En la muerte de Carlos Saura
Una partida dolorosa
Has hecho lo que te ha dado la gana en un país cainita como el nuestro, siempre dispuesto a poner un «pero» a sus hijos más brillantes
Querido Carlos, tu partida me ha pillado de improviso, y han venido a mí un montón de recuerdos y sensaciones de cariño y buenos momentos; hasta el momento en que me he dado cuenta de que te has ido de verdad; y me ha invadido ... una gran tristeza. Este texto, es mi torpe intento de exorcizarla.
Sé que todos hemos de irnos cuando toca. Pero que te vayas tú, me parece una cabronada. Hay gente que hace todo lo que tiene que hacer, y aún le quedan años y años de vida para no sé muy bien qué; y los hay como tú, que has partido estando al pie del cañón y con toda probabilidad, con mil ideas más en la cabeza. Estos días llegaba a los cines tu última película, Las paredes hablan (2023), en la que, contra todo pronóstico, te pones en el lado de la cámara que menos te gusta. Te inmortalizas en la pantalla, como si supieses que te ibas a ir y quisieses pervivir dentro de ese séptimo arte que tanto amas.
No voy a nombrar tus evidentes méritos profesionales en este texto, ya que son sobradamente conocidos por todos, y forman parte de lo mejor de la historia de nuestro cine y de nuestra fotografía; disciplina en la que siempre te definiste como un aficionado apasionado que no fue más allá porque el cine se cruzó en su camino. Eras un hombre sensato hablando, pero negarte a ti mismo la maestría en la fotografía, es una de las pocas estupideces que oí salir de tu boca.
Guardo en casa con inmenso cariño unos fotosaurios (un collage fotográfico y pintado de los tuyos) que me regalaste. Son dos imágenes se muestran a los grandes maestros de la fotografía a lo largo de la historia junto a su cámara favorita. Siempre pensé que faltabas tú en ese cariñoso repaso a los grandes nombres de la disciplina.
De ti aprendí algo fundamental: Uno ha de ir trabajando en lo suyo, que luego ya aparecerá la oportunidad de materializarlo; y si en lugar de una película, lo que cuajaba era una obra de teatro, danza, una ópera o una novela, afrontabas el reto con valentía. Tú trabajabas continuamente sobre tus pasiones y obsesiones, y yo intento hacer lo mismo.
He tenido la inmensa fortuna de trabajar codo a codo contigo en proyectos que no me parece pertinente nombrar, y que solo menciono para que el lector entienda que me otorgaron la oportunidad y el privilegio de conocerte y tratarte. Me diste acceso a tu casa, pasé horas en tu inmenso estudio cuajado de fotografías, cámaras, y dibujos; comimos juntos y disfrutamos de largas horas de charla y debate en torno a aquello que nos ocupaba y fascinaba.
Con la mano en el corazón, he de reconocer que te tuve envidia en dos momentos puntuales.
La primera fue cuando me enseñaste una foto que guardas en casa con Luis Buñuel. Fuiste su amigo, y como tozudos aragoneses que sois, en la imagen echabais un pulso sin dar vuestro brazo a torcer. Te confieso que, de haber sido yo, me habría dejado ganar por el gran maestro del surrealismo. ¡Pero tú no!, y le venciste. Leí la nota manuscrita del calandino autografiada en esa misma foto. En ella dejaba constancia de dos cosas: era el primer pulso que perdía, y te tenía un inmenso cariño.
La segunda, es una historia en casa de Charles Chaplin. Según me contaste, al acabar la cena, sacó uno de sus viejos guiones de Charlot y se puso a leerlo, mientras interpretaba dichas escenas. ¡En ese momento me quise cambiar por ti! Pero añadiste: «como el inglés no es lo mío, no pillaba ni la mitad, y ahí estaba aguantando, mientras me aburría soberanamente». Me di cuenta de que yo tampoco soy demasiado ducho en la lengua de Shakespeare y me eché a reír.
Has estado activo hasta el final, siempre de la mano de tu hija Anna, a la que adorabas y estoy seguro que has disfrutado como un enano teniéndola a tu lado en tus aventuras profesionales durante la última década. Has hecho lo que te ha dado la gana en un país cainita como el nuestro, siempre dispuesto a poner un «pero» a sus hijos más brillantes. «Yo quiero hacer cosas nuevas, lo que ya he hecho me da igual. Si paso o no a la posteridad, o como pase mi obra a la posteridad, me importa un cuerno». Te he escuchado esa frase en múltiples ocasiones; y ahora te vas, justo un día antes de que te den un Goya honorifico en reconocimiento a toda tu carrera. Querido Carlos, de no ser porque estoy seguro de que, de poder elegir, te abrías quedado mucho tiempo más entre nosotros; diría que lo de hoy, ha sido tu última broma.
Pienso en tus familiares, especialmente Lali, Antonio y Anna, que son aquellos con los que más traté, y que me permitieron darme cuenta de que los «Saura», erais una piña. Desde aquí les envío todo mi cariño. Descansa en paz querido amigo.