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La ciudad de Toledo, cuna del teatro español

POR VENTURA LEBLIC

«Mañanitas floridas/ del frío invierno/recordad a mi Niño/que duerme al hielo.» Lope de Vega recreaba la Navidad con la sencillez lírica que a borbotones le inspiraban las musas. No conocemos si ese «frío invierno» sería el toledano que experimentase el autor dramático durante sus estancias en la ciudad, cuna del teatro nacional, ya que es en Toledo donde aparece en su Catedral el «Auto de los Reyes Magos», como fue bautizado por Menéndez Pidal.

Una pieza situada en los albores de la literatura dramática castellana posiblemente del siglo XII, tan rudimentaria como se quiera considerar, pero que adelanta todos los esquemas de lo que después habría de ser el teatro español.

Los cuadernillos donde fue descubierto este drama litúrgico se encontraban entre otros papeles del archivo capitular que examinaba el erudito canónigo maestrescuela de la Catedral Primada don Felipe Fernández Vallejo, quien auxiliaba al cardenal Lorenzana con sus valiosas dotes intelectuales. Personaje que formaba parte del grupo de eclesiásticos que sobresalieron en aquel siglo como Sarmiento, Feijoo, Burriel…

En los cuadernillos encontrados por Fernández Vallejo aparecieron cinco escenas del «Auto» distribuidas en 147 versos polimétricos en los que se glosa la adoración de los Reyes magos según el Evangelio de San Mateo, comentando los magos por separado que han visto aparecer una estrella y se preguntan si es el anuncio del nacimiento sobrenatural de un niño del que aún no conocen «si es hombre mortal o si es rey de la tierra o si es celestial». Para ello deciden ofrecerle oro, incienso y mirra y si toma el incienso dejará las otras ofrendas, «que como rey de los cielo le pertenecerá».

Esta obra, que, como hemos indicado, es la mas antigua de nuestra literatura dramática referida a la Epifanía, no estaba completa, aunque el argumento evangélico nos indica el final. Es además, el primer documento que nos presenta a los magos de oriente con sus nombres tradicionales de Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque en realidad no sabemos cuántos fueron, ni cómo se llamaron, ni de dónde vinieron (Mat.2,1-12).

El autor o autores toledanos debieron de recoger la tradición del siglo XII, y nos la trasmitieron, y como tal lo conservamos hoy incorporado a la cultura popular de la Navidad. Fue escrito en castellano, la lengua común de una población toledana, de diferente procedencia cultural.

El canónigo D. Felipe Fernández Vallejo, natural de Ocaña, que acabó siendo obispo de Salamanca y finalmente arzobispo de Santiago de Compostela, nos dejó un interesante manuscrito sobre la historia de la iglesia toledana, en el que incluye las representaciones poéticas y dramáticas en la catedral incluyendo la Sibila en la Noche Buena.

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