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Salvador Sostres

El vaso de plástico

Salvador Sostres

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El soberanismo ha creído que hará la independencia desde la extrema izquierda, con leñadores, cantantes, humoristas y entrenadoras de baloncesto. El Parlamento de ayer parecía una parodia que La Falange hubiera querido perpetrar sobre los límites mentales de los independentistas. Constatar que era la realidad, y la realidad expresamente querida por sus protagonistas, da una idea del nivel del debate.

Ni hay suficientes independentistas, ni suficientes independentistas que estén dispuestos a pagar el precio

Muy cerca del Parlament, a no más de cien metros, está el Zoo. La semana pasada estuve con mi hija y el entrenador de los delfines vestía mejor que la mayoría de diputados. Concretamente los chicos de la mesa de edad, previa a la elección de la nueva presidenta, iban peor vestidos hasta que los propios delfines, tan elegantes, y tan finos. La democracia es, sobre todo, una cuestión formal, y resulta paradigmático que los que más regeneración política reclaman sean los que más degraden las instituciones con su dejadez planteada como una forma de reivindicación cuando no es más que una forma de vulgaridad.

La elección de Carme Forcadell fue un insulto al soberanismo peor del que podría haber imaginado cualquier unionista. Se dice, por cierto, que no es una política y es mentira. Fue concejal del ayuntamiento de Sabadell con el alcalde Bustos, y formó parte entusiasta de su gobierno hasta el punto que cuando ERC decidió a volver a la oposición se aferró como una garrapata al cargo y sólo Dios sabe lo que nos costó desengancharla. Dándose cuenta de su oportunismo, y de su peligro, Esquerra se la quitó de encima y Forcadell acabó en la agitación callejera, como todos los que no saben comportarse en el «indoor» occidental y civilizado. El parlamento de este lunes no fue el inicio de nada sino el final de una época en que creímos que la vida era un regalo y no tendríamos jamás que pagar lo que se debe. El Parlament fue ayer un espejo de la mediocridad a la que siempre conducen los atajos, de la tristeza del tumulto, del vacío que inevitablemente resuena cuando el principal argumento no es el talento.

Ni hay suficientes independentistas, ni suficientes independentistas que estén dispuestos a pagar el precio. Esta agrupación de gente de camisa de cuadros, entre el vendedor ambulante de petardos y el antisistema que increpa al obispo en la celebración del Corpus de su pueblo mientras bebe cerveza en vaso de plástico, es la negación de la política y el catalanismo convertido en una mera cuestión de orden público.

El problema de Cataluña no es su financiación, ni el catalán, ni España como enemiga; sino esta satánica adoración de lo caído y del deshecho, y la grotesca falta de audacia de creer que vamos a ganar cuando en realidad estamos haciendo el más estrepitoso ridículo.

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