Amenábar sin caniche
Alejandro tiene pinta de haber madrugado y de ser el más listo de la clase de los listos
Alejandro Amenábar: «He intentado no ofender, ser entendido por la izquierda y la derecha»
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Iniciar sesiónProcede glosar a un artista cuando no tiene novedad, lo que no quiere decir que no viva el artista trabajando sino más bien lo contrario. Así, Alejandro Amenábar. Anda en el tajo más o menos secreto, pero ha sacado rato para ir a recoger ... un premio. Estamos ante un talento guadiana que ha hecho películas excelentes, como 'Los otros', y películas poco memorables, como 'Abre los ojos', con lo cual ya ha superado el éxito y el fracaso, esos dos impostores. Amenábar no tiene el ego de enojo de Almodóvar, y le falta el caniche de Hitchcock. Quiero decir que no gasta un ego de provocación o escaparate, sino un ego de artista que tiene vitamina en la soledad.
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Cuando los Goya, en su día, con 'Mar adentro', que barrió, fue a la gala como si saliera de casa a comprar el pan, pero con traje. Pasó igual en el estreno populoso y con ministros de 'Ágora'. No es que se vista de Amenábar, sino que siempre asoma por ahí Alejandro, un chico de manga corta y talento largo que parece venir a presentar un corto raro o una película monumental, aspirante incluso a varios Oscar. En la soledad reúne las multitudes que es. Esa es su fiesta, aunque luego vaya a estrenos de coctelería, propios o ajenos.
Lo que no escribe al piano va y lo canta después con un tiro de cámara certera, o al revés. De modo que su ego, no enojoso, se va sacando sucesivos talentos de la chistera que lleva sin llevar. Un talento para barajar actores. Otro talento para enhebrar historias. Otro talento para miniar músicas y otro talento, en fin, para ir por la vida como un joven ilustre en vaqueros. No hay ego enojoso, pero sí obra esforzada, que prueba el hambre de todos los géneros.
Amenábar tiene pinta de haber madrugado y de ser el más listo de la clase de los listos. No farda, pero trabaja como un soldado sensible, que es el mejor modo de hablar mucho sin decir nada. Hay quienes aún le escatiman el elogio, y quienes se cabrean, pero sus películas suelen cumplir la virtud mágica de toda gran obra, que es salir del cine y no saber en qué hora estamos. Con un ego de enojo no hubiera llegado tan lejos. Y con un caniche, tampoco.
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