Georges Simenon, el escritor que nunca amó a su madre
Con mes y medio de antelación, el centenario del nacimiento de Georges Simenon (Lieja, 1903-Lausana, 1989) arrasa de manera espectacular. Congresos, biografías, seminarios, estudios, homenajes, series y la ocupación masiva de las librerías de Francia, Bélgica y todo el mundo francófono, donde uno de ... los autores más prolíficos desplaza imperceptiblemente a Alejandro Dumas PARÍS. Belga de nacimiento, francés de adopción, norteamericano ocasional, suizo por convicciones fiscales, Simenon consiguió una celebridad universal, que, trece años cortos después de su muerte, se ha consolidado con firmeza. A la espera de las ceremonias del centenario, varias centenares de novelas policíacas, célebres, menos célebres, famosas, con el comisario Maigret, firmadas por Simenon, o con seudónimos, continúan siendo un festín libresco con pocos paralelos.
Jovencísimo reportero en su ciudad natal, con escasos y truncados estudios, Simenon huyó de Bélgica y Lieja antes de los veinte años, para conquistar París con una máquina de escribir y pocos escrúpulos librescos. El joven trepador comenzó ejerciendo de secretario personal de personajes poco o nada recomendables, pero descubrió una fórmula eficaz para ganar dinero, escribiendo: escribir cuentos y novelas licenciosas; escribir novelas policiacas con una dosificada dosis de erotismo... En apenas una década, Simenon escribe más de doscientas novelas firmadas con cerca de veinte seudónimos. Esa producción le da fama, dinero, muchas relaciones y ambiciones crecientes. Cuando decide firmar con su nombre, para conquistar una gloria que fuese mucho más allá de una saneadísima cuenta corriente, el escritor se ha convertido en un fenómeno, envidiado por sus amigos escritores, adulado por los editores, siempre dispuesto a dejarse llevar por una cierta rapacidad sexual.
Entre los grandes escritores reputados por su literatura seria, André Gide admira el talento y la facilidad asombrosa con la que Simenon es capaz de escribir una novela de calidad media muy alta a velocidad vertiginosa. Y el autor de novelas policíacas siente un respeto jamás desmentido por Gide, por Colette, escuchando sus consejos, sin olvidar sus negociaciones comerciales con los editores, muy duras por ambas partes.
Entre los grandes admiradores de Simenon, Celine y Henry Miller lo consideraron como un gran maestro de la literatura. Décadas después, el personaje y el escritor intrigan, fascinan. Las doscientas novelas firmadas con seudónimo, el centenar largo de las novelas del inspector Maigret, sin olvidar otras decenas de novelas serias y libros de cuentos, configuran un «corpus» sin paralelo evidente en literatura contemporánea alguna. Simenon escribió más que Alejandro Dumas y que Balzac. Se ha dicho que toda su obra compone una gigantesca «comedia humana». Quizá se trate de algo más complejo y mal estudiado, por ahora.
Simenon escribió novelas belgas, francesas, franco-belgas, neoyorquinas, suizas... pero el suyo es un universo cerrado, concentracionario. Pequeñas ciudades de provincias, en la frontera franco-belga, de preferencia. Algunos barrios escogidos de París. Y una sucesión de edificios, hoteles y habitaciones sin nombre, donde oscuros personajes perpetúan crímenes espantosos, de una rara y endemoniada maldad. Como Holmes, Marlowe, Poirot o el Burma de Leo Mallet, el inspector Maigret de Simenon es un arquetipo único. Ha sido adaptado en decenas de ocasiones en interminables series audiovisuales. Su esposa sólo tiene la competencia conocida de la esposa de Colombo. Pero, a través de Maigret y de sus novelas, a través de sus relatos licenciosos, la grafomanía de Simenon nos plantea el único misterio que su legendario inspector no pudo resolver, nunca: ¿de dónde viene y adónde va esa necesidad devoradora de escribir?
Cuando ya era multimillonario, Simenon siguió escribiendo. Sus «Memorias» son un documento de rara perversidad contra algunas de las mujeres que lo amaron. La Carta dirigida a su madre difunta es de una crudeza dolorida y atormentada: anciano, el hijo confiesa a su madre que nunca la amó ni se sintió amado. El suicidio de su hija, las memorias de la segunda de sus esposas, los documentos personales que él intentó disimular, camuflar y mistificar, dejan las huellas de un personaje muy complejo, con muchas capas y facetas oscuras. Sus lectores se cuentan en millones. Sus reediciones se venden en centenares de millares de ejemplares. El misterio último quizá permanezca intacto. Maigret conoce un inquietante secreto que continúa fascinándonos.
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