LIBROS
Rodrigo Fresán: «Como nací clínicamente muerto, tal vez viví para contarla»
El escritor argentino ahonda en el misterio de la vocación literaria y la paternidad con 'Melvill', novela que remezcla y expande la infancia del autor de 'Moby Dick' y la de su padre Allan Melvill
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Iniciar sesiónEs la noche del sábado 10 de diciembre de 1831 y Allan Melvill, un hermoso perdedor al que aún le queda mucho más por perder, cruza a pie el congelado río Hudson. Su hijo Herman, apenas 12 años, no lo sabe todavía, pero ... está a punto de perder un padre y ganar una letra. Un padre que muere al cabo de poco, atado de pies y manos y arponeado por la fiebre y el delirio, y una letra, una estilosa y elegante 'e', que su madre cose al apellido para tratar de burlar deudas y esquivar acreedores.
Así que muere Melvill y renace Melville, sismo familiar en el que se ha querido fijar ahora Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) para reescribir la infancia del autor de 'Moby Dick' y fantasear sobre la vida de un padre al que todas las biografías del escritor liquidan de manera telegráfica. Un par de párrafos, a veces incluso menos, que el autor de 'Jardines de Kensington' remezcla y expande aquí entre ballenas, vampiros (o 'fanpiros') y estribillos de los Kinks para, él mismo lo escribe, seguir ahondando en «los misterios de la vocación literaria y el modo en que esta irradia los aún más misteriosos misterios de la paternidad». Un viaje a las tripas de la creación para el que no hace falta más brújula que unas páginas con las que Fresán se teletransporta al vientre del mar, a la panza de la ballena.
'Melvill', escribe al final del libro, es una «explosión controlada» después del «oceánico Big Bang Bang Bang» que fue su anterior proyecto, ese extenso y ambicioso tríptico formado por 'La parte inventada', 'La parte soñada' y 'La parte recordada'. ¿Cómo se explica esto?
Son opuestos complementarios: la trilogía partía del universo entero para ir a dar con un momento mínimo, que era un padrastro yendo a buscar a su hijastro a la salida del colegio. Aquí el camino es inverso: venimos de un momento muy pequeño, que es el cruce de un río congelado, y se dispara hacia el universo entero. Es una maniobra que no deja de ser 'melvilliana'. Casi todos los libros revolucionarios, ya sea el 'Ulises' de Joyce, 'Tristram Shandy', 'El Quijote' o 'Moby Dick', la trama la puedes resumir en tres líneas…
Pero lo importante no es la trama.
Exacto. La idea era un poco eso. Invertir los términos. Mi intención original era que tuviera menos de cien páginas, lo cual me di cuenta de que iba a ser imposible. Al final me prohibí pasar de las trescientas. Tampoco va a tener muchos 'inserts', solo uno a poner cuando el libro tenga otra encarnación.
Con todos esos 'inserts' y adendas para traducciones y ediciones de bolsillo da la sensación de que nunca llega a dar una novela por terminada.
Es que esos meses que van desde que acabas hasta que entregas el libro son los más divertidos. Es reescritura, insertar, buscar… Es a ver cómo hago para meter 'Big Sky' de The Kinks; a ver cómo hago para mencionar el monolito de 2001 sin que sea el monolito de 2001… Tengo la bendición y la condena de que todos mis libros están siempre un poco conectados, así que todo el tiempo surgen recurrencias y posibilidades de unir o no unir. Yo lo hago porque siempre me causó mucho placer cuando me hacían eso Salinger y Vonnegut.
Si hablamos de conexiones, tenemos a J.M. Barrie en su novela 'Jardines de Kensington', al Escritor de 'La parte recordada' y ahora a Herman Melville. ¿Se considera un escritor de escritores?
Desde que tengo memoria, antes incluso de aprender a leer o escribir, quise ser escritor, por lo que la figura del escritor tiene una cosa romántica, mítica e intrigante a la vez que divertida e interesante. Varias de mis novelas favoritas, sean 'David Copperfield', 'El mundo según Gurb', 'La visita al maestro' o 'Pálido Fuego', están llenas de escritores. Me intriga tal vez el misterio no resuelto del origen de la vocación, de dónde viene, ya que es algo que obtuve. Nací con ella.
Venía de serie.
Siempre digo, cuando me preguntan cuándo quise ser escritor, que no tengo memoria de eso. Como nací clínicamente muerto tal vez viví para contarla. Ya en el gesto primario y primigenio está el mandato. También nací con una costilla de más. Así que soy mutante. No tengo poderes suficientes para entrar en la academia de los 'X Men' pero tampoco soy muy normalito.
Dice que le intriga el misterio de la vocación. ¿Es 'Melvill' un paso más para resolverlo definitivamente?
En realidad no me interesa resolverlo. Creo más en la práctica que en la teoría. No me interesa saberlo como no me interesa saber los trucos de los magos. Me gusta que me ilusionen. Y eso es algo que le pido a los escritores. Me interesa mantener el placer del lector mientras escribo.
¿Se considera entonces mejor lector que escritor?
No creo que sean cosas diferentes. Del mismo modo que tampoco tengo una teoría muy clara de qué es una novela o un cuento.
Creo que era César Aira quién decía que cada vez le gustaba menos escribir porque le quitaba tiempo para leer.
