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La cultura de la farsa

RESULTA conmovedor ver en el Parlamento catalán a partidarios y detractores de la Fiesta nacional exponer ante sus señorías sus respectivas posiciones respecto a las corridas de toros. Con toda la buena fe, los partidarios de la Fiesta se esmeran en defender lo que consideran ... un gran valor de nuestra cultura, un arte sin igual, siempre respetada por todos las ideologías en toda España, incluidos por supuesto Cataluña y el architaurino País Vasco. Lo siento por ellos y por la Fiesta, pero viendo las imágenes, su defensa me parece tan ilusoria como pudo ser la de Thomas Beckett, Giordano Bruno o Miguel Servet frente a sus enemigos y acusadores. O en los juicios dirigidos por el juez Freisler en Berlín o el fiscal Vishinsky en Moscú. Esta especie de comisión general sobre la Fiesta de los Toros en Cataluña es una farsa tan evidente y obscena que hay que ser muy ingenuo para no irritarse con ella. Y muy bienpensante para, como defensor de la lidia, creer que su argumentación, por mucha probidad y raciocinio que contenga, vaya a tener influencia sobre la sentencia. La Fiesta taurina es española y es por eso por lo que ha de ser liquidada en Cataluña. Es la decisión de la cúpula del régimen nacionalista, no de centenares de miles de aficionados catalanes que la defienden y millones que, si no la siguen, para nada se sienten ofendidos por la tauromaquia. Son los amantes incondicionales de la butifarra, hecha con carne de un cerdo torturado en una cochiquera miserable durante su breve existencia de engorde antes de ser degollado entre terribles gritos del animal -por cierto también en un festejo-. Esos que no tienen a los cerdos corriendo en libertad por una dehesa como sucede en Extremadura, sino en cajones insalubres en los que apenas ven la luz en su corta vida. Esos son los que claman contra una fiesta cultural única que hace posible la existencia del toro de lidia que vive en plenitud, gozo y libertad durante cinco años en el campo antes de morir siguiendo sus instintos.

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