CRÍTICA DE:
'Cuentos telúricos', de Rodrigo Cortés: el mundo es cruel y estúpido
narrativa
Su primera antología de relatos se mueve entre lo fantástico, lo desquiciado, el humor y el absurdo, sobre todo el absurdo
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Iniciar sesiónSi «drolático», como nos enseñó Balzac, significa «burlesco, chistoso, picaresco, ocurrente», entonces no cabe duda de que estos son los «Cuentos Droláticos» de Rodrigo Cortés. Director de cine, guionista, productor, montador, actor, novelista, articulista... Más que un individuo, Cortés parece un verdadero volcán ... en erupción.
Estos 'Cuentos telúricos' son su sexto libro. Le anteceden dos novelas (la última, 'Los años extraordinarios'), dos volúmenes de «antiaforismos» y «breverías» y un diccionario satírico titulado 'Verbolario', originado en una sección publicada en este mismo periódico.
RELATOS
'Cuentos telúricos'
- Autor Rodrigo Cortés
- Editorial Random House
- Año 2024
- Páginas 297
- Precio 19,85 euros
El territorio drolático, el de Cortés al menos, se mueve entre lo fantástico, lo desquiciado, el humor y el absurdo, sobre todo el absurdo. Absurdo por desconexión de todas las ligazones lógicas de la frase y de la narración. Absurdo elevado a la -11 potencia. Cortés parece especialmente obsesionado en destruir cualquier noción de magia o de milagro, y somete a durísimas (y totalmente hilarantes) sátiras las formas literarias que sugieren un aprendizaje o una enseñanza.
He leído, en una web luego desaparecida e imposible de consultar, que Cortés afirmaba que «hay algo casi sagrado en la ausencia de propósito». Pero no me parece que su literatura carezca de propósitos. Uno de ellos es afirmar que el mundo no tiene el menor sentido.
En 'Mago de verdad' ya aparece el tema: que la magia no existe, que la única magia es la de los prestidigitadores, que son los únicos «magos de verdad». Baldomero, el mago, está desesperado porque no se le ocurre ningún truco nuevo. Al encontrarse con un niño insolente que se lo echa en cara, Baldomero le propina un fuerte bofetón y de pronto tiene una idea brillante. La historia es característica de Cortés: en ella todo es inesperado, descabalgado, desestructurado, puro 'non sequitur'. Da la impresión de que escribe un poco al azar, confiando en los poderes de su creatividad, añadiendo al párrafo las cosas que se le van ocurriendo aunque no tengan pies ni cabeza y creando así frases larguísimas llenas de observaciones droláticas, porque no puedo evitar pensar que la palabra «drolático» significa también loco, chiflado, desquiciado.
Un niño toca con su pala algo en la arena de la playa, y de pronto en el mar aparece un calamar gigante que se dirige hacia la costa. Un actor va al Ministerio de Cultura a pedir una subvención, una escena que así contada podría parecer constumbrista pero que se enreda de tal modo que es casi incomprensible. Un cuento mexicano sobre un inválido llamado Marlon que trabaja en la cabina de entrada de un aparcamiento.
Lo más drolático de todo es el estilo: caprichoso, saltimbanqui, tumultuoso, indisciplinado...
'Fábula del arroz y el jugador de ajedrez', una antifábula que deconstruye, o más bien destruye completamente, el viejo apólogo del tablero de ajedrez en el que en el primer cuadrado se pone un grano de arroz, en el segundo 2, etc. Un padre le explica a su hija que nadie se atrevería a pedir tal cosa a un rey, que el rey cortaría al instante la cabeza al insolente, que todas esas historias sapienciales de antaño no son más que mamarrachadas porque el mundo es cruel y estúpido y además carece de sentido.
Algo similar sucede en 'Las tres monedas', otra bomba contra el apólogo de tipo sufí lleno de sentido poético y enseñanzas de estilo oriental, en el que los tres hijos son igual de estúpidos, especialmente el tercero (que suele ser siempre el más listo), y que acaban los tres desheredados por su padre después de que este les llame de todo.
Son muy bonitas las 'Soutinesques', minibiografías inspiradas en las pinturas del bielorruso Chaim Soutine, sobre todo porque aquí el lenguaje se disciplina un tanto y se acerca de forma precisa a los contornos de aquello que describe. Un cuento sobre un niño que se traga una canica y luego ataca a un gato, al que arranca la cola, pero la cola era de tela y se la había pegado un chino al gato porque el gato era un gato chino que había llegado a España en un barco.
La antimagia convirtiéndose, de pronto en pura magia, es decir, en pura broma
Un cuento sobre un extraño pueblo al que ha llegado la «gente serpiente», que parecen ser (aunque en realidad solo aparece una persona «serpiente», que por supuesto no tiene nada de ofidio) personas que se comen a otras personas, aunque nada está claro. Un cuento sobre una niña que quiere volar e inventa a un autómata para que invente una máquina voladora. Un cuento sobre unos animales que se dedican a contar y reinterpretar la Biblia. Un cuento sobre dos viejos amigos ingleses que se pasan veinte años trazando extrañas figuras geométricas en los campos de cereal y mistificando a medio mundo. Una vez más la antimagia convirtiéndose, de pronto y como quien no quiere la cosa, en pura magia, es decir, en pura broma.
Pero lo más drolático de todo es el estilo: caprichoso, saltimbanqui, tumultuoso, indisciplinado, se niega a cualquier forma y a cualquier sentido, se cancela a sí mismo todo el rato y cede una y otra vez a una palabrería incontenible. Armando Veve ha pintado una magnífica ilustración de portada que expresa a la perfección el espíritu de este libro único y cada eco, lo que realmente existe, es una profunda ausencia, un vacío que se esconde detrás de la ilusión de ser contemplado. En el juego de luces y sombras, la realidad se desvanece, dejando solo la resonancia de un eco que nunca encuentra su origen.
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