ENSAYO
Historia del delirio latinoamericano: cómo la política devoró la cultura
Carlos Granés actualiza en su ensayo las preguntas sobre el rompecabezas de la identidad de América Latina en su libro 'Delirio americano' (ed. Debate), que se publicará el próximo 27 de enero
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Iniciar sesiónAmérica Latina inauguró la reflexión sobre sí misma cuando España perdió Cuba en 1898. La identidad ya no se configuraría en relación con la metrópoli colonial, sino contra un nuevo imperio: los Estados Unidos. Esa es la tesis de la que parte el antropólogo y ... escritor Carlos Granés en ‘ Delirio americano ’ (ed. Debate), un ensayo sobre la historia cultural y política de América Latina que se publica el próximo 26 de enero.
Si Granés habla de América Latina y no de Hispanoamérica o Iberoamérica es justamente por la magnitud de la escisión. «En 1898 se produjo un vuelco en los intereses de los intelectuales, artistas y creadores, que a partir de ahí buscan la esencia latinoamericana. El trauma español aún está muy cerca. Por eso apelan a la herencia de Grecia y Roma, que es una forma de marcar una distancia contra lo sajón».
En ‘Delirio americano’, Carlos Granés explica cómo asumiendo las formas más radicales de la vanguardia europea, los creadores apelan a sus raíces criollas, razas originarias y mitos locales, como los del gaucho o el llanero, para dar respuesta a las preguntas sobre qué es América Latina. Desde un Leopoldo Lugones fascinado con Mussolini hasta un Diego Rivera patrocinado por una Revolución convertida en gobierno, se empeñan en la construcción de una identidad americana, cósmica y nacionalista, revolucionaria y popular, que acaba en deriva telúrica. En nombre de la libertad que los empujó a la acción, acaban al servicio de dictadores y populistas.
Todo empezó en el Caribe
El poeta José Martí , caído en la guerra de Cuba y en cuyo nombre Fidel Castro empujó su Revolución, fue el primero en advertir la presencia depredadora del capitalismo anglosajón sobre América Latina. Aquel rechazo por lo estadounidense prendió como la pólvora entre los poetas, los pintores y los pensadores, que abandonan la torre de marfil para plantar cara al expansionismo e imperialismo norteamericano .
«De ahí surge una estela de supuestos representantes de las esencias de América Latina, que es el gaucho en Argentina o el indio Tupí en Brasil —explica Carlos Granés—. Eso niega tal cosa como una integración latinoamericana y potencian los nacionalismos. Todos esos movimientos reivindicativos de lo vernáculo sirvieron a los caudillos de los años treinta para legitimar sus autocracias».
Después de la Segunda Guerra Mundial, y afiebrada por la ansiedad sobre su identidad, la búsqueda de América Latina coincide con la mutación del caudillo autócrata en el populista moderno. «Derrotado en Europa, el fascismo en América Latina se vuelve inviable. Todos los actores políticos van a tener que pactar con la democracia, lo cual no significa que sean demócratas». El kilómetro cero de ese populismo surge, según Granés, con Juan Domingo Perón.
De espaldas a España
Tanto la pérdida de Cuba en 1898 como la Guerra Civil española tuvieron, según Carlos Granés, una incidencia directa en la vida de América Latina. Gran parte de la violencia política colombiana, asegura, empieza en los años treinta y se agudiza en el 36, como reflejo de lo que está pasando en España. «Los intelectuales colombianos miran mucho a España y tanto el Partido Conservador como el Liberal se radicalizan. Gente cultísima, que inflama el lenguaje e incita a la violencia».
La migración intelectual y el exilio español generó nuevas miradas sobre una identidad compartida, pero la aparición del franquismo enfrió la relación con América Latina. «Todo lo español comienza a ser rechazado porque se asocia con el fascismo. Ahí sí que desaparece Hispanoamérica, porque se asocia con Franco, con la dictadura, con los centros de cultura hispánicos, que son católicos, muy de derechas y América Latina no va a comulgar con eso».
La relación no se reanuda hasta la llegada de la democracia y la aparición del PSOE de Felipe González . Radicalizada tras la Revolución Cubana y el marxismo, la intelectualidad de izquierda, que desconfiaba de la democracia por considerarla una fachada de la burguesía, encontró en la socialdemocracia una posibilidad que antes sólo despertaba sospechas. «Felipe González rechazó cualquier apoyo a una revolución de guerrillas colombianas, porque peleaban contra una democracia. Esas palabras generaron un shock e hicieron ver a la izquierda latinoamericana que su programa podía lograrse mucho mejor dentro de la democracia».
La Revolución
Lo que comenzó José Martí en 1898 lo retomó Fidel Castro en la década de los cincuenta. Erigido como concepto, el revolucionario o tal cosa como la revolución se convirtió en espejismo para los intelectuales europeos y latinoamericanos. Tal y como describe Granés, La Habana convertida en meca cultural de los años sesenta sufre su gran cisma con el caso Padilla , cuando Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez se distancian no sólo por la oposición del peruano al régimen de Castro, sino por la concepción diametralmente distinta de lo que cada uno pensaba que debía ser América Latina.
La erótica del evolucionario fue desmantelada por autores como Octavio Paz , Mario Vargas Llosa o Carlos Rangel . Sin embargo, obró una ilusión en la intelectualidad romántica: «Hizo creer que la utopía era posible y que América Latina era el freno al imperialismo y el capitalismo. Para ellos pudo ser inspirador, festivo incluso, pero para América Latina fue terrible porque perdió el vínculo con las democracias. Nos convertimos en los revolucionarios, los insurrectos, los exóticos».
Delirio y neo-populismos
En ‘Delirio americano’, Granés enuncia traumas que no desaparecen: el antiyanquismo, la obsesión por la identidad, el decolonialismo, el antiimperialismo y el nacionalismo. Tras el periodo especial cubano y en medio el estallido de las guerrillas en Centroamérica, Colombia y Perú con Sendero Luminoso, América Latina se convirtió en santuario ideológico. Ocurrió con el subcomandante Marcos , líder zapatista, que atrajo la atención de muchos jóvenes europeos, entre ellos Pablo Iglesias , fundador de Podemos.
«Iglesias estudió la genialidad mediática de Marcos, un guevarista clásico para el exotismo primermundista. Esa experiencia cala en Iglesias, que se dedica a estudiar todos los populismos latinoamericanos. La epifanía cristaliza unos años después. «Gracias a la crisis económica de 2008 y a las medidas que se toman desde Alemania, comienza a legitimarse la idea de que el Sur ya no es sólo América Latina, sino que es una categoría global, y que hay víctimas de ciertos poderes imperiales en Europa, entre ellas Grecia y España. Esa es la mecha que enciende cualquier proceso populista y ahí arranca la iniciativa de Podemos».
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