La talaverana

El Picnic cumple años

Es un templo kitsch donde cada Navidad se deja algún adorno para agrandar el barroquismo y la fiesta de sus paredes

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Interior del bar el Picnic en Madrid

Siempre me dieron pereza los columnistas que ensalzan los bares. Pero, para ser justos, debemos conceder que hay locales que adquieren casi un interés civil. Son dotación urbana y funcionan a la manera en la que lo hacen las instituciones principales, como las librerías o ... las catedrales. El Studio 54 de Mannhattan, el Tortoni en Buenos Aires o el Café de Flore de París forman parte del paisaje cultural de sus ciudades gracias a la historia y al rumor que dice que hubo un tiempo en el que todo ocurría allí. Madrid no es una excepción y cada época ha tenido su idilio con algún café. El Gijón, el Varela o Balmoral son o fueron testigos de anécdotas que acabaron convirtiéndose en un canon que luego muchos imitaron hasta sumirse en una mimética melancolía.

Andado ya casi un cuarto de siglo XXI, es hora de referir la importancia que ha tenido el Picnic en la capital. Ortega decía que las generaciones se cuentan por cada quince años y tres lustros exactos son los que celebra ahora el bar de Eva y Adrián. La cifra redonda explica no poco de lo que ocurrió en el revivir de Malasaña que arrancó, precisamente, después de la crisis del 2008.

Acudimos aquellos huerfanitos sin compañía

Todo lo bueno ocurre siempre después del trauma. Pero el nacimiento del Picnic no fue una casualidad, sino que surgió, y se nota, de un entramado afectivo y familiar en el que se cuentan otros locales míticos como el Tupperware o el Madklyn. El Picnic nació y certificó la nueva era de un barrio que más que un barrio es una idea.

El Picnic es un templo kitsch donde cada Navidad se deja algún adorno para agrandar el barroquismo y la fiesta de sus paredes. A pesar de ser un bar, no deja de ser un lugar amable en el que se puede apostar y conversar y al que en tiempos acudimos, sobre todo entre semana, aquellos huerfanitos sin compañía que sabíamos que un martes cualquiera no debía terminar. Jugar al rol con Eva Amaral o Ignatius o ver un concierto improvisado de Xoel son sólo excusas para derrumbarse en un local que tiene algo de gabinete de curiosidades, de embajada gallega y hasta de casa de citas. Para el bien de todos. La bella catacumba de neón cumple años, y había que decirlo.

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