Francesc Escribano relata las últimas horas de Salvador Puig Antich
Para su autor, Francesc Escribano —al que acompañaban en la presentación de «Cuenta atrás» el director editorial de Península, Joaquín Palau, y el productor Elías Querejeta, que está interesado en realizar una película— «no se trata de un libro político y tampoco de una historia ... de buenos y malos, sino la de un joven de veinticinco años que siguió un camino que hoy consideramos totalmente equivocado, en un país en el que reinaban el miedo y la represión. He querido retratar a un ser humano que se enfrenta a las últimas doce horas de su vida». A lo largo de sus páginas, el lector se encuentra con los personajes que protagonizaron el drama: las hermanas del reo, sus abogados, el juez militar, funcionarios militares y de prisiones....
En fin, las circunstancias que rodearon al Consejo de Guerra tanto como la muerte del policía Francisco Anguas Barragán —un joven de su misma edad— aún hoy son confusas por las irregularidades del proceso. «El Tribunal no permitió que declarara el médico que practicó la autopsia, que se realizó en una comisaría, así como tampoco contempló ninguna de las atenuantes presentadas». Por otra parte, antes del proceso apenas hubo movilización interna o externa, quizá porque se había empleado a fondo durante el juicio de Burgos, en 1970, en el que el régimen conmutó las penas de muerte. «Se actuó con excesiva prudencia —señaló Escribano—, porque nadie creía que lo iban a ejecutar». El factor determinante fue el asesinato de Carrero Blanco, algo que el propio Puig Antich intuyó cuando su carcelero se lo dijo: «Eta me ha matado», respondió él, descompuesto.
Las últimas horas de Puig Antich estuvieron aderezadas con crueldad. «No permitieron ni al sacerdote, ni a sus hermanas, ni a sus abogados acompañarlo a la ejecución. Se encontró allí solo —no sabía que le iban a dar garrote vil— frente al verdugo con las mangas arremangadas y el ataúd puesto junto al instrumento, solo frente a numerosos policías y funcionarios que le odiaban, sin nadie que le quisiera a su lado. Había matado a un policía aunque no lo pretendiera». De nada valieron las frenéticas gestiones realizadas durante aquellas horas. «El Papa Pablo IV llamó, tras una iniciativa de Ruiz Jiménez, a El Pardo, pero Franco había dado órdenes de que nadie le despertara. De no haber sido condenado a muerte, lo cierto es que Puig Antich hubiera estado en la cárcel tres años más: hubiera sido amnistiado y estaría vivo».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete