como siempre? ¿Acaso no son buenas las nuevas?
—Ya sabe usted que aquí nunca llegan las malas noticias.
—¡Faltaba más! ¡Yo mismo las prohibí!
Somoza, el perro de compañía del dictador y su señora, comenzó a triturar un conejo con una de sus tres cabezas. Su amo se volvió, le dedicó una mirada cariñosa, y clavó los ojos de nuevo en su secretario.
—¡Eutanasio: abra la bandeja de entrada y me dice ya mismo qué es lo que ha llegado!
—¡Sí, señor! ¡Ya mismo!
El secretario comenzó a dar vueltas, dubitativo.
—¡Abra el correo de una vez, carajo!
—¡Sí, carajo! ¡Sí!
—¡No repita la última palabra de todo lo que digo y cumpla mis órdenes!
Eutanasio intentó ganar tiempo: que si el Wifi va mal, que si la memoria Mac es incompatible, que si la conexión es escasa y de poca calidad, que si la fibra óptica, que si el Imperio…
—¡Quite de ahí! ¡Ya lo hago yo!
El dictador le arrebató la tableta de un zarpazo y revisó, uno por uno, los mensajes de la bandeja, hasta conseguir lo que buscaba…
—¡Es de la Patrulla del Lenguaje! ¿Y usted pretendía no avisar, Eutanasio?
—Pero… pero … ¿qué iba a saber yo?
Los ojos del sátrapa se movían de un lado a otro de la pantalla. De sus labios, agitados por ese movimiento imperceptible de quienes no saben leer del todo en silencio, emergía un pequeño gruñido.
—¡No sólo me han llamado dictador, sino que los han hecho en minúsculas!
—¡Eso es inadmisible! –la dictadora consorte se levantó de sus almohadones– ¡Yo misma ordené que se escribiera en mayúscula y con el tratamiento de Excelentísimo!
—¿Te has vuelto loca? –su marido la miró, atónito.
—¿Por qué? –contestó, zafia–. Excelentísimo dictador suena de las mil maravillas.
—¡Pero no es suficiente! ¡Falta el adjetivo Revolucionario! Tendría que leerse «Excelentísimo Dictador y Revolucionario».
Se quitaban la palabra el uno al otro, ajenos a la presencia de Eutanasio, que se sobaba las manos, temeroso del encargo de sus señores. La vez pasada, cuando el último informe de la fulana Patrulla del Lenguaje, lo mandaron a borrar, con una goma escolar, todos los «dictador maricón» de los vestuarios del palacio de Gobierno y, no contentos con ello, lo obligaron a traer en un botecito de cristal los dientes arrancados con un alicate a cada uno de sus autores.
—¡Esto no es vida! –resopló el secretario, desconsolado.
—¿Qué le pasa Eutanasio? –le increpó el jefe supremo– ¿De qué se queja entre las esquinas?
El edecán abandonó los aposentos repitiendo en voz baja las instrucciones
—Me duelo, general, de la ingratitud popular –simuló secarse una lágrima– ¡Usted que lo ha dado todo!
—¡No sea marica y lea lo que dice aquí! ¡Lea bien! Dic-ta-dor.
—Ya lo leí, mi general. Me haré cargo.
—Reúna a la Patrulla del Lenguaje y mañana mismo está visitando a los periodistas esos. ¡Habrase visto! ¿Despojarme a mí de mis títulos? ¿A mí?
—¿Qué quiere que haga, general?
—¡Vas a exigir…! No pedir ni solicitar, no señor, vas a exigir que se reimprima la edición entera y que en lugar de 'El dictador viola los derechos humanos' aparezca 'El excelentísimo dictador viola todos los derechos humanos'. ¿Entendiste?
Eutanasio asintió, contrariado, cómo y de qué forma podría conseguir semejante asunto. Si alguien derrocara al general se acabarían todos sus problemas, pensó Eutanasio, cabizbajo y compungido. El edecán abandonó los aposentos repitiendo en voz baja las instrucciones, para no olvidar ni una palabra. «El excelentísimo dictador viola todos los derechos humanos». «El excelentísimo dictador viola todos los derechos humanos». «El excelentísimo … violador, dicta todos los derechos humanos». ¿Cómo es que era?
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