Sí, pero tampoco quita tanto tiempo. Es parte de lo mismo y está todo bastante unido. El caso es que vivimos en una época en la que cada vez la gente escribe y lee más, a veces en el peor sentido del término. Nunca tanta gente se creyó escritora como en esta época, muchas veces bendecida por cosas como la autoficción o los blogs, que además existieron siempre. Todo es autoficcional, ya que sale de uno. La Biblia es autoficción porque empieza con alguien creando algo.
Volvamos al libro. ¿Quién es Allan Melvill y qué nos cuenta de su hijo Herman?
Es un fracasado hombre de negocios con muy buenas conexiones sociales, lo que Leonard Cohen llamaría un hermoso perdedor. Es el envoltorio de temas que a mí me interesan siempre: el tema de los padres y los hijos y de dónde viene la vocación. Cómo su auge, decadencia y caída puede influir en un niño. La literatura está llena de padres e hijos. Otra vez la Biblia: 'Padre, ¿por qué me has abandonado?'
«No hay nada más peligroso para un perdedor que convencerse de que es o de que se puede llegar a ser un héroe», leemos.
Es el último grado de la desesperación. Cuando estás en el fondo absoluto y te dices que esto no deja de ser una épica, aunque sea una épica del fracaso. En las biografías al uso del Melville, Allan Melvill son dos párrafos: murió cuando él tenía 12 años, así que no hay mucho que contar. Pero en varias de ellas se rescata este episodio de él cruzando el río Hudson. Cuando lo leí pensé: 'Qué lástima que no lo cruzara con el hijo, porque hubiera explicado su obsesión con el blanco'. Eso es lo primero que uno piensa como escritor. Lo siguiente ya es: 'Bueno, pero voy a escribir que lo cruzan juntos'. Todo el libro es el camino hacia eso.
-El realismo, en este caso, es lo de menos.
El objetivo es crear una nueva forma de la realidad. Mientras escribo no tengo problemas con la credulidad o la incredulidad, porque mis escritores favoritos no los tienen. No creo que a Kurt Vonnegut le preocupase que Billy Pilgrim [el narrador de 'Matadero 5'] fuese creíble. A mí me interesa que sea verdad la parte completamente imposible de la novela Y la asumo como tal. Ese es el mecanismo que busco en mis novelas cuando parto de algún hecho real.
Se lamentaba el otro día Carlos Zanón de que en España lo no verídico aún tiene muy mala prensa.
Es curioso, porque al mismo tiempo la gran novela es 'El Quijote'. Es como si se estuviera combatiendo contra esa especie de monolito de 2001 en el que está todo ya. Yo nací en Argentina y, aunque no voy envuelto con la bandera del país, sí es cierto que tenemos una ventaja. En su ensayo 'El escritor argentino y la tradición', Borges ya decía que, puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, nos queda el consuelo de que nuestro tema es el universo entero.
¿Cómo cree que han envejecido literariamente Melville y 'Moby Dick'?
No han envejecido. Es como que me digas que envejeció el 'White Album' de los Beatles, que yo lo comparo porque contiene todo lo anterior y avanza todo lo que vendrá en el futuro. Lo que sí puede haber son lectores no lo suficientemente maduros para 'Moby Dick'. Mis mejores experiencias como lector han sido libros que me han propuesto una cierta dificultad. Y eso no quita que disfrute como una bestia con Stephen King. Los libros de Melville son revolucionarios y revolucionados.
Melvill sin 'e' y Melville con 'e'. La vida como acto de recreación y reinvención.
Cuando muere Allan, la esposa lo cambia porque dice que queda más elegante, pero el objetivo es escapar de la sombra del padre. Lo cual es completamente infructuoso.
Melville, dice, es su Caballo-Ballena de Troya.
Toda la circunstancia 'mellvinesca', sí, Para mí el tema profundo y final es cómo uno empieza siendo escrito por sus padres y acaba reescribiéndolos. Y lo de la vocación, que precisamente por no tener un 'big bang' claro siempre me interesa explorarlo.
¿Es esa idea de la vocación su ballena blanca?
Seguramente sí, porque aspiro a no alcanzarla nunca. Me gusta la idea de perseguirla y avistarla en la distancia, que me sonría y me eche un chorro de agua. Y luego que se vaya. No me interesa arponearla.
Sigue pendiente ese librito de encuentros con tipos famosos que Claudio López de Lamadrid le pidió que escribiera.
Claudio insistía mucho con ese libro porque yo le contaba las anécdotas en almuerzos y se partía de la risa, pero ya no está Claudio para almorzar con él. El destinatario habría sido Claudio. Si tuviese la certeza de que hay algún sistema por el que pueda recibirlo y leerlo, lo haría, pero por el momento no hay señales en ese sentido. Creo que distorsionaría el lugar que tengo como escritor.
¿Un novelista puede ser buen crítico?
Yo no soy crítico.
Pero escribe crítica.
No, yo hago tarea evangélica. Escribo de los libros que me gustan. Muy rara vez escribo de un libro que no me gusta y lo hago solo cuando me gustan todos los libros de ese autor. En términos ideales me parece que un crítico no debería hacer ficción, pero hay que diferenciar entre crítico académico, crítico de periódico, reseñista...
